“Para que la Revolución triunfe, será preciso que yo muera antes […] los autores de estas empresas no alcanzan a ver el fruto de ellas […] yo caeré, por obra de una traición, como han caído en México muchos de nuestros libertadores, pero moriré siendo esclavo de los principios, no de los hombres”
Estas proféticas palabras fueron dichas por el general Emiliano Zapata Salazar pocos meses antes de su ruin ejecución, sabedor de que la lucha bélica revolucionaria le había ocasionado gran cantidad de enemigos. Así, como en todas las traiciones, los principales implicados le tendieron una planificada trampa de confianza y lealtad.
Primeros derroteros
Nacido el 8 de agosto de 1879 en el pueblo de Anenecuilco (Estado de Morelos), desde muy joven, el joven Zapata se dedicó a actividades agrícolas y equinas, lo cual le permitió conocer a fondo los constantes abusos de hacendados y latifundistas en contra de la población rural de Morelos.
A los 25 años (1906), él comenzó a participar en actividades para reivindicarles las tierras a los campesinos e indígenas y en 1909 se le designó como nuevo Calpuleque (líder) agrario-político de Anenecuilco. Empero, tal proselitismo disgustó a las autoridades de Morelos, mas, para apaciguar la situación, se le reclutó en el Ejército (febrero, 1910).
La fama de Zapata como experto domador de caballos lo sacó de los cuarteles ya que Ignacio de la Torre y Mier, dueño de la mejor hacienda morelense, consiguió su salida; de esta forma, Zapata asumió como caballerizo mayor de sus establos en Ciudad de México. Una vez ahí, se enteró de que su patrón era el yerno del presidente mexicano general Porfirio Díaz Mori y, para su desazón, constató como el cuidado y comida de los cuadrúpedos eran mucho mejores que los del campesinado. En setiembre de 1910, escapó con la idea de revertir dicha situación por la vía armada (Womack, John, Zapata y la Revolución Mexicana, 1985).
De forma paralela, fue en noviembre de 1910 cuando comenzó la afamada Revolución Mexicana, bajo la guía del carismático líder Francisco I. Madero G., con el fin de impedir una nueva reelección del presidente Díaz. La lucha comenzó en el norte de México y se extendió a la región sureña en marzo de 1911, cuando las tropas del ahora general Zapata se incorporaron a los combates.
La lucha armada
Fueron nueve los años que el general Emiliano Zapata guerreó en la Revolución Mexicana. Uno de sus triunfos más resonados fue la Batalla de Cuautla (mayo, 1911) cuando sus tropas, conocidas como Ejército Libertador del Sur, derrotaron al llamado Quinto de Oro, el mejor batallón gobiernista. Fue entonces también cuando se masificó su sobrenombre histórico: el Atila del Sur.
Tras la renuncia del Presidente Díaz y por intrigas de Francisco León de la Barra (mandatario interino de México), Zapata y Madero rompieron su antigua alianza debido a que el primero priorizaba la reivindicación agraria y territorial del campesinado, mientras que el segundo buscaba la reconstrucción del Estado mexicano a través de una reforma política.
Para el momento en que Madero ya ejercía la Presidencia de México, Zapata publicitó su conocido Plan de Ayala (noviembre, 1911), cuyo principal lema fue: Libertad, justicia y ley. Además, reanudó su lucha en Morelos y la prosiguió durante todo 1912.
Pese a sus diferencias políticas y tras el asesinato del presidente Madero (febrero de 1913) por el pérfido general Victoriano Huerta y un grupo de secuaces, Zapata participó en la segunda etapa de la Revolución Mexicana (marzo, 1913), entre cuyos fines estuvo la vindicación de Madero. Así, mientras los generales Doroteo Arango (conocido como Pancho Villa), Venustiano Carranza y Álvaro Obregón lucharon en el norte mexicano, Zapata asumió la lucha otra vez en el sur, logrando ambos bandos defenestrar a Huerta (julio de 1914). Poco después, el general Carranza asumió como nuevo presidente interino (agosto).
Antesala trágica
La caída de Huerta no trajo paz a México, pues apenas Carranza asumió la presidencia pretendió que las tropas de Zapata y Villa (conocidas como la División del Norte) se disolvieran, lo cual originó un nuevo conflicto armado, pues ambos líderes cuestionaron la legitimidad de Carranza.
Tras meses en pugna, Zapata y Villa se apoderaron de Ciudad de México (diciembre de 1914). No obstante, después del abandono de esa capital por ambos, Carranza, junto al general Obregón, logró replegar a Villa hacia el norte (1915. Además, el militar gobiernista Pablo González atacó a Zapata en Morelos, quien, a pesar de varios reveses, mantuvo la lucha entre 1916 y 1919.
Ante la imposibilidad de derrotarlo en combate, Venustiano Carranza urdió la muerte de Zapata por medio de una calculada felonía (Martín, Francisco, Las grandes traiciones de México, 1997).
Carranza le ordenó al general González la ejecución de Zapata, la cual se delegó en el coronel Jesús P. Guajardo, quien, fingiendo desavenencias con Carranza y González, propaló en Morelos la supuesta intención de unirse al Ejército Libertador del Sur (marzo, 1919). Enterado Zapata y, tras el intercambio de varias cartas, Guajardo le planteó la unión de sus respectivas tropas.
Zapata no creyó en el ofrecimiento de Guajardo, por lo que el coronel tuvo que darle dos muestras de veracidad: el fusilamiento de 50 antiguos revolucionarios que se habían aliado a las tropas gobiernistas y la toma militar del poblado de Jonacatepec. Peticiones cumplidas por Guajardo (8 y 9 abril), tras consultar con sumo sigilo a Carranza y González. Y Zapata cayó en el tinglado.
El asesinato ruin
Tras conseguir la confianza de Zapata, el coronel Guajardo le obsequió un caballo alazán llamado el As de Oros y le ofreció un gran cargamento de balas, ubicadas en una hacienda conocida como San Juan Chinameca.
El general accedió a ir, aunque varios correligionarios le advirtieron sobre la sospechosa actitud de Guajardo. Después de vigilar por varias horas, a las 2 p. m. del jueves 10 de abril de 1919, Zapata y diez de sus escoltas ingresaron a la casona de la Hacienda Chinameca, momento en que Guajardo ordenó entonar tres notas de clarinete en su honor.
Luego de la última nota musical, numerosos soldados de Guajardo apostados en la azotea, pasillos y patio de la hacienda, dispararon contra Zapata, quien fue acribillado de 20 tiros (Damirón, Manuel, Asesinatos políticos en México, 2008). Luego, Guajardo ordenó ingresar el cuerpo y cerrar las puertas del lugar.
Ese mismo día, el cadáver de Zapata fue trasladado en mula al municipio de Cuautla para presentarlo al general González. Este último se lo comunicó al presidente Carranza, quien premió al coronel Guajardo con 50.000 pesos de plata y el grado de general. Posteriormente, el cuerpo fue exhibido y fotografiado en el Cuartel de Policía para que cundiese la noticia de su asesinato. Se le sepultó el 12 de abril en el cementerio de Cuautla; es más, su sepelio fue filmado por orden de González.
En 1920, Carranza y Guajardo fueron asesinados, mientras que González fue expulsado de México. En 1932, la osamenta de Zapata fue inhumada en un mausoleo de la plaza Revolución del Sur (Cuautla), razón por la que, a cien años de su muerte, sus restos no están en el afamado Monumento a la Revolución Mexicana en Ciudad de México.
*El autor es coordinador y docente de la Cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Costa Rica e integrante de la Sociedad de Amigos de la Academia Mexicana de Historia.