En momentos de grandes crisis, la clave es volver a las raíces. Y en un momento como el que vivimos, con Trump y Putin repartiéndose Ucrania y sus minerales preciosos por encima de las resoluciones de la ONU y el derecho internacional; con el rompimiento de la tregua en Gaza por Netanyahu, quien parece dispuesto a exterminar de la faz de la tierra a todo el pueblo palestino para convertir la Franja en un campo de golf tailor-made, y con el ascenso rampante del autoritarismo en el planeta, es decir, con Milei y su vulgar motosierra, Bukele y su megacárcel y Víktor Orban persiguiendo adversarios en las calles de Budapest–, es quizá la hora de volver a las raíces. Buscar las reservas morales y los orígenes de la democracia para combatir tanto autoritarismo y tanta regresión.
Glucksmann, Voltaire y la Ilustración
Y las raíces están en Europa. Esta fue la idea que movió al periodista italiano del periódico La Repubblica Michelle Serra a convocar hace 10 días a los ciudadanos para que llenaran la hermosa Piazza del Popolo, en Roma, y levantaran la voz en defensa de la democracia y las libertades. Logró reunir a 50.000 personas. Paralelamente –como un efecto dominó–, decenas de miles de personas llenaron también las calles de Budapest y Belgrado, enfrentando el autoritarismo de Orban y de Alexander Vucic. En el caso de Serbia, han sido oleadas de muchachos adolescentes y jóvenes quienes han llenado la ciudad en las últimas semanas.
Porque aquí están justamente las raíces. Lo que hoy llamamos democracia representativa tiene su origen en un momento luminoso de la historia europea (relativamente reciente, no más de 300 años), donde confluyeron desde el empirismo de Locke, el racionalismo de Kant, la poderosa idea de la soberanía popular de Rousseau, Montesquieu. Y Voltaire, desde luego, y sus socios de la Ilustración. La Revolución de 1776 en Estados Unidos fue, ciertamente, previa a la de 1789 en Francia, pero los padres ideológicos de Hamilton, Jefferson, etcétera, fueron justamente Locke, Kant, Montesquieu, Voltaire, Diderot y el resto de los enciclopedistas. La gente olvida adónde están los orígenes de ideas tan esenciales que hoy nos hacen tanta falta como “Estado de derecho”, “división de poderes” o “jerarquía de las normas”.
Cuando en 2014, André Glucksmann, cuya voz independiente fue durante décadas una de las más influyentes y luminosas en el debate ideológico europeo, escribió su último ensayo, llamado Voltaire contraataca, publicado póstumamente en Francia en 2016, el viejo pensador parecía apostar a un renacimiento del pensamiento libre y crítico en un planeta acechado por dogmas. El mensaje era claro: Voltaire y la Ilustración como bandera contra la intolerancia.
¿Podrá Europa combatir sus propios demonios?
No todo es tan fácil. La misma Europa, parteaguas de la democracia y las libertades en los siglos XVIII y XIX, fue la que también engendró el totalitarismo del siglo XX, el cual dio lugar a dos guerras mundiales. Ya lo dijo Karl Popper en uno de los libros más lúcidos escritos en el último siglo, La sociedad abierta y sus enemigos: Europa dio a Kant (el filósofo de la razón), pero también a Hegel, el filósofo de los extravíos de las ideas absolutas. De allí nació la teoría de la raza, el nacionalsocialismo y el fascismo.
Y es que los demonios han vuelto a aparecer en este siglo XXI. Allí está el ascenso de líderes populistas de extrema derecha. En Austria, la extrema derecha neonazi representada por el partido FPO, de Herbert Kickl, obtuvo la mayor cantidad de votos desde la II Guerra Mundial en las elecciones del pasado setiembre de 2024, casi un 30%. No pudo formar gobierno, en virtud de otras alianzas legislativas, pero estuvo a punto.
En Alemania, otro partido neo nazi –Alternativa para Alemania (liderado por Alice Weidel)– obtuvo hace pocos días el segundo lugar, generando conmoción en toda Europa y duplicando su representación en el Bundestag, por cierto con el apoyo logístico e informático de Elon Musk. Igualmente, en Holanda, el partido de extrema derecha PVV, de Geert Wilders, tiene la mayor cantidad de miembros en el gobierno recién electo a fines de 2024.
Esto ha impactado el Parlamento Europeo. En marzo de 2025, sumando los votos de Fratelli d’Italia, de la primera ministra Georgia Meloni, la Agrupación Nacional Francesa de Marine Le Pen, y Fidesz de Hungría, incluido el partido de Weidel en Alemania, la extrema derecha posee más del 25% de los euroescaños, acercándose al 30% con los últimos resultados de las elecciones germanas.
Retos del Parlamento y la Comisión Europea
Ahora bien, un 25% o 30% de eurodiputados de extrema derecha (un porcentaje en sí mismo escandaloso), supone, sin embargo, todavía un 70% de políticos europeos que creen en la democracia, socialdemócratas, democristianos, liberales, verdes y otras agrupaciones. Ese 70% tendrá que tomar algunas decisiones valientes en los próximos meses. Indico tres, al menos:
a. La idea de Occidente como G-7 o G-20, o como OTAN, no será tan útil en los próximos años por el giro interno de Estados Unidos. La Unión Europea (UE) debería empezar a tomar sus decisiones por sí sola, entendiendo que Washington no será un socio en muchos temas en los próximos cuatro años.
b. La UE tendrá que revisar la lógica de sus inversiones. La comisionada europea Van der Leyen propone subir a 1,5% del PIB la inversión en defensa y seguridad, pero la UE invierte apenas un 0,57 del PIB en Ayuda para el Desarrollo (AOD), apenas la tercera parte. Es un error. La inversión para el desarrollo debería ser mucho más alta, al menos a un 1% del PIB. El invertir en cooperación es invertir en las causas: la pobreza, la violencia que genera migración, la desigualdad en los países. El invertir en defensa es invertir en los efectos.
c. Finalmente, la UE debería ser muy pragmática y –en un mundo multipolar como el que estamos viviendo– abrir negociaciones estratégicas con otras regiones y países. Con Canadá y México, la propia realidad lo está generando. Pero también con los BRICS. En algunos temas estratégicos, países como India, Sudáfrica o Brasil, pueden ser socios vitales. Y el caso de China es caso aparte. China es tan grande que es preferible siempre tenerla cerca que tenerla lejos. Casi nadie en Occidente sabe cómo relacionarse con este extraño fenómeno político-económico (una dictadura de partido que es, a la vez, la gran fábrica capitalista de Occidente). Y que está destinada a ser la superpotencia de la segunda mitad del siglo XXI, nos guste o no nos guste.
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Jaime Ordóñez es abogado y analista de políticas públicas.
