Las sutilezas del carácter excluyente e inicuo en el quehacer humano, aunque se exija la excelencia, peligran convertirlo, como por encantamiento kafkiano, en una ordinariez.
Desde mi visión pueril, la esencia de lo sutil huele a lo apenas perceptible como la estela del aroma de un perfume; es percibido en el susurro pronunciado, rastro de lo dicho; reside en la memoria, recinto de lo vivido.
Lo sutil se impregna en la piel sin abultamientos, cincela el pensamiento sin recovecos o subterfugios, centellea en la mirada franca del que tiene a bien dedicarle su preciado tiempo al entorno para descubrir, y aún más entender, al que está dos pasos atrás y al que va veinte delante. Si todos fuéramos someramente sutiles, este mundo no tendría tantas rasgaduras.
Aberrante es la sutileza manoseada hasta la deformidad por el egoísmo e interés minúsculamente personales. Esta tan lamentable impronta asoma sus insaciables fauces en casi todas las plataformas humanas: ética, política, educación, deporte.
Sutil mercadeo de carreras universitarias atiborradas laboralmente, sutil promesa de metas deportivas a expensas de sacrificios personales sin desvelar un norte excluyente per se... Con sutileza nos despiden, con sutileza nos engañan, con sutileza quedamos desalmados y a la deriva, excluidos de procesos dignos.
Sin sutilezas transparentes, sin maquillaje alguno y en igualdad de oportunidades, la vida sería un baladí o, en todo caso, una ordinariez, y, peor aún, un vil engaño.
De sinuosos discursos gubernamentales se está hasta el copete. Para aquellos que no vivimos en el Olimpo, la sinuosidad verbal podría parecernos ahogante con el libre uso de imperativos marinados a lo costarriqueño y servidos en una cama de abundante petulancia.
Se escuchan, aunque ya menos, los perros ladrar, aquellos que dan aviso de un avanzar en el camino, tal y como se le atribuye a don Quijote haber dicho a su escudero, Sancho Panza.
Cabalgar juntos en el camino de la vida es lo que surca nuestra historia, atendiendo los buenos consejos, respetando la sabiduría del sentido común y la bondad humanas, perfilando una agenda para el país, pero, principalmente, para beneficiar a los más necesitados.
La autora es literata francesa.