Con la atención puesta en la pantalla del cajero, una pareja miraba cómo aumentaba, poco a poco, la cuenta del supermercado. Ella, con calculadora en mano, y él, con las bolsas de tela que traía de la casa, permanecían atentos para no sobrepasar su presupuesto.
Antes de entregar a la dependienta la caja de champú que dejaron en el carrito, revisaron de nuevo la operación matemática y con un okey verificaron que sí podría incluirla en las compras de la quincena. Al parecer, prueba superada.
Las tácticas adoptadas por esta pareja para ajustar su gasto a lo estrictamente necesario posiblemente sean muy parecidas a las que muchos otros costarricenses han tenido que tomar en vista de la pérdida de poder adquisitivo de sus ingresos.
Un reciente análisis elaborado por el Banco Central de Costa Rica (BCCR) revela que la capacidad de compra de los asalariados se redujo en un 6 % de febrero del 2022 a febrero del 2023.
Quiere decir, por ejemplo, que una persona que percibía un salario mensual de ¢451.000 para hacer frente a los gastos del hogar disponía, 12 meses después, del mismo ingreso, pero le faltaban ¢27.000 para cubrir las mismas obligaciones.
El deterioro del salario real, explican algunos economistas, no solo es causado por el aumento en el precio de los bienes y servicios, sino también por un estancamiento de los ajustes en los sueldos tanto en el sector público como en el privado.
Las congojas no son exclusivas de quienes dependen de un salario para sobrevivir. Los trabajadores informales y los desempleados están pasando serios apuros para satisfacer sus necesidades.
Un estudio del Centro de Investigación Observatorio del Desarrollo, de la Universidad de Costa Rica, indica que al 49,5 % de las familias en Costa Rica no les alcanza el ingreso para cubrir los gastos o sufren penurias para llegar a fin de mes.
Frente a esta situación, muchos optan por la mesura y la abstinencia para salir adelante. Lamentablemente, otros han caído en las garras del endeudamiento desmedido con tarjetas, los créditos gota a gota e incluso la delincuencia.
Lo más triste es que no parece que el panorama vaya a cambiar, dada la ausencia de planes e ideas concretas para revertir la tendencia. Es posible que, en algún momento, la pareja que vi hace unos días en el supermercado también deba desistir de comprar champú.
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El autor es jefe de información de La Nación.
