“Viajero: has llegado a la región más transparente del aire [...] En su Ensayo Político, el barón de Humboldt notaba la extraña reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica”.
Con dichas palabras, el ilustre literato y académico mexicano Alfonso Reyes, narra en su célebre libro Visión de Anáhuac, la descripción que el científico germano Alexander von Humboldt hizo del Valle del Anáhuac al visitarlo en 1803-1804 y que plasmó en su obra de 1811: Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España.
Mismo viaje en el que Humboldt quedó maravillado con la riqueza cultural de la Ciudad de México allí asentada y, sobre todo, con el acervo de la antigua capital sobre la que se fundó, siglos atrás, con el nombre de Tenochtitlan.
Así, con motivo de las siete centurias de su creación en marzo de 2025, se presentan los antecedentes, personajes y peculiaridades que propiciaron el surgimiento de uno de los hitos más importantes de la historia de nuestro continente en particular y de la humanidad en general.
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El origen primigenio de Tenochtitlán
Como resultado de una concatenación entre mitos y relatos, se narra la antigua existencia de un sitio llamado Aztlán, cuyo nombre proviene de los vocablos de origen náhuatl astatl (garza) y tlan (lugar), lo que derivó en su denominación como lugar de las garzas o lugar de la blancura.
Sitio cuya localización no se ha establecido aún, pero que, hipotéticamente, se ubicó al noroeste de México, consistiendo en una isla rodeada de cañaverales y fauna, cuyos habitantes, por su locativo, eran llamados aztecas, dividiéndose a lo interno en varios calpullis (barrios).
No obstante, vejaciones de las autoridades contra estamentos inferiores provocaron el abandono de Aztlán por diversos grupos. Así, según su tradición, una de esa tribus estuvo liderada por el dios-sacerdote tutelar Huitzilopochtli (de huitzilin: colibrí y opochtli: izquierdo), quien les indicó salir de Aztlán hacia el sur en busca de una nueva tierra.
Viaje que comenzó hacia el llamado año 1 pedernal (1111-1116 d.C.) y bajo la guía espiritual de Huitzilopochtli, cuyas palabras, transmitidas a los caudillos a través de visiones, les sirvieron de aliciente al indicarles que, tras un período de incidencias y vicisitudes, su nuevo territorio estaría en el sitio en que atestiguasen un peculiar evento: un águila devorando a una serpiente encima de un nopal erigido sobre una roca.
El extenso periplo del pueblo azteca
Desde el inicio de su viaje, el grupo azteca se dirigió a un sitio ya conocido por ellos, pues, tras cruzar el agua que rodeaba a Aztlán, fueron al monte sagrado Colhuacan (lugar de los antepasados), en cuyo interior estaba el sitio hierático Chicomoztoc (de chicome: siete y oztotl: cueva).
Lugar ese último de especial relevancia para todos los habitantes de Aztlán, pues, siempre según su cosmovisión, en esas siete cuevas habían sido engendrados, en antaño, por designio divino. De seguido y en compañía de otras tribus, continuaron su periplo.
Sin embargo, después de varios años de difícil travesía, los seguidores de Huitzilopochtli se separaron de los otros grupos y, tras un primer sacrificio humano en su honor, dicho dios les ordenó abandonar el gentilicio de aztecas y sustituirlo por el de mexicas. Cambio surgido del vocablo mexitl, el cual se utilizaba también para referirse a esa deidad.
Ya hacia el primer cuarto del siglo XIII, los mexicas arribaron al antes citado Valle del Anáhuac (de atl: agua y nahuac: cerca de), desde cuyas montañas contemplaron una inmensa cuenca hidrográfica y se dirigieron a uno de sus lagos llamado Texcoco (de: texcalli: risco y tlacolt: jarilla), donde comenzarían la parte más trascedente de su peregrinación.
Para el arribo de los mexicas, tanto las orillas del lago Texcoco, como las de los aledaños Xochimilco y Chalco, se encontraban habitadas por otros grupos tribales, razón por la que no fueron bien recibidos, debiendo entonces ubicar un sitio cercano para domiciliarse.
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Al respecto, fue hacia 1280 cuando se asentaron en una gran colina, dado sus varios manantiales que emanaban de sus laderas, como su altura estratégica. Asimismo, un factor montaraz hizo que la llamaran Chapultepec (de chapulin: saltamontes y tépetl: cerro), pues, en efecto, gran cantidad de dichos insectos pululaban en su flora.
Empero, la permanencia de los mexicas en Chapultepec fue corta, pues en 1299 fueron expulsados por dos tribus rivales, lo que los obligó a regresar a su peregrinaje errabundo, además de sufrir las constantes acechanzas de muchos de las otras agrupaciones aborígenes.
Mas, con el paso del tiempo y después de varios pactos con la realeza de uno de los pueblos (Culhuacán), fungieron como sus soldados, destacándose entonces por su fiereza y técnica militar, por lo que, de modo paulatino, se les permitió establecerse en algunos sitios inhóspitos del lago Texcoco. No obstante, dicha alianza también resultaría efímera.
