Viviana Montero tenía una vida tranquila en Costa Rica. Esta vecina de Coronado estudiaba Derecho y trabajaba como técnica judicial, pero un viaje al extranjero se encargó de voltear todo y firmar un desenlace que parece de película.
Era finales del año 2019 cuando Viviana Montero fue a Alemania a la boda de su hermano. Aprovechó su estadía en Europa para conocer Edimburgo, la impresionante capital de Escocia, en el Reino Unido.
Por esas casualidades inexplicables de la vida conoció a otra costarricense en el hostal donde se hospedó, quien la convenció para tomar el celular y abrir una cuenta en la red social Tinder, que permite conocer gente.
Luego de subir algunas fotos, escribir sobre sus gustos y su vida, una persona hizo click. Fue muy rápido, pero al otro lado un muchacho de Gales se interesó en conocer a la tica.
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El ingrato tiempo apenas permitió que se vieran dos veces, pues Montero debía regresar a Costa Rica. Llegó el fin de su viaje, pero el inicio de nuevos sentimientos.
Para condimentar con doble ración de suspenso, el 2020 trajo una mortal pandemia que aplazó muchos planes y sueños. De un pronto a otro el mundo se paralizó y lo que parecía habitual, como un viaje a otro país, se convirtió en una utopía.
Al menos la tecnología les permitió comunicarse casi a diario.
Esas ganas incontenibles por verse frente a frente los hizo pensar en algunas opciones, pero las fronteras estaban cerradas y prácticamente no había vuelos.
De hecho, Costa Rica aparecía en una lista roja en el Reino Unido, así que no quedaba más que esperar.
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En esos duros meses, donde el futuro de la mayoría era incierto, esta pareja protagonizó un episodio de película. Nick estaba en la marina en Glasgow, Escocia, y debía emprender un viaje en submarino.
“Antes de viajar me propuso matrimonio por videollamada. Viajó varios meses en el submarino y nos comunicábamos por correo electrónico una o dos veces al mes, cuando salía a la superficie. Me ponía muy feliz cuando veía los correos de ARTFUL-WTR3″, detalló Montero.

Poco a poco las fronteras fueron abriendo, la gente empezó a viajar y la normalidad empezó a resurgir.
Era octubre del 2021 cuando se casaron. “¡Sí, después de habernos visto solo un par de veces!”, exclama Montero, de 33 años, tres años menor que su esposo Nick, un ciudadano de Gales, Reino Unido.
“Me parece que es muy diferente conocer a alguien de la manera tradicional. Efectivamente, la parte física es importante, pero creo que hacerlo de manera distinta también nos hizo considerar y analizar más las palabras y personalidad”, resalta Montero.
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No había mucho tiempo para decidir. El próximo paso de esta pareja era definir dónde vivir. Al final, Gales fue el sitio escogido.
Montero ya estaba graduada en Criminología y Derecho y habla inglés, mientras que Nick no dominaba el español. “Así que fue muy fácil decidir; vivirlo, no tanto”, admite la costarricense.
Desde hace tres años residen en Gales, que junto a Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte conforman el Reino Unido. Este país, cuya capital es Cardiff, se localiza al oeste de Inglaterra.
Además, por tres meses vivieron en Escocia.

Las alegrías y éxitos apenas empezaban para la tica. Su formación académica en Costa Rica le permitió obtener un buen trabajo en Gales.
Ella es analista de control de lavado de dinero y cursa una maestría en Gestión de Riesgos.
Le pido a Montero repasar su vida en Gales, devolverse un poco a ese octubre del 2021, cuando se casó, para saber qué ha sido lo más sorprendente de este recorrido.
“Esta experiencia, sin duda alguna, ha sido mi mayor lección de vida hasta ahora. Me cambió como ser humano de pies a cabeza. Lo más bonito ha sido el reto, tomarle el gusto a la incertidumbre, a la inseguridad como persona, la vulnerabilidad que sentía, que me incomodaba y aterraba, pero aprendí a aceptarla.
“Poder vivir mi relación con mi esposo, a nuestra manera, lejos de muchas cosas que algunas veces pueden influenciar. Formar nuestra familia, con nuestra perrita Bee”, añadió.
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Aunque en muchas películas todo es felicidad, lo cierto es que la vida en otro país no es tan sencilla como algunos puedan imaginar.

Montero se sincera; no es fácil hablar de lo malo de vivir a 3.700 kilómetros de distancia de Costa Rica, donde nació y creció.
De hecho, admite que lo más difícil es “extrañar y sentir culpa por no estar presente”, así como estar lejos de su familia, sus perritos, su gato y amigos.
“Vivir con la ansiedad de que si sucediera algo, estoy a dos horas en tren y 12 horas en avión. Sin embargo, me ha hecho mejor persona, porque esté donde esté, no puedo controlar nada de lo que pasa, solamente vivir el momento con gratitud”, enfatizó.
Sus padres la apoyaron, aunque su papá evidenciaba la preocupación por no conocer a Nick, pero ahora se llevan muy bien, pese a la barrera del idioma.
“Mi mejor amiga, Ari, siempre supo todo desde el inicio y estuvo para mí, nunca me juzgó. Mis amigos sí pensaron que estaba loca, pero no los culpo. Realmente fue una decisión arriesgada, pero no la cambiaría por nada”, dijo.
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Mi intención no es hacerla sentir triste, mucho menos provocar que alguna lágrima aparezca de repente, pero le pregunto qué hace cuando la nostalgia por Costa Rica la invade y no la quiere soltar.
“¡Lloro! ¡Mucho! Hay que sentir las cosas, no evadirlas. Cocino algo de Costa Rica, llamo a mis papás, hablo con amigos; mi esposo me escucha mucho”.
“También hago terapia, porque vivir en otro país es un duelo y se debe asimilar. Hay altos y bajos, aunque ya no tanto, pero había días que me sentía sola y perdida, me sentía insegura porque aquí las ciudades son tan grandes que me sentía intimidada. Otros días me sentía feliz y agradecida de estar aquí”, confesó.

Montero resalta que hoy se siente más estable, aceptada por el país donde vive y realizada. Hasta tiene un círculo de amigas que le inyectan la fuerza necesaria para reponerse en sus momentos difíciles.
Otros ticos probablemente tienen ese deseo de aventurarse y vivir una experiencia en país diferente. Montero los anima a hacerlo, aunque también les advierte que no es fácil. “Es muy duro, por lo menos los primeros dos o tres años.
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De paso, les subraya que deben tener paciencia, porque se toparán con otro idioma, una cultura muy distinta, así como un clima muy distante al nuestro.
“Todos deberíamos tener esta experiencia por lo menos una vez en la vida. Desde pequeña tenía la espinita de saber qué hay más allá de Costa Rica”.
“No lo cambiaría por nada, siento que he crecido muchísimo y todo sigue siendo una emoción. Sigo aprendiendo muchísimas cosas nuevas y eso me emociona, además de ser un reto”, concluyó Montero.

Esta es la historia número 83 sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.