Star Wars nunca ha sido un universo democrático ni ordenado. Sus fronteras difusas se expanden y contraen con la elasticidad natural de una ficción que germinó en una imaginación febril y arriesgada, la de George Lucas.
Ahora que, como sabemos, la creación superó a su creador y fue absorbida por un universo aún mayor y menos democrático, las sorpresas abundan. Como cualquier sorpresa, caminan al borde, entre el éxtasis y la decepción.
Sea como sea, más Star Wars siempre será una buena noticia. El fracaso estrepitoso de Solo: A Star Wars Story fue atribuido a “fatiga” del público con respecto a la serie, aunque The Last Jedi lograba un éxito enorme apenas unos meses antes.
Si hubiera que buscar culpables, quizá habría que empezar a tantear esa maraña impenetrable que aspira al monopolio, Disney, y husmear a través de planes e ideas celosamente resguardadas.
Aparte de más películas, que extenderán la saga más allá de la historia de los Skywalker que empezó todo, vendrán al menos una nueva serie de Clone Wars, la serie animada que concluyó de forma satisfactoria, y una serie de diez partes, a un precio de $10 millones por episodio.
Si Disney quiere un disparo seguro, lo tiene con la primera idea; si quiere arriesgarse por su propia Game of Thrones, apoyará al máximo la segunda. Todo esto, claro, es de cara a su próximo servicio de streaming, que competirá con Netflix con toda la fuerza del nuevo oro: la propiedad intelectual.
Como todo mineral precioso, claro, corre el riesgo de agotarse. El primero que encontró una veta vacía, por ambicioso, fue Peter Jackson, quien tras empujar el cine de fantasía a nuevas dimensiones con la trilogía de El Señor de los Anillos, puso “poca mantequilla sobre demasiado pan”, como diría Bilbo Bolsón, y estiró El Hobbit a tras partes incongruentes e indecisas. Tal fue la crítica contra The Last Jedi, aunque sus valores, con el tiempo, quizá se sobrepongan a la mala fama. Como breve ejemplo, su banda sonora bien podría ser una de las más ricas de todas las ocho películas hasta ahora.
Remakes, reboots, refritos, secuelas, precuelas y spin-offs. Esa es la receta de la desmesurada industria actual del entretenimiento, donde cada producto es un anuncio para otro futuro.
Nada de eso disminuirá el peso emocional que uno ha invertido en una u otra saga (Star Wars es la ficción más importante de mi vida, que dedico a ver y leer ficciones), pero sí puede poner a prueba los límites del compromiso. Toda relación tiene su fase de quiebre de la confianza y ahora estamos en una suerte de meseta.
¿Qué la empujaría al precipicio? La falta de sinceridad, la ambición desmesurada y el miedo al cambio, todas ellas características de un buen villano. Si todo sale mal, al menos en el futuro allí está la base de un buen drama: cómo un imperio nació de una aventura humilde, dominó al mundo y terminó por caer por su propio peso. Como todos lo hacen, eventualmente.