
Me pasa a menudo: me encuentro con amigos en un centro comercial, o me tomo una cerveza con excompañeros, converso con algún colega cuando coincidimos en una actividad y, en medio de la conversación, muchos de ellos me tiran la pregunta: ¿por qué hablás contra el gobierno en redes? ¿Por qué compartís noticias de algunos medios o incluso por qué criticás la línea informativa complaciente de algunos periodistas?
Y la primera respuesta –posiblemente y lamentablemente– me la están dando ellos mismos con su pregunta. El solo hecho de que vean mi costumbre como algo peligroso o poco prudente nos dice que en el fondo hay miedo, que por eso ellos no lo hacen, aunque muchos admiten concordar con mi posición.
Hace un par de semanas, una encuesta confiable del Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop), en El Salvador, reveló que en ese país seis de cada 10 personas temen hablar mal de Nayib Bukele y su gobierno en redes sociales o en cualquier otro medio.
Es allí donde no quiero que lleguemos nunca, pero es ese el destino final de la ruta preconcebida en el manual de los autócratas que se ha distribuido por el mundo entero. Es uno de los primeros pasos: callar las voces disidentes o al menos llevarlas a autocensurarse. Y antes de seguir, aclaremos que no se trata de confrontación partidaria, se trata de defender la democracia que, en medio de sus imperfecciones, nos ha permitido vivir como hasta hoy.
La misión de debilitar
Ya no hay duda alguna: el uso de redes sociales debilitó a los medios tradicionales, y quienes mejor han aprovechado eso a su favor son los autócratas, que ven en ellas una mina de oro para evitar la intermediación del periodismo serio y analítico y hacer llegar a su público solo lo que les conviene y les ha funcionado.
El experto español Antoni Gutiérrez-Rubí menciona –citando otra encuesta respetable– que, en las elecciones estadounidenses de 2024, Kamala Harris ganó por 8 puntos porcentuales entre quienes siguen las noticias, pero, en contraste, perdió por 19 puntos porcentuales entre los que no se informan.
Entonces, la respuesta populista es esperable y se enfoca en hacer todo lo posible para que la prensa tradicional confrontativa y con verdaderos valores periodísticos se siga debilitando porque es la que no les funciona. Y, para ello, la insultan cada vez que pueden, la coaccionan cuando les es posible y recurren a la burla y el ataque personal de los periodistas que la representan y no se pliegan a la línea desinformativa del gobierno.
Paralelamente, inundan sus canales digitales propios en las redes con diferentes estrategias que incluyen desde la aparición misteriosa de supuestos medios alternativos que no son más que porrismo pagado y destinado a confundir –pero disfrazado de información–, pasando por los ya conocidos troles –a sueldo o no– (algunos al menos monetizan sus vulgaridades) y llegando a lo que se puede llamar la “prostitución profesional de algunos medios”. Esto último es, posiblemente, lo más tentador para un autócrata, porque se presenta precisamente como lo que él odia, que es el periodismo tradicional, pero con fines meramente propagandísticos y así provoca confusión entre el público que no sabe qué está pasando detrás y se atiene a la credibilidad que alguna vez tuvieron esos medios.
Pero esa apuesta por las noticias falsas o con verdades a medias que sirven de promoción oficial no es la gran idea de Zapote; es una copia del manual. El mismo Gutiérrez-Rubí menciona que, según la organización Newsguard, en el caso de Estados Unidos, para junio de 2024 funcionaban 1.265 portales con esas características, cifra que supera los 1.213 periódicos locales que quedan activos en ese país.
Lo poco que uno puede hacer
Todo esto, para volver al inicio, a lo que me trajo a escribir para responder a las preguntas que me hacen con frecuencia. Hay un furioso intento del gobierno para evitar que la información verdadera, la que los puede poner en evidencia, llegue al público sin que ellos puedan intermediar. Lo hacen saturando las redes con las versiones de su conveniencia y por los canales que controlan.
Luchar contra eso es difícil, pero si hoy que, por fortuna, aún podemos expresarnos en esas mismas plataformas haciéndolo basados en hechos, en datos, con el respaldo de medios que se saben confiables y con responsabilidad, pues al menos yo, que defenderé nuestra acechada democracia con uñas y dientes, me siento responsable de tratar de que la verdad llegue a más personas.
Y por supuesto que tengo claro que no soy un influencer al que seguirán miles, pero hay algo que a veces olvidamos, posiblemente por esa misma saturación que genera el que gobierna: en la primera ronda electoral de 2024, el actual presidente obtuvo 351.453 votos, que equivalían a menos del 10% del padrón electoral.
En la segunda ronda, ya con solo dos aspirantes en competencia, su triunfo se dio con el 29,5% del padrón.
Entonces, si pensamos que hay una considerable mayoría que no dio su apoyo al que ganó, podemos creer que si cada uno de los que estamos preocupados por el peligro antidemocrático que nos amenaza logra convencer al menos a una persona, a una sola, de que esto no es un juego, mantendremos viva la esperanza de conservar la Costa Rica que se nos está escapando.
Por eso es que opino en redes; por eso es que reproduzco la información verdadera y constatable de los medios responsables que sobreviven; por eso procuro evidenciar las mentiras y verdades a medias. Espero, entonces, que quienes me lo han preguntado entiendan que lo hago porque no sé hasta cuándo podré seguir haciéndolo sin miedo.
alvabon68@yahoo.com
Eduardo Alvarado es periodista.