El viejo orden internacional, surgido después de los horrores de las guerras mundiales, está in articulo mortis. Difícil sintetizarlo en pocas líneas, pero se caracterizó básicamente por la creación de normas legales e instituciones de alcance global sobre una vasta gama de asuntos, desde el comercio, las finanzas y la inversión hasta el ambiente, los derechos civiles y políticos de las personas y los derechos de los Estados soberanos. En principio, estas normas son obligatorias para todos los Estados que forman parte de la Organización de las Naciones Unidas.
Debe reconocerse, sin embargo, que una cosa fue la aspiración normativa de una gobernanza global basada en reglas comunes y otra, la realidad real. La verdad es que esa aspiración nunca logró implantarse del todo, pues las grandes potencias, incluso los Estados Unidos, su garante en última instancia, se pasaron las normas por el forro las veces que lo creyeron conveniente a sus intereses, lo que dio paso a todo tipo de hipocresías y dobles raseros
Aun así, ese orden redujo los peores excesos de siglos anteriores, cuando los Estados más fuertes se engullían porque sí y ante sí a los más débiles, anexaban tierras lejanas o saqueaban continentes enteros. Digamos que consiguió reducir la frecuencia de los conflictos interestatales y dio armas a los Estados más chiquitillos, como nosotros, y a poblaciones más vulnerables para lograr cosas que antes no hubieran obtenido, como la descolonización, préstamos internacionales a bajo costo o pactos internacionales de derechos.
Hoy, pese a toda la parafernalia tecnológica que prefigura un futuro muy distinto a cualquier cosa que hayamos vivido hasta ahora, las relaciones internacionales parecen enfilarse al pasado, a la época decimonónica del mundo dividido en esferas de influencia, cada una gobernada por una potencia con sus propias reglas, sin ningún denominador común más que la realpolitik y los intereses económicos de las oligarquías asociadas.
En esa situación, la ficción de los Estados soberanos se desvanece: Rusia ataca a Ucrania, Estados Unidos habla de agarrar a Panamá y comprar Groenlandia. Es cuestión de tiempo para que China haga lo propio con Taiwán… y nada de caritas. Por lo pronto, parece configurarse ese todos contra todos y a cuatro manos, peligrosísimo para una nación de paz y desmilitarizada como la nuestra. No nos sumemos a la locura.
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