Como el tiempo corre más veloz que lo deseado, como seguramente pensaría el propio poeta, ya desde hace media centuria Carlos Francisco Monge ha encontrado en su pluma la herramienta para tallar con consciencia cada palabra con que ha construido su obra poética. Este poeta, ensayista, profesor universitario y crítico literario ha presentado una poesía que entrelaza la tradición literaria costarricense con la de otras latitudes.
Dueño de una pluma autocrítica, sus poemas sobre el oficio de escribir han sido recurrentes desde sus páginas iniciales. Monge hace transitar a la poesía costarricense por los caminos de la universalidad moderna sin descuidar el análisis reflexivo sobre los problemas y virtudes de una sociedad construida y mediada por la palabra.
Espejo de aumento (2024), que acaba de publicar el sello H&H Editores, no solamente da cuenta de una obra poética madura y consolidada, sino que vuelve a poner sobre la mesa de discusión una preocupación estética del poeta anunciada previamente en títulos como La tinta extinta (1990), Enigmas de la imperfección (2002), Nada de todo aquello (2017) y Cuadernos a la intemperie (2018).
Son páginas en las que se despierta la reflexión en torno al proceso de crear con la palabra. Desde el título, se asoma en el texto una metáfora que alude a la urgencia del poeta para autocontemplarse en su ser y en su oficio. Tendrá el lector ante los ojos un fajo de poemas que lo llevará a comprender los artificios que encierran las palabras, pero, además, el tino con que el poeta —nunca como una tarea acabada— las escoge, las moldea y las transforma para dar sentido a aquellas realidades y experiencias consideradas universales por ser humanamente cotidianas.
Algo se dice y algo se cubre
Quien habla en estas páginas sobre Monge ve la poesía como un ejercicio expresivo, estético y, por ello, comunicativo, meticuloso y consciente: es la voz del poeta; jamás el tratado, la doctrina o la advertencia moral. Así escribe el poeta. Para esto, adopta al menos dos formas posibles: el llamado, que lejos de ser entendido desde el solipsismo ni del narcisismo ramplón, se transmite como una apelación comunicativa que interrumpe la torpeza innata de la cotidianidad del poeta como individuo social, cohabitante de una colectividad anodina e incauta.
También será poesía aquello a lo que el poeta le imprime movimiento, formas fluidas y hechas fuerzas que transitan la realidad de lo humano; al hacerlo resignifican su existencia y su entorno. Esto último hace pensar en la presencia de una poética de la creación definida a partir de un elemento sine quan non: la conciencia escritural entendida como habilidad, como ejercicio verbal, no tanto como inspiración o pose emotiva sin asideros.
La lógica de esta poética encuentra en las palabras una materialidad ineludible que, a su vez, manifiesta al poeta como orfebre que diseña y da vida a un mundo de realidad léxica. Recuerda, este último aspecto, que la sociedad ha de ver en el verdadero poeta al hacedor, al amanuense: transforma los sentidos de la realidad y elimina el prosaísmo natural de la realidad en la que el poeta funge como mediador.
Voces y ecos acompañantes
Entender lo metapoético en Carlos Francisco Monge implica afirmar que no hay temor alguno en este escritor de mostrar sus influencias literarias. Esto es un aspecto que define, también, los límites entre los cuales se entiende su poesía. Abiertas las páginas de Espejo de aumento, el lector alerta precisará la presencia que tanto la aurisecular como la poesía española contemporánea han tenido en la obra de nuestro poeta costarricense.
Por su búsqueda de una semántica precisa, por el abandono de lo egocéntrico y por el valor y significado de su discurso poético, saltan, como voces en off, los versos españoles como los de Quevedo, Bousoño, Hierro, García Lorca, Aleixandre, Cernuda y Rodríguez. En consecuencia, el acto de escritura es de suyo un proceso caracterizado por la búsqueda de lo ecuánime, en el que los excesos y los solipsismos, como también los narcisismos inoportunos, han de dejarse a un lado. La literatura, en general, desde estas consideraciones, no es etérea, rehúye la idea de lo trascendente, pues se incorpora con la realidad cotidiana como una versión más de lo real. Para Monge, este proceso reflexivo —la escritura— debe guardar congruencia con la autenticidad, lírica y emocional, capaz de rebasar y borrar todo signo de egolatría, tan lejana en la voz poética de Monge.
…si sus palabras van directo, igual, a los gusanos…
Si bien hay una conciencia en Monge de que el poeta produce palabras para vencer al tiempo, imborrables, aunque exista la voluntad de hacerlo, también pone al lector frente a una contradicción: las palabras son perecederas, mueren y el tiempo llega a desgastarlas. Saber dudar, pero también rendirse ante su caducidad, forman parte de la conciencia del poeta sobre su papel en el mundo y como mediador de significados y sentidos culturales, porque «el poeta, si es poeta, calla; …. / [l]e dan vuelta las palabras, / y él las mira a los ojos, las mide, las escudriña …/ sin más promesa que el viento». Este es uno de los aspectos transversales de la poética de creación en Monge.
Entre poeta y lector: un juego convenido
Como parte de la conciencia metapoética que se ofrece en Espejo de aumento, el poeta acude a la invención de un hablante que entabla una relación lúdica con el lector, quien debe ser ávido y sensible para percibir y aceptar un juego en el que ha de sentirse en condiciones de reconocer oportunamente los guiños del humor, la sátira y la ironía como aspectos de un discurso poético que se desmarca de la otra poesía: la del yo y, con ella, de los otros poetas, los que escriben sobre su propia vida y hasta pendientes de los elogios y lauros.
Este juego se advierte desde el «Pórtico», tomado de Enigmas de la imperfección (2002) y que en este nuevo tomo es un juego de entrada al texto y en el que hay una exhortación al lector, pues la lectura se entiende como aventura de la imaginación, para descifrar lo oculto, el juego, las verdades disfrazadas de palabras y sentidos que son todo menos completos ni absolutos. Así, la lectura es la cereza del pastel en la creación literaria entendida como génesis de un proceso de interpretación del mundo. Así, que «Alguien siempre quier[a] decir; siempre quier[a] cantar» es la puerta de entrada a un mundo cuyo ser se cifra en las palabras, como material de un arquitecto de sentidos y mundos posibles.
Esta nueva selección de poemas metaliterarios condiciona —en sus mejores términos, claro—a quien lea y a quien escriba sobre la poesía que en el texto encontrará. Es un discurso que exhorta a su receptor a configurar categorías descriptivas que descarten los tópicos de apreciación tradicionales diseñadas para la poesía solipsista y sensacionalista, de la cual se aleja con evidente conciencia Espejo de aumento, en el que se nos ofrece la Poesía, esta vez sí con mayúscula.