Con todo respeto para las empresas que le llevan el pulso a la opinión pública, quisiera proponerles una pregunta para una próxima encuesta: ¿En qué lugar se siente usted realmente seguro?
Sospecho que en medio de la pavorosa ola de violencia que estremece al país, muchos responderemos que no existe un sitio que garantice un blindaje total contra la inseguridad.
La sensación de que una bala perdida puede causar una desgracia en cualquier momento no solo palpita en las comunidades donde los tiroteos son pan de todos los días.
En los primeros 36 días del presente año, los enfrentamientos entre pandillas provocaron ocho muertes de inocentes, para un promedio de casi una cada cinco días.
Las víctimas colaterales fueron niños, jóvenes y madres con hijos pequeños que se encontraron con un proyectil descarriado en una carretera, una acera o dentro de un bar.
Estos casos no solo atizan los comentarios en oficinas, verdulerías, tiendas o salones de belleza, sino que también alimentan la percepción de que no estamos a salvo en ningún lugar.
No puedo dejar de recordar una fotografía publicada por La Nación en el 2023, en la que un grupo de niños de la Escuela Ciudadelas Unidas, en Alajuelita, aparecían en el suelo en un simulacro de tiroteo.
Por un lado, qué bueno que los docentes estén tomando medidas para proteger a sus alumnos, pero, por otro, qué triste que estos pequeños experimenten el miedo tan temprano.
Otro de los aspectos alarmantes de esta coyuntura, es el ensañamiento y la crueldad extrema con que los agresores están cometiendo sus fechorías.
Evidencia de lo anterior es el reciente caso de dos primos que fueron asesinados y enterrados en una fosa que sus victimarios cavaron en el sótano de un bar en Heredia.
Según la Policía, los cuerpos de los jóvenes fueron refrigerados mientras los agresores preparaban el improvisado nicho. Ambos presentaban múltiples golpes y uno tenía lesiones de arma blanca.
Tristemente, femicidas y organizaciones narco están utilizando con más frecuencia el recurso de las fosas clandestinas para tratar de esconder las atrocidades cometidas.
Las señales de decadencia son claras. Vivimos en tiempos de barbarie, de salvajismo, donde el valor de la vida humana se ha depreciado. Urge que despertemos como sociedad para revertir la tendencia.
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