¡Que hoy nada nos arrebate una sonrisa! Agobiados entre caminos truncos y casi sin ánimo de completar jornadas interrumpidas, llegó una pandemia a paralizar la vida. Falta mucho para que alcancemos la equidad predestinada por nuestro campechano imaginario. Pero no todo es congoja. La noche no termina.
Es el día de la patria. Nuestros sueños son más grandes que esta pesadilla. Contra viento y marea, enarbolamos siempre un sentido de pertenencia a la concordia, nuestro supremo orgullo. Debemos celebrar nuestra convivencia serena. Por fuerte que se agiten vientos y por violentos que se encabriten mares, nadie arrebatará de nuestras costas la armonía. Esa es la marca país que pusimos indeleble en el mapa humano de la tierra. ¡Venga, pues, esa sonrisa! Abracemos a la madre patria, agradecidos del verde vergel donde nacimos.
Pero ¿qué patria saludamos? Estamos en un momento histórico. Tenemos necesidad apremiante de revisiones profundas. A un año del bicentenario se nos viene encima la acumulación abrumadora de todo lo que hemos hecho a medias, inacabado, incompleto por miedo de romper la paz social. Pero es la pusilánime reticencia al cambio la mayor amenaza de nuestra tranquilidad. ¡Por Dios! ¿Somos pacíficos o simplemente cobardes?
La historia que heredamos se construyó con gestos audaces. Un prócer nos alentó, a tiempo, a una guerra inevitable, contra el filibustero. Esta patria también viene de ahí, porque no se quedó Juanito Mora deshojando margaritas mientras calculaba lo que era políticamente viable. Nosotros, en cambio, hemos llegado a tal punto de aversión al riesgo político que estamos entumecidos, incapaces de poner la proa visionaria hacia una estrella. La patria debe celebrarse abriendo trocha.
Estamos paralizados por instituciones obsoletas y lo sabemos. Tenemos grandes activos que nos sacarían del peor trance transformativo. Pero calda quien se atreva a dar un paso ante la amenaza de un retrógrado callejero. Ver hacia adelante no es opción, sino imperativo ineludible. Es antes o después. Cuanto más tarde, más duele. Es la hora de la patria insumisa ante burbujas de prejuicios trasnochados. ¿Quién da un paso al frente? Todavía nadie, me temo. Es tiempo de ser próceres, no solo de recordarlos.
La autora es catedrática de la UNED.