Hasta hace muy poco, debo admitirlo, el cantante Bad Bunny era tan desconocido para mí como el significado de la palabra gentrificación, que se hizo tan popular en una de sus últimas canciones.
Es muy probable que la brecha generacional y mis disgustos musicales sean la causa de mi total desconocimiento sobre la obra del artista puertorriqueño.
Además, la primera vez que escuché sobre la gentrificación tuve que acudir al diccionario para darme cuenta de que se trataba de algo que yo llamaba de otra forma.
Sin embargo, la afortunada conjunción del músico y este concepto ha tenido el poder de visibilizar un fenómeno latente, pero que estaba relegado de la agenda de discusión.
Recuerdo que, hace muchos años, un amigo que vive en Nicoya me comentó que sus papás estaban en un predicamento porque un extranjero les ofreció comprarles su propiedad.
Eran dueños, por herencia, de un cerrito donde tenían un humilde rancho, algunos animales y las tierras que les permitían sembrar para subsistir.
Aunque la suma que el foráneo les puso sobre la mesa era considerable y aunque otros vecinos ya habían cedido sus propiedades, varias dudas razonables asaltaron sus corazones.
¿Nos alcanzará el dinero para comprar un terreno similar en otro lugar? ¿De qué nos sirve tener una casa bonita si ya no tenemos tierra para sembrar? ¿De qué vamos a vivir?
La pareja y su catizumba decidieron quedarse en su hogar. Sin embargo, esto no evitó que sufrieran el efecto de la descontrolada expansión del turismo en Guanacaste.
La llegada de multimillonarios desarrollos hoteleros causó la aparición de nuevos ecosistemas socioeconómicos que generan un desplazamiento paulatino de la población original.
El encarecimiento del valor de la tierra y del costo de vida es una preocupación para aquellos lugareños que no tienen ingresos suficientes para afrontar la nueva realidad.
Recientemente, el movimiento No a la Gentrificación en Costa Rica hizo una manifestación en San José para pedir que se restrinja el traspaso de tierras a empresas extranjeras en playas y áreas turísticas.
Su protesta, posiblemente, habría pasado inadvertida si algunos sectores no tuvieran ahora una mayor claridad sobre las razones de su malestar.
Es claro que hay mucho que hacer para alcanzar un justo equilibrio. Bienvenida la inversión extranjera, pero también es fundamental evitar el desplazamiento y la aparición de zonas excluyentes. Gracias, Bad Bunny, por poner el problema sobre la mesa.
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