“Ayer llovió mucho, prepárese porque vamos a tener mucho barro”, algo así fue la recomendación que me hizo Henry, un amigo que vive en Tobosi, la noche antes de ir a correr a su pueblo. “Voy a ir con Goli, no necesito que pasen por mí”.
Amanece en Quebradilla, aunque no hace tanto frío (dos semanas antes, mi termómetro marcaba 13°C), la persistente garúa que nos acompañó desde que entramos a Cartago no nos ha abandonado. Francisco, Fernando y yo llegamos a las 6:00 a.m., pero no somos los primeros.
Colectivo Cuesta Arriba hizo la convocatoria de este entrenamiento a través de redes sociales. Francisco dijo que pensaba que seríamos 12 o 13 personas. Que se juntara un grupo tan numeroso para meterse en la montaña en un día tan nublado como aquel era pedir mucho. El anuncio indicaba que serían 15 km, pero en el trail eso es relativo.
A las 6.30 a.m. ya éramos 28 y al salir contamos 30 y Goli, un pastor alemán de 8 años. Para algunos de este variopinto grupo, esa sería su primera vez en montaña. ¿Cómo lo supe? No solo por el tipo de calzado, es algo en la mirada, no sé, de pronto, estoy exagerando.
Cada ciertos kilómetros, nos detenemos para esperar a los rezagados. Uno de los chicos de asfalto me pregunta que por qué parábamos tanto, me habla de su pace y de sus marcas en 10 km. Le recomiendo que lo olvide, que esto era algo totalmente diferente. “Sería mejor que apague su reloj y no se preocupe; acá 1 km le puede tomar 20 minutos o más”, agrego. Me lanza una mirada incrédula, y le doy un confite de guayaba. Al rato, ya no lo veo más. Me cuentan que se devolvió. Hay que ser algo loco para correr donde estábamos, y les aseguro que ese muchacho no tenía ni un pelo de loco.
En algunos cruces, Henry y Goli (sí, el perro) jalan ramas y troncos para hacer flechas por si alguno de los que se atrasan mucho, supiera qué dirección seguir; porque aunque esperamos, algunos van un poquito más lento.
Los tiempos de espera son de las cosas más bonitas de los entrenamientos en trail, como si encontráramos un chance para conocernos (porque al subir solo los más experimentados pueden mantener el trote y conversar).
Ofrezco unas arepas de banano y remolacha que me regalaron. Uno dice que estarían más buenas con miel (no imaginé que pudieran estar más buenas, me equivoqué). Otro grita: “¡Tengo miel!”. Y así nos convertimos en un grupo de salvajes empapados y cubiertos de barro que comen arepas con miel en medio de la montaña.
Ese día no solo corrimos, también patinamos. Me torcí el tobillo varias veces, pero apenas cruzaba un riachuelo o encontraba un charco con arcilla aprovechaba para sumergirme y aliviar el dolor. Después de algunos km, el dolor desapareció o estaba tan contenta que ni me importó.
Luego de 17 km y casi 3 horas, terminamos desayunando en el restaurante del que salimos, riéndonos de las caídas, recordando los toboganes de barro y limpiando nuestras caras llenas de tierra; y planeando desde ya, adónde iríamos la semana siguiente.
Cuénteme ¿Ustedes adónde van? ¡Quizá puedo acompañarlos! Pueden seguirme en Instagram (@caviarderiofrio).
Avisos parroquiales:
Alfredo Sánchez nos invita al Fondo Vertical Cronometrado Volcán Barva este 16 de febrero. Son 8 km de buena cuesta, y 8 km de descenso, las incripciones ya están a la venta en la página del evento. ¡Aún tenemos tiempo de entrenar y retar a la famosa Cuesta Pato!