Los tambores de guerra arancelaria y comercial que golpea Trump ponen, nuevamente, a la economía global en la antesala de un escenario adverso para el que, como economía pequeña y muy abierta, Costa Rica debe prepararse.
La política arancelaria que ha puesto en marcha Trump desde su llegada, por segunda vez, a la Casa Blanca tendrá consecuencias significativas para la economía estadounidense y, sin duda también, para la mundial.
Aumentar los impuestos que se cobran sobre las importaciones de mercancías – en especial, en la magnitud y la amplitud de los bienes, sectores y países de origen de estos bienes en que se propone hacerlo el presidente estadounidense – reducirá el ingreso real de los hogares y aumentará los costos de producción de las empresas estadounidenses, mucho más allá de cualquier pretendida ganancia que pudiera obtenerse de la protección que obtendrían actividades o sectores productivos específicos.
El daño que se autoinfligen los estadounidense es aún mayor, pues no sólo se crean barreras arancelarias o comerciales frente a socios lejanos o con los que el grado de integración y complejidad del comercio es bajo, sino que, incluso, se erigen en el caso de México y Canadá, dos economías con las que los Estados Unidos – y su tejido empresarial, en particular – está fuertemente ligado e interconectado, en especial, desde la entrada en vigencia del acuerdo comercial entre esos países en los años 90.
Si se le añaden al aumento arancelario, una política migratoria muy estricta y, además, enormes dosis de irreflexión e impredecibilidad en las políticas económicas estadounidenses se presenta un cóctel perfecto para un shock negativo de oferta considerable.
El resultado será, para la economía estadounidense, sus socios comerciales más cercanos y, en general, para la economía global un escenario de menor crecimiento económico, en un contexto de precios más altos.

El efecto sobre los precios, en general, debería ser transitorio: es decir, durante unos 9 a 12 meses, los precios de los bienes importados y, en general, los precios de otros bienes y servicios aumentarían en respuesta a las más elevadas tasas arancelarias (tanto sus efectos de primera ronda como de las subsiguientes).
Pero una vez concluido el ajuste, a menos que las expectativas inflacionarias de los agentes económicos aumentaran inesperadamente o los bancos centrales actuaran de manera poco responsable frente al shock (por ejemplo, tratando de acomodar el efecto sobre crecimiento de los aranceles con una política monetaria excesivamente expansiva o procurando debilitar el dólar ante el fortalecimiento que se espera de él en este contexto), el efecto sobre los precios tendería a desaparecer con el paso del tiempo.
De esta forma, el efecto más importante y preocupante será, sin duda, el que se manifestaría sobre el crecimiento económico.
El agresivo aumento en los aranceles que gravan a buena parte de las importaciones conducirá a un menor crecimiento de la economía estadounidense y, de manera aún más intensa, en la de socios¿ comerciales como México y Canadá, cuyas economías dependen en mucha mayor proporción del comercio y, en particular, del que realizan con su socio norteamericano.
En ese sentido, la respuesta de las autoridades monetarias probablemente se concentraría en las consecuencias recesivas del shock arancelario, esto significaría que seguirían con atención cómo reaccionan los precios y las expectativas inflacionarias y una vez que se asegure con cierta certeza que este efecto es transitorio incluso podría flexibilizarse la política monetaria con el fin de contribuir – mediante menores tipos de interés y condiciones financieras menos restrictivas – a mitigar la desaceleración de la actividad económica.
De nuevo la economía costarricense debe prepararse para navegar aguas complicadas y traicioneras – igual que lo hizo durante la pandemia o, más recientemente, con el repunte inflacionario global entre 2021 y 2022 – caracterizadas por incertidumbre y una menor demanda externa, justamente la fuente que alimenta sus sectores económicos más dinámicos: los vinculados con el comercio exterior.
En este marco, sin duda, la economía crecerá más lentamente y con ella el empleo y el ingreso.
Si tal y como se espera a nivel global, las presiones inflacionarias resultan moderadas y transitorias – o incluso, en un escenario en que los precios internacionales de materias primas como los alimentos y los hidrocarburos continúan cayendo debido a la menor demanda, y por lo tanto manifestándose aún ciertas presiones desinflacionistas externas sobre los precios internos – la respuesta de la política nmonetaria local podrá concentrarse, también, en mitigar la desaceleración económica flexibilizando las condiciones crediticias, siempre sujeto, eso sí, a los espacios que puedan abrirse en virtud de posibles bajas en los tipos de interés en los mercados de capital internacionales.
Afortunadamente, los frutos de las reformas que desde los años 90 permiten confiar que, al igual que en durante el shock pandémico y luego el shock de materias primas, la autoridad monetaria sabrá conducirse para llevar a la economía a puerto seguro, con una mezcla de golpes al timón monetario (los tipos de interés) y, por supuesto, permitiendo, de manera ordenada, que la moneda local se deprecie ante un entorno externo nada tranquilizador.