Nada mejor que la constancia. Descubrir un nuevo local siempre es una alegría, pero saber que se puede volver a los mismos placeres una y otra vez no tiene precio. Eso me ha ocurrido a lo largo de los años en Café Anka, un cálido restaurante en Curridabat.
Marina Bektásheva y Ana Tavgazova empezaron a servir delicias de Georgia y Rusia desde el 2001, y aunque con los años han cambiado el local y partes del menú, mantienen los sabores penetrantes de la cocina tradicional de su región, que ya se hicieron costumbre para los vecinos. Ya los pelmeni no son exóticos, sino un antojo recurrente.

La primera vez que disfruté el caviar, las sopas y los blinis de Café Anka fue en el 2018, cuando la fiebre por Rusia ponía a los ticos a buscar su cocina. Pero he regresado múltiples veces y hasta compré una hermosa muñeca elaborado con el mismo exquisito cuidado que preparan la comida.
¿Qué encontrará en el menú? Pues una selección de cocina tradicional, alguna atenuada a gusto local (hay platos del día), pero de todos modos una oferta accesible y sabrosa, que incluye algo de pescado, carnes y postres.
Una buena forma de empezar es probando los pelmeni, empanadillas rellenas de queso, pollo o res, servidos con crema agria (también se sirven en sopa). Aquí se entiende lo de comida casera. Rodeados de plantas, flores y hasta uvas verdes, sentados en las mesitas de Anka, la mente viaja al Cáucaso y vuelve al plato para probar dolma, otro plato de la región, hojas de uva rellenas de carne. El beef stroganoff, clásico de la cocina rusa diseminado por el mundo, rebosa sabor, con una salsa balanceada con abundantes especias.

Luego, puede explorar platillos como el cerdo maple, el salmón al estragón o el pescado en salsa blanca con alcaparras y eneldo. El caviar, claro, como inmersión en esos sabores marinos que enriquecen la gastronomía de aquellas tierras.
Y las sopas, cómo no, que calientan el corazón y disponen el paladar a la exploración de una propuesta gastronómica que, como la de otras comunidades migrantes en nuestro país, ya son parte de nuestro paisaje culinario, costumbre y deseo.

Café Anka se localiza 75 m al sur de Pops, en Curridabat, en una bella esquina, con mesitas alegres de hierro y un saloncito principal con abundante decoración del Cáucaso. Es una manera de conocer otra cultura, claro, pero también de darse cuenta de que somos más cercanos de lo que creemos usualmente. Estaría dispuesto a que comida tan buena como la de Anka fuera mi comida casera.
