
Durante el último Congreso Médico Nacional, tuve la oportunidad de compartir un espacio titulado “Bienestar médico: ¿cómo sobreponerse al burnout?”, y también algunas conversaciones personales con colegas, de las cuales extraigo reflexiones valiosas. Hasta donde tengo conocimiento, esta es la primera vez que este evento dedicó tres charlas al tema, un indicador de su relevancia.
En el cuerpo médico tenemos una gran necesidad de hablar al respecto y compartir las vivencias de agotamiento y frustración, siempre y cuando se brinde un ambiente de validación, seguro y de respeto, libre de juicios de valor o de eventuales represalias. Esto lo identifiqué porque los participantes de la sesión, de forma espontánea, prefirieron hablar de sus propias experiencias de desgaste profesional y algunas circunstancias que lo generaron, en lugar de formular preguntas, sin importar la exposición que esto pudiera representar frente al resto de la audiencia. Hablar con libertad no tiene precio, y quizás sea el primer paso para su prevención y tratamiento.
Muchas de las reflexiones extraídas, además, lograron hacerse solo de forma retrospectiva: ni el desgaste ni los detonantes habían sido identificados en el momento; es más: posiblemente eran vistos como esperables –casi presupuestables– y promovidos por la cultura médica prevalente.
Algunos autores anotan al respecto que es usual que el personal que labora en medicina mantenga altos niveles de competencia, sustentados en demandas inicialmente externas, que luego son introyectadas a nivel interno; que existe un alto grado de perfeccionismo y baja tolerancia a la frustración; y que con frecuencia la reafirmación se obtiene a través de los logros tangibles, como la nota de un examen o un grado académico. En esa misma línea, en una ocasión, un colega me comentó: “En medicina, si se trabaja sin freno, uno crece”, al hacer un análisis sobre su propio burnout.
Otro de los aspectos llamativos que surgieron fue la mención de cuando los asistentes, durante su época estudiantil, pidieron ayuda: las intervenciones recibidas normalizaron el malestar que se estaba viviendo –“es que usted está en Medicina”– o incluso los culpabilizaron “por no dar lo mejor de sí mismos”. Esto generó confusión y enojo, y envió un peligroso mensaje que de alguna manera quedó instaurado: el camino debe estar sazonado con una importante carga de sufrimiento –sufrimiento, no esfuerzo ni empeño, que son conceptos distintos–. Es como si el propio malestar fuera un requisito indispensable para alcanzar el objetivo final: graduarse, tener buenas notas, ser reconocidos, etc.; sin este, no existe mérito suficiente.
Al respecto, resalto el rol que tienen los mentores –los verdaderos mentores– para poder analizar estas ideas distorsionadas, y la falta en nuestro medio de un sistema que fomente su existencia y su renovación generacional. En muchos países, la cultura de la docencia organiza cursos de mentoría y dedica espacios agendados y programados para que los estudiantes y residentes reciban la guía correspondiente. Para nosotros, es más una cuestión de suerte toparse con uno de ellos.
Comentarios adicionales expusieron que, cuando se buscó ayuda especializada en salud mental, ya los síntomas ansiosos o depresivos estaban generando una importante disfunción; es como si solo cuando la casa está ardiendo existe el permiso de atenderse a sí mismo. En ese contexto, lo usual era que si existía una expresión emocional, esta se diera en solitario, intentando no evidenciar el malestar frente a terceros.
Otros colegas hicieron énfasis en lo que yo personalmente también he observado: durante la etapa de cambios de los sistemas, como cuando se instalaron computadoras en los consultorios y se empezó la aplicación del Expediente Digital Único de Salud (EDUS) dentro de la Seguridad Social, hubo un grupo de personas –generalmente los de edades más avanzadas, con poca afinidad por la tecnología o ya cercanos a su jubilación– que tuvieron una dificultad significativa para adaptarse a ese nuevo modelo durante las consultas, lo que detonó muchos fenómenos depresivos y ansiosos, y la correspondiente lluvia de incapacidades.
En un artículo que publiqué en este mismo medio el pasado 19 de setiembre, titulado “¿Y el síndrome de burnout?”, analizaba el rol que este desgaste profesional ha tenido en la creciente fuga de especialistas de la Seguridad Social. En conversaciones que mantuve durante el evento médico con personas que recientemente abandonaron la institución, ese fue precisamente el denominador común que detonó la decisión. No el dinero, sino el desgaste personal. Esta es, insisto, un área que se debe explorar sistemáticamente y con más detalle si realmente se desea generar un cambio en la dinámica actual dentro de la Caja Costarricense de Seguro Social. En definitiva, sería una verdadera acción para su fortalecimiento, pues hablamos del recurso primordial que la conforma.
En Costa Rica existen algunos estudios cuantitativos sobre el desgaste profesional, pero también requerimos de valoraciones cualitativas que identifiquen mejor y legitimen las experiencias de todo el cuerpo médico. Esto facilitaría la toma de acciones concretas e individualizadas para la prevención y tratamiento de estas condiciones desde tres esferas fundamentales: la individual, a través de la introspección y la toma de decisiones con consciencia; la institucional, mediante políticas que fomenten el cuido del material humano; y la gubernamental, con apoyo a acciones reales, basadas en evidencia, sin soluciones superficiales, que fortalezcan la gestión de todo el sector salud, y que se detenga la campaña de desprestigio gestada en contra de nuestro grupo profesional.
Necesitamos hablar de este tema. ¿Por qué? Porque promover el bienestar médico es potenciar servidores de la salud con escuchas más activas, contactos visuales más genuinos y humanos, historias clínicas realizadas con mayor esmero, exámenes físicos más detallados, usos juiciosos de los recursos personales o institucionales. Es, a fin de cuentas, brindarles un beneficio palpable –bien identificado por la investigación– a todos los pacientes.
ricardo.millangonzalez@ucr.ac.cr
Ricardo Millán es médico especialista en Psiquiatría, profesor catedrático en la Universidad de Costa Rica (UCR) y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina.
