Un dato es la información concreta sobre hechos o elementos. Se puede decir, de forma muy sencilla, que es una cifra, un valor o una cualidad —un atributo— que caracteriza a un elemento cualquiera.
Esa condición de cualificar algo o a alguien hace que el dato sea eso, el dato. Para terminar de dar forma al aforismo, debo indicar que el artículo el (lo mismo que la, los, las) ofrece la condición se absolutidad, o sea, si digo “el 11 % de”, es ese porcentaje y ningún otro.
Si afirmo que mi país es inseguro, debo usar los datos que me posibiliten defender ese atributo que asigno a mi país. Lo mismo si señalo que X persona es indigna o que Y institución está quebrada. Si el dato no corresponde con el elemento al que califica o caracteriza, entonces, no es el dato.
Esta máxima podría sonar redundante y hasta obvia, pero hay personas que la olvidan y usan los datos de forma incorrecta, con intención o sin ella. En el primer caso, utilizar una cifra en forma ligera por ignorancia es un pecado, aunque igual puede dañar el bienestar o el honor de quien recibió tales atributos.
Que un ministro de gobierno desconozca los actores que son parte de su sector y que dé declaraciones en las que excluye a alguno de aquellos podría tomarse como una simpleza, un olvido. No obstante, también como una forma de invisibilizarlo, descalificarlo, sacarlo del baile.
Que el presidente de la República diga que en el país el 20 % son inmigrantes, cuando en realidad son menos, demuestra un profundo desconocimiento de la realidad que le corresponde administrar, o que lo embarcaron con un dato erróneo. Quizás podría significar el uso del dato como instrumento de validación de un imaginario social respecto a la población migrante y “los peligros y perjuicios” que esa población significan para el país.
¿Por qué no una suerte de chantaje populista que aprovecha la coyuntura sobre inseguridad y de las finanzas públicas, que por cierto, o no las conoce, o sí las tiene claras, pero nos las pinta distintas de lo que son?
En todo caso, el más valioso atributo del dato es su validez, su fiabilidad. Así, debe representar, fidedignamente, el elemento que representa; además, debe ser lo más preciso posible. No cabe duda de que los datos deben ser producto de métodos y herramientas objetivamente diseñados, validados y estandarizados.
Igualmente, debe acompañar, de forma certera, al elemento que pretende calificar. Si se habla del índice de pobreza de un país, se debe indicar a cuál definición de pobreza se hace referencia, si es la pobreza multidimensional, por necesidades básicas insatisfechas, u otra.
Inexactitudes
Usar la cifra de un índice para calificar un elemento que no le corresponde, sino a otro, es un acto, como mínimo, de pereza o impericia, y, en el más extremo de los casos, de manipulación.
A una pregunta cuyas opciones de respuesta son sí o no, se espera una respuesta concreta y que corresponda con la verdad. Si no es posible para el cuestionado responder de forma concisa con un sí o un no, siendo su deber conocer la respuesta, es más correcto ofrecer una disculpa por ignorar el dato, y comprometerse a conseguir la respuesta lo antes posible. Ojo, que promete conseguir la respuesta, no una respuesta.
En la vida, se citan datos incorrectos, la mayoría de las veces sabiendo que se está siendo indolente. Probablemente, lo hicimos cuando éramos niños para salvarnos del castigo o la llamada de atención de nuestros padres, maestros o profesores. En todos los casos, si uno tiene cierto nivel de moral, le pasará como a Rodión Raskólnikov, en la obra de Dostoievski. Pero claro, habrá algunos a los que la conciencia no les quita el sueño ni el hambre.
En la era de la posverdad, esto de que el dato es el dato parece no tener valor. Los datos dejaron de ser objetivos para convertirse en elementos subjetivos; así, es posible salir a vanagloriarse de que se ha logrado bajar la tasa de desempleo sin contextualizar el dato. Con ello, quienes desconocen los detalles de los indicadores posiblemente confíen y den la cifra por cierta.
El dato de desempleo que brinda el INEC es el que es fiable. El quid del asunto es que alguien se aproveche de un dato que tiene sus formas particulares de medir un hecho, a sabiendas de que la cifra tiene sus bemoles y que, deliberadamente, obvie todo eso para lanzar una cortina de humo a fin de pasar por logro lo que no es, o es inferior.
Caso tras caso
Así, resulta reprochable que el presidente afirme que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) está quebrada, mientras que cuando Álvaro Ramos —presidente ejecutivo removido por Rodrigo Chaves de forma cuestionable— y varios de los gerentes o directores de área han asegurado con datos que tal afirmación del mandatario es errónea.
Preocupa también que la presidenta ejecutiva de la CCSS y varios miembros de la Junta Directiva pretendan engavetar una serie de proyectos con el argumento de que la CCSS está quebrada, cuando los datos, según el gerente financiero de la institución, Gustavo Picado, dicen lo contrario.
Casi igual de reprochable es que el presidente Chaves defienda una decisión antojadiza, sin sustento técnico, y utilice los datos de un terreno que no era. Tristemente, la oficina de prensa de la CCSS, en un acto de discutible transparencia, defendió al presidente diciendo que mencionó esos datos “a modo de comparación”. Encima, nos quieren ver la cara de tontos.
Lo mismo se puede decir de la ruptura con Cinde y la Fundación Omar Dengo, de las pruebas nacionales del MEP, la salida de Riteve, lo sucedido en el Ministerio de Cultura y Juventud, en el Ministerio de Salud con respecto a la covid-19 y una larga lista. Hay que ser justos, no es que estas cosas no hayan ocurrido en otras administraciones, pero es que en esta ya son muchas las pifias en tan solo trece meses.
En los casos antes citados, los datos duros y puros parecen haber sido dejados de lado o utilizados de forma subjetiva —hasta torcida— para defender una agenda que, a todas luces, resulta poco clara. O sea, el dato no fue el dato, aunque lo fuera; fue, más bien, empleado como un dato más, tal vez, como un dato menos.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.
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En la era de la posverdad, los datos dejaron de ser objetivos para convertirse en elementos subjetivos. (Shutterstock)