Con la supuesta idea de consolidar su nexo, los mexicas pidieron a Cóxcox (rey de Culhuacán) que su hija se casase con un joven azteca, pero, tras acceder, ella fue asesinada en honor a Huitzilopochtli, lo que desató una guerra feroz contra los mexicas, quienes tuvieron que huir.
Fue entonces en la búsqueda de un nuevo hogar y bajo la guía del caudillo-sacerdote Tenoch (de: te: piedra y nóch: tuna), cuando los mexicas avistaron algo que los dejo perplejos: en un islote del lago Texcoco se hallaba una piedra y un nopal sobre el que un águila desgarraba a una serpiente.
De seguido y tras atestiguar la profecía que Huitzilopochtli les había emitido casi dos siglos antes, los mexicas se inclinaron ante al águila y proclamaron que allí construirían su asiento definitivo. Sitio que, por sus peculiaridades geográficas, guardaba gran similitud con la otrora Aztlán.
Así, como fecha exacta de dicho acontecimiento, la mayoría de las fuentes arqueológicas e históricas, así como algunas documentales que han pervivido hasta el presente (códices y pergaminos), coinciden en el año 1325 como la data más verídica. Mientras que, en cuanto al día y el mes, pero sin sustento probatorio, el 13 de marzo ha sido convencionalmente aceptado.

El ascenso imperial después de Tenoch
Una vez instalados en el islote, Tenoch ordenó la construcción de un primer templo en honor a Huitzilopochtli. Además, dada su precaria pequeñez tribal, se dirigió al señorío de Azcapotzalco (el más importante de la zona lacustre) y se sometió a su mandato.
Tras la muerte de Tenoch (1363), se escogió a Acamapichtli (empuñador de la caña) como primer monarca mexica (1367) con el título de Huey Tlatoani (gran orador), siendo bajo su mando, cuando la capital mexica fue bautizada como Tenochtitlán (lugar de la tuna en la piedra) en honor a su antecesor.
En 1391 el trono fue asumido por Huitzilíhuitl (pluma de colibrí) y para 1415 por Chimalpopoca (escudo humeante), quien fue sucedido, en 1427, por Itzcóatl (serpiente de obsidiana), en cuyo reinado los mexicas, junto con los pueblos de Tacuba y Texcoco vencieron a Azcapotzalco, convirtiéndose en el ahora imperio mexica.
Desde 1440 el poder fue ejercido por Moctezuma Ilhuicamina (señor-flechador celestial) y, de modo sucesivo, por Axayácatl (cara de agua; 1469), Tízoc (pierna enferma; 1481) y Ahuízotl (espinoso del agua; 1486), siendo bajo este último cuando su Huey Teocalli (gran templo) alcanzó su mayor dimensión, situándose dos adoratorios en su cima para honrar a Huitzilopochtli y Tlaloc (deidad de la lluvia).
A partir de 1502, el trono se depositó en Moctezuma Xocoyotzin (señor respetable), quien, el 8 de noviembre de 1519, fue el primer Huey Tlatoani que entró en contacto con los españoles y el conquistador Hernán Cortes en Tenochtitlan.
Tras la muerte de Moctezuma (junio, 1520) y ya en plena guerra contra las huestes hispanas, el cargo real recayó en Cuitláhuac (dueño de excremento), quien murió en noviembre del mismo año por la epidemia de viruela que los españoles propagaron en la capital mexica.
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El 25 de enero de 1521, Cuauhtémoc (águila caída) asumió el trono mexica, iniciando una fortísima resistencia contra Cortés y sus soldados, hasta ser vencido el 13 de agosto del mismo año. Hecho que lo convirtió en el último Huey Tlatoani (siendo luego asesinado en febrero de 1525), así como en la causa de la conquista y destrucción de Tenochtitlán.
De seguido, la antigua metrópoli mexica fue rebautizada por Cortes como Ciudad de México. Nombre surgido de mexitlco (lugar de mexitl) por su ya explicada asociación con Huitzilopochtli o metzxico (conjunción de las primeras sílabas de metztli: luna, xictli: centro y co: lugar) por la representación simbólica del reflejo lunar en el lago de Texcoco como señal divina.

La herencia perenne de Tenochtitlán
Casi 270 años después un hecho fortuito revivió al pasado. Ya que, tras sepultársele en la conquista, en 1790 se descubrió, en la Plaza Mayor de Ciudad de México, una enorme piedra circular esculpida. Por ello, cuando el ya citado científico Alexander von Humboldt viajó a la capital mexicana, quedó impactado con dicho objeto, por lo que indagó sobre su origen ancestral.
Al respecto, von Humboldt coligió que la escultura era un calendario y teorizó sobre su hechura azteca dado el entonces casi nulo saber de esas temáticas, razón por la que el vocablo azteca comenzó a usarse para referirse a la en realidad cultura mexica, pues von Humboldt fue el primer no mexicano o español que usó ese locativo, el cual se generalizó dada la fama mundial de dicho personaje.
Así, al conmemorarse en 2025 los siete siglos de Tenochtitlán, su impronta permanece incólume no solo como la urbe más desarrollada de la historia precolombina, sino en el actual escudo de México, cuya iconografía es un homenaje permanente a su distinguido pasado.
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