
De los motivos de la fuga de especialistas de la Caja Costarricense de Seguro Social se ha hablado mucho ya, pero, curiosamente, poco se ha profundizado en la posibilidad de que el desgaste profesional sea una de sus principales causas.
El foco de la opinión pública, congruente con las estrategias de polarización del actual gobierno, está puesto en promover la creencia de que los profesionales se van exclusivamente de la institución por un tema salarial. Y así lo ha creído la gente.
A partir de decenas de conversaciones con amigos y pacientes del cuerpo médico –lo que en conjunto representa una exploración cualitativa extensa–, he llegado a algunas conclusiones que me gustaría exponer.
El síndrome de burnout es un fenómeno ampliamente descrito y estudiado en la literatura médica, y se refiere a aquella condición en donde una persona que trabaja en contacto directo con otros individuos, y, específicamente, con el dolor humano, experimenta una pérdida importante de las motivaciones que, en una primera etapa, fueron el motor para ejercer su práctica profesional. Así, se identifican tres dimensiones comprometidas:
Desgaste emocional. Es el componente mejor validado del síndrome, y consiste en la sensación de no poder dar más de sí mismo para la atención de los pacientes. En el estudio que realizamos en la población de médicos residentes y publicado en 2009, este apartado era particularmente elevado en el Hospital Nacional de Niños. “La de hoy fue la última receta que hice en mi vida”, me dijo un colega de otro centro durante el peor momento de su desgaste profesional.
LEA MÁS: Extenuantes guardias médicas y renuncias de especialistas
Baja autorrealización. Es la pérdida de la confianza en las propias capacidades personales e intelectuales. Aunque existen diversos motivos, en lo personal considero que la cultura de la violencia dentro de la formación médica tiene una relación directa con su desarrollo, lo que, por desgracia, en Colombia y en México ya ha cobrado la vida por suicidio de dos médicos residentes. Como ejemplo, un profesional capacitado, con posgrado, pedía en la consulta una evaluación cognitiva porque dudaba de su inteligencia.
Despersonalización. Se refiere a la disminución de la capacidad de empatía y de percibir a la persona doliente como tal, asumiéndola como un número o expediente más. Es quizá un mecanismo de defensa ante tanto desgaste y exposición al sufrimiento emocional y físico. “Ya le pasamos visita al hígado de la cama 23”, se dijo alguna vez durante la visita general de un servicio hospitalario, como queriendo ser ajeno al sufrimiento causado por aquella cirrosis.
Este último apartado también está íntimamente asociado con un fenómeno de disociación, en donde, en términos simplificados, existe una desconexión entre lo que dicen el cuerpo y las emociones y lo que la persona percibe, detecta, valida o identifica. Eso explica por qué alguien plantea que “se le olvida que tiene hambre” o “no siente ganas de orinar” luego de horas de una dinámica laboral demandante, o que no se puedan verbalizar las partes que componen el fenómeno ni exponer con claridad el malestar emocional que se está viviendo. Es un componente básico en la perpetuación del síndrome porque, al no ser detectado, limita la toma de las acciones correctivas adecuadas.
Volviendo a lo que podría estar sucediendo en la Caja –digo podría, porque desgraciadamente no existe un diagnóstico organizacional–, es viable que, en una primera instancia, un grupo de buenos trabajadores hubieran huido de la institución por alguna de las siguientes razones: las viejas dinámicas de poder a las que implícitamente –en ocasiones, muchas– hay que someterse, la pobre gestión de algunas de las jefaturas, la sobresaturación de los horarios de consulta sin replantear modelos de atención más ágiles y eficientes, la dificultad para incorporar las técnicas novedosas que traen los nuevos subespecialistas formados en el exterior, entre otras.
Esto, como es de esperar, desmotivaría y sobrecargaría a las personas que asumen sus tareas con mayor sentido de responsabilidad –privilegiando a quien es menos eficiente–, lo que termina explotando a través de su propia enfermedad, de incapacidades, o de más desbandadas buscando otro empleador. Este ciclo, por lo tanto, se podría ir repitiendo una y otra vez, y creciendo como bola de nieve.
La pandemia trajo, además, un agotamiento extremo al enfrentar una enfermedad que no se conocía, sin tratamientos bien definidos y con el temor latente de contagiar a la familia o de adquirir la infección durante el proceso. En ese contexto, el cuerpo médico pasó de un rol de héroes a uno de plateros, acorde con la campaña de desacreditación que intentaba evitar los ajustes salariales de ley.
En un medio en que la cultura médica propicia la competencia –incluso a pesar de que exija una desconexión de sí mismo con tal de obtener un resultado determinado–, que desestimula la búsqueda de apoyo en salud mental, que no suele incluir durante los años de formación los espacios personales o grupales para una adecuada contención –como, por ejemplo, los grupos Ballint, de tradición europea, para el manejo de casos complejos desde un punto de vista emocional–, es claro que existe una alta probabilidad de que los especialistas se fuguen de la Caja.
¿Qué hacer entonces ante este escenario? Las autoridades tienen la responsabilidad de aceptar que este componente tiene una influencia directa en la salida de especialistas de la seguridad social. Punto.
Eso implicaría, por lo tanto, hacer un diagnóstico formal de la situación y, consecuentemente, un plan de acción remedial. Este podría incluir la negociación para evitar el exceso de tiempo extraordinario –que es la intervención única más importante para reducir el riesgo del síndrome de burnout–, la inclusión estandarizada de acciones preventivas durante los años de formación (la especialidad de Anestesiología es pionera en la instauración de un programa de acompañamiento psicológico en conjunto con una gestión del Sistema de Estudios de Posgrado), la generación de sistemas de detección y seguimiento de cada profesional afectado, la aplicación de IA para reducir el papeleo y el trabajo administrativo, las intervenciones tendientes a abordar la cultura médica prevalente, y el enfoque que contemple el bienestar médico en contraposición con el desgaste profesional.
Nadie se fuga de donde se siente bien: quien se escapa, lo hace porque ve limitada su libertad o percibe que su esencia misma está siendo comprometida. No podemos tapar más el sol con un dedo. Cultura y bienestar médico, síndrome de burnout, salud mental: son temas impostergables.
ricardo.millangonzalez@ucr.ac.cr
Ricardo Millán es médico especialista en Psiquiatría y profesor catedrático en la Universidad de Costa Rica (UCR).
