Uno de derecha, otro se dice de izquierda, pero, igualiticos. Alejandro Giammattei y Daniel Ortega gobiernan en Guatemala y Nicaragua con una galopante corrupción y, para ocultarla, recurren a la misma receta: silenciar a periodistas o medios de comunicación que se atrevan a denunciar sus descaros y destapar lo que son.
De Daniel Ortega y Rosario Murillo es conocido que, de pobres guerrilleros con discurso preciso para endulzar a las masas, se convirtieron en magnates a costa del humilde pueblo. Compraron, así, a marionetas en el tribunal electoral, poderes legislativo y judicial, ejército y prensa. Y, como no pudieron torcer el brazo al incómodo diario La Prensa, lo desaparecieron al montar un caso de lavado de dinero contra sus propietarios.
Giammattei aplicó la misma farsa con El Periódico, el diario de Guatemala reconocido por investigar y denunciar. Hace diez meses, en solo 72 horas, orquestó un caso de lavado de dinero contra el fundador y director José Rubén Zamora y, para concretar la venganza, usó en los meses siguientes su poder político para asfixiar económicamente al medio de comunicación. Lo mató el lunes.
El diario tenía una trayectoria de denuncia. Divulgó los escándalos de sobornos que dieron paso a la caída de Otto Pérez Molina, en 2015, y en el caso de Giammattei publicó, en dos años de mandato, 144 noticias que ponen al gobernante como receptor de un millonario soborno de ciudadanos rusos interesados en una concesión portuaria (le habrían enviado a su casa una alfombra que enrollaba dinero) y negociaciones opacas por la compra de vacunas rusas contra la covid-19 (Sputinik V).
Con tal de obtener prebendas, tanto en Nicaragua como en Guatemala, las cámaras patronales y sindicatos dieron la espalda a la canallada de esos dos regímenes dictatoriales y autócratas. Y, lo que no midió el Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), de Nicaragua, es que terminarían igual: Ortega también los aniquiló.
La Centroamérica que compartimos está atravesada por autoritarismos en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Y la indiferencia es el peor enemigo. Los costarricenses debemos preocuparnos por lo que ocurre en el vecindario, porque, la receta es contagiosa.
El autor es jefe de Redacción de La Nación.

