A plena luz del día, en la avenida más transitada de San Pedro de Montes de Oca, Joao Maldonado y Nadia Robleto no murieron… Pero aquel 10 de enero del 2024, mientras hacían un alto, se dijeron adiós bajo una lluvia de balas.
“Oramos, así, rapidito. Él llamó a su familia, yo llamé a la mía para despedirnos”, recuerda ella en su primera entrevista exclusiva con La Nación. Ni gritos, ni histeria: solo la certeza del final y el instinto de no irse de este mundo sin avisar.
Joao, hoy de 37 años, nació con el destino partido en dos: su padre, Tomás Maldonado, fue mayor del Ejército Popular Sandinista y uno de los hombres fuertes del Frente Sandinista en Carazo. Pero cuando las barricadas comenzaron a alzarse en Nicaragua en 2018, para Joao ya no era tiempo de plegarse al régimen: era tiempo de trincheras y de máscaras de tela para protestar contra la opresión de Daniel Ortega.
Joao y Nadia estuvieron ahí, pero escaparon. Mientras los antiguos camaradas de su padre se acomodaban en la represión, él y su familia cruzaban la frontera hacia Costa Rica. Poco después, su padre fue arrestado: dejó de ser exmilitar para convertirse en preso político y Joao entendió entonces que su apellido también era un posible blanco del gobierno.
Medios afines al orteguismo señalan a Joao entre los supuestos responsables de la muerte del exmilitante sandinista Bismarck Martínez, un exempleado de la alcaldía de Managua, que desapareció durante las protestas del 2018 en Carazo. Maldonado lo ha negado categóricamente e incluso en una entrevista con La Prensa de Nicaragua, en 2021, aseguró que es el propio régimen el que quiere inculparlo falsamente.

En ese mismo año, cuando Joao y Nadia se habituaban a la rutina del exilio, la muerte lo tocó por primera vez. Ocurrió en Escazú: hombres armados lo abordaron y dispararon. Uno de los tiros rozó una válvula del corazón; otro se incrustó en el estómago. Lo demás fue hospital, dolor y silencio.
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La trampa
Tres años más tarde, el calendario apenas marcaba el décimo día del nuevo año. Nadia trabajaba. Joao quería producir contenido audiovisual sobre las expectativas de los costarricenses para el 2024.
Había contactado a Danilo Aguirre, un periodista nicaragüense que decía ser corresponsal de un medio mexicano.
Ese 10 de enero, Joao debía encontrarse con Aguirre. Nadia no pensaba acompañarlo, pero lo hizo hasta un hotel en San José.
“(Danilo) me vio, me preguntó por mis hijos, porque él ya los conocía”, contó Nadia, a quien le pareció extraño que Aguirre, en realidad, “no quería ver mucho los videos”, pese a que ese era el motivo de la reunión.
Salieron del lugar poco después. Se dirigieron a la Universidad Fidélitas, donde Joao había matriculado una carrera virtual. Luego tomaron la vía hacia la Universidad Latina, hasta llegar a los semáforos del centro comercial Muñoz & Nanne. Fue en ese trayecto cuando una motocicleta se les acercó por el lado del conductor.
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“Joao me abrazó cuando ya nos dimos cuenta de que nos estaban disparando. Él recibió los impactos en la espalda”, relata Nadia, hoy de 38 años.
Joao condujo casi un kilómetro en línea recta hasta el cruce con la calle de la Amargura (200 metros al este de la iglesia de Montes de Oca), donde vieron una patrulla de la Fuerza Pública. Se subió a la acera. Minutos después llegaron ambulancias que los trasladaron al Hospital Calderón Guardia, donde fueron intervenidos de emergencia. Pese a que Joao recibió más impactos, fue Nadia quien llevó la peor parte.
Ocho meses después, el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) solicitó a la ciudadanía colaboración para encontrar a Danilo, señalado por Nadia como uno de los presuntos “orquestadores” del ataque.
Según el OIJ