
Muchas personas podrían pensar que un sismo de 6,1 grados como el de la noche de este martes iban a generar una alerta de tsunami. Sin embargo, no lo hizo.
¿Por qué? La respuesta está en que la intensidad del movimiento no está directamente relacionada con las probabilidades de un tsunami.
Silvia Chacón, coordinadora del Sistema Nacional de Monitoreo de Tsunamis de la Universidad Nacional (Sinamor-UNA) explicó que la magnitud de un sismo es una medida de la energía liberada por dicho movimiento, y se calcula a partir del área que rompe el sismo, de qué tanto se mueve falla y del módulo de rigidez. Esto varía de lugar a lugar.
Es por esto por lo que se suele usar la magnitud del sismo para estimar si tiene capacidad de generar un tsunami o no.
Para que surja un tsunami deben darse tres características:
- Que el área de ruptura tenga cierto tamaño.
- Que libere una cierta cantidad de energía.
- Que la mayor parte de la zona de deformación quede bajo el agua.
Chacón explicó que por regla general los sismos de magnitud menor a 7 grados no causan tsunamis, ya que el área de ruptura no suele ser lo suficientemente grande, ni liberan la energía suficiente para causar un tsunami destructivo.
No obstante, los centros internacionales de alerta de tsunami suelen activarse por sismos de 6,0 o 6,5 grados, dependiendo del lugar.
“Esto se hace así para tomar en cuenta posibles errores en el cálculo inicial de la magnitud del sismo y porque en algunas ocasiones, sismos de magnitud menor a 7 grados pueden causar deslizamientos de tierra que sí tienen la capacidad de generar tsunamis importantes”, dijo Chacón.
En Costa Rica sí hay antecentes de tsunamis generados por sismos de magnitud menor o igual a 7 grados.
En mayo de 1952 un sismo de magnitud 6,9 generó un tsunami que fue registrado en el mareógrafo de Puntarenas con alturas de pocos centímetros.
El 6 de diciembre de 1941, un sismo magnitud 7 generó un tsunami registrado en el mareógrafo de Puntarenas con altura máxima de 12 centímetros.