
En julio del 2021, tras ser proclamado candidato presidencial de la coalición izquierdista Apruebo Dignidad, Gabriel Boric pronunció una frase lapidaria: “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo en Latinoamérica, también será su tumba”. Cinco meses después, en la segunda vuelta electoral, se impuso por el 55,87% de los votos al candidato de derecha dura, José Antonio Katz. Con 35 años, se convirtió en el presidente más joven en la historia de su país.
Tan contundente triunfo no avalaba, necesariamente, el realismo de su frase. En cambio, sí se nutrió del descontento con el modelo económico vigente (aunque con grandes justes) desde la dictadura de Augusto Pinochet.
El pasado domingo, el panorama cambió radicalmente. La izquierda chilena, agrupada en una nueva alianza –Unidad por Chile– y con la comunista reformada Jeannette Jara como abanderada, sufrió su peor derrota electoral desde la reinstauración de la democracia. Con 26,8% respaldo, Jara ocupó el primer lugar entre ocho aspirantes, y Katz, el segundo, con 23,9%. Sin embargo, la suma de votos de los tres candidatos derechistas supera ligeramente el 50%, y torna altamente probable que el neoliberalismo al que Boric dio por muerto regrese al poder con ímpetu social ultraconservador.
Por otra parte, el 13 de abril de este año, en Ecuador, el derechista Daniel Noboa, de Alianza Democrática Nacional, se impuso en segunda ronda a Luisa González, candidata de una alianza de izquierda afín al autocrático expresidente Rafael Correa. Obtuvo casi el mismo respaldo que Boric cuatro años atrás (55,63%); y, en edad, apenas lo superó en dos años al llegar a la presidencia.
También el domingo, Noboa sufrió un contundente revés en las urnas. Contra los errados pronósticos de la mayoría de encuestas, los ecuatorianos derrotaron de manera enfática cuatro propuestas que había planteado en un referendo, al que convocó luego de que los tribunales frenaran varias de sus iniciativas, por considerar que eliminaban derechos fundamentales. La posible convocatoria a una Asamblea Constituyente fue rechazada por 60,58%, y el “no” también se impuso cómodamente contra la posibilidad de autorizar la presencia de tropas extranjeras en el país, la eliminación del financiamiento estatal a los partidos políticos y la reducción en el número de diputados.
Ambos procesos fueron muy diferentes entre sí, pero poseen, al menos, dos elementos en común. El primero es la enorme volatilidad que pueden alcanzar las preferencias ciudadanas, capaces de convertirse en severos “ajustes de cuentas” electorales hacia las personas y propuestas que corto tiempo atrás gozaron de gran apoyo; el segundo, la forma ejemplar en que se condujeron ambas votaciones, y la rápida aceptación de los resultados por los contendores. La democracia funcionó.
En el trasfondo de la volatilidad están, entre otros factores, el debilitamiento de los partidos; las identidades políticas forjadas alrededor de temas específicos, más que de visiones integrales; el impacto inmediato de inquietudes o problemas concretos, y la dinámica de las plataformas digitales y redes sociales.
El ascenso de Boric fue, en gran medida, producto del masivo movimiento de protestas socioeconómicas, con gran participación joven, que conmovió a Chile entre octubre del 2019 y marzo del 2020. El presidente de entonces, Sebastián Piñera, de la centroderecha tradicional, entendió que no bastaba con poner orden. Se abrió así el camino a dos procesos constituyentes, entre el 2020 y el 2023, que fracasaron en las urnas: el primero, por su izquierdismo identitario irrealizable; el segundo, por sus rasgos autoritarios inaceptables.
El gran producto político tangible de la protesta fue la elección de Boric. Las expectativas que abrió se vieron frustradas pronto, sobre todo por un alicaído crecimiento económico y un incremento en la inseguridad, que ha llegado a convertirse, por mucho, en la principal preocupación de los chilenos. Su abordaje fue parte de todas las campañas, pero Katz y los demás candidatos derechistas resultaron los más convincentes con sus fórmulas.
El cambio de tendencia se reflejó también en las elecciones para renovar los 155 integrantes de la Cámara de Representantes y la mitad del Senado, donde el conjunto de la derecha quedó en excelente posición. La gran sorpresa fue Francisco Parisi. Con un indefinido populismo antipolítico se ubicó en el tercer lugar de la votación presidencial, y su Partido de la Gente pasó de ninguno a 14 diputados. Su éxito es otra señal de las decrecientes identidades partidistas.
Chile queda a la espera de la segunda ronda, el 14 de diciembre, que generará mayor polarización en un electorado alejado de las opciones más moderadas, tanto en la izquierda como en la derecha. En Ecuador, Noboa deberá recalibrar sus políticas, en particular sus ímpetus de “mano dura” contra la inseguridad. Además de muy poco eficaces y a menudo arbitrarios, han despertado rechazo ciudadano, como demostró el referendo. En ambos casos, las pugnas se han resuelto en las urnas, y esto, más allá de preferencias concretas, es digno de resaltarse y celebrarse.
