Era una máquina revolucionaria de matar, sus fosas nasales se dilataban al saborear el amargo olor de la pólvora y la sangre del enemigo.
Para Ernesto –Che– Guevara la muerte de una persona era una estadística y, desde que se unió a los hermanos Fidel y Raúl Castro –en 1955– se dedicó a engrosar su colección de víctimas.
El Che, alias que le encajaron los camaradas por su origen argentino, fracasó en todo lo que se propuso. Como médico, en lugar de salvar vidas, las liquidó; como guerrillero, fue incapaz de dirigir la revolución y como burócrata del régimen castrista, terminó de quebrar la economía cubana.
Aunque era un lego en cuestiones de dinero presidió el Banco Central y fue Ministro de Industria de esa isla caribeña, recién estrenada la Revolución Cubana en 1959. ¿Cómo?: “¿Tu sabes cómo llegué a presidente del Banco?: un día entendí que Fidel estaba pidiendo un comunista dedicado y levanté la mano. Pero estaba pidiendo un economista dedicado.”
Solía “farusquear” de su abolengo aristocrático; según él, su madre –Celia de la Serna– descendía del virrey español de Lima, Perú, don José de la Serna e Hinojosa; si bien el noble murió sin hijos.
El padre, Ernesto Guevara Lynch, era un esclavista que forjó un imperio de yerba mate en la provincia argentina de Misiones, a 1.800 km de Rosario, donde nació el futuro guerrillero el 14 de junio de 1928.
Desde los dos años padeció de asma; para paliar la enfermedad erraron por 12 diferentes domicilios en Argentina, con el afán de encontrar un sitio donde el pequeño “Teté” –como le endosó la nana– pudiera vivir sin estertores.
A causa del asma la vida de Ernesto fue una combinación de pujidos, quejidos y silbidos, que lo confinaron muchas veces a la cama; creció aislado de otros niños y desarrolló un temperamento soñador, rebelde, violento y un odio cerval al aseo, tanto que lo llamaban “el chancho Guevara.”
La juventud del Che fue la de un niño bonito, matizada por su berrinches, dudas existenciales, escarceos literarios y los diferentes viajes en motocicleta, que años más tarde sus acólitos relatarían casi como los Doce Trabajos de Hércules o la Odisea.
En esos periplos iniciáticos Ernesto tomó conciencia, como un avatar hindú, de la miserable realidad de América Latina y atribuyó las desgracias a una conspiración capitalista, imperialista y yanqui; que solo se resolvería a hierro y fuego, es decir: una escabechina.
La oportunidad le cayó de perlas cuando conoció a los hermanos Castro en México; y los acompañó en sus andanzas guerrilleras, hasta terminar como uno de los principales líderes de la Revolución Cubana.
Héroe del mercadeo
Un hombre cuya obsesión fue destruir el capitalismo, terminó engullido por este. Todo empezó con la foto que le tomó Alberto Díaz, alias Korda, con boina calada, chaqueta cerrada al cuello y expresión perdida en el infinito: el guerrillero heroico.
El artista irlandés Jim Fitzpatrick reprodujo la foto en dos colores; a partir de ahí la maquinaria industrial la multiplicó como una epidemia de gripe: jarros cafeteros, encendedores, camisetas, llaveros, billeteras, gorras, jeans, cajas de bebidas y en cuanta superficie fue posible plasmarla, para que los burgueses escucharan el dulce sonido de la caja registradora.
Los mercachifles convirtieron los sueños comunistas del Che Guevara en productos de consumo. Incluso la foto que tomó el joven periodista Freddy Alborta, al cadáver del guerrillero, la tarde del 9 de octubre de 1967, recién fusilado por un destacamento del ejército boliviano.
Algunos consideran la imagen de Korda como el ícono del siglo XX, si bien oculta una triste realidad: la del fracasado. Vale aclarar que los fieles del Che lo veneran y no admiten más verdad que la ficción.
Para los detractores del comandante este fue una máquina de matar, ya fuera como director de la cárcel La Cabaña, a mediados de 1959, o cuando le dio por hablar –cual si fuera un dios– del “Hombre nuevo”, una especie de solución final caribeña contra todos los herejes anticomunistas.
Visto sin fanatismos Guevara tenía una “melange” ideológica que lo alejó del modelo soviético y lo lanzó a los brazos del maoísmo chino, que lo distanció de Fidel Castro y lo convirtió en un apestado, del que era mejor deshacerse lo antes posible.
Al infeliz le vendieron la idea de que era un estratega militar superior a Aníbal o Napoleón, y lo embarcaron en una expedición al Congo –en 1965– en apoyo de Pierre Mulele y Laurent Kabila, un par de genocidas negros que hicieron palidecer los crímenes del Rey Leopoldo de Bélgica en esa nación africana.
Después del desastre lo convencieron de que Bolivia era el país ideal para prender la mecha guerrillera en el continente; nadie le advirtió que los campesinos no estaban interesados en las propuestas armadas de un barbudo sucio, con aspecto de pordiosero.
Abandonado por sus compinches y sin respaldo de las masas bolivianas acabó sus días tiroteado por unos pobres soldados, que se repartieron su pipa, una libreta de notas y una vieja cartera de cuero.
Del Ernesto Guevara guerrillero no quedó nada, solo la marca comercial; como la de un jabón en polvo que anunciaba : “El Che lava más blanco”..
¿Quién lo fusiló?
La premura por ejecutar a Ernesto –Che– Guevara vino por parte del gobierno boliviano, que lo capturó el 8 de octubre de 1957 y deseaba deshacerse de esa brasa.
El agente de la CIA, Félix Rodríguez, lo interrogó e intentó detener la ejecución. Para Rodríguez el Che Guevara fue un asesino, que vivió obsesionado con las ideas comunistas.
Félix aprovechó la ocasión para tomarle una foto al guerrillero, la última que lo retrató vivo. Lucía sucio, con unas suelas a manera de zapatos, desharrapado y con el rostro de un hombre vencido.