Los números se han disparado; las nacionalidades se han multiplicado; las causas del fenómeno, diversificado; la capacidad de lidiar con él, casi colapsada. Y la severidad de su impacto crece sin aparente límite. Así me atrevo a resumir la crisis migratoria que aqueja al hemisferio.
Las variables anteriores, que revelan una tragedia humanitaria de raíces estructurales, se concentran y resumen en la frontera entre México y Estados Unidos. Sin embargo, van más allá, porque el tránsito no es solo de sur a norte. Su expresión reciente son miles de haitianos esperando ingreso bajo un puente sobre el río Bravo, junto a una pequeña población de Texas. La consecuencia más cruel, su deportación masiva hacia el país de origen, en condiciones más catastróficas que cuando lo abandonaron. El enviado especial estadounidense para Haití calificó la decisión de «inhumana y contraproducente» y este jueves renunció al cargo. Su rectitud; no obstante, de nada servirá para aliviar la crisis.
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Por años, la gran mayoría de quienes querían cruzar esa frontera eran mexicanos, guatemaltecos, hondureños y salvadoreños. Sin embargo, entre octubre del 2020 y agosto pasado, se les sumaron casi 300.000 migrantes de otras nacionalidades, sobre todo, haitianos, venezolanos, cubanos, nicaragüenses, brasileños y ecuatorianos. Siete veces más que durante el período fiscal anterior. No ha sido casual. El deterioro socioeconómico, la violencia, la represión y el impacto por la covid-19 se han acentuado en sus propios países; también, en otros que han dado cobijo, principalmente en Sudamérica, a millones de venezolanos y cientos de miles de haitianos.
Sur a norte, norte a sur, este a oeste y viceversa: así son de múltiples los flujos; así de graves las consecuencias.
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El gobierno de Biden ha respondido con mano tan confusa, fría y dura como el de Trump. En México, la política es más humana, pero la inseguridad mayor y la represión creciente. En Brasil, Chile y Colombia, la capacidad de absorción ha llegado a sus límites; en Costa Rica aún es manejable, pero puede deteriorarse.
Siempre hemos sabido que el desafío, tanto en los países de origen como de destino, demanda un abordaje multinacional. Nunca ha resultado tan obvio, pero pocas veces han sido tan escasas las voluntades para emprenderlo. La mezcla es alarmante.
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El autor es periodista y analista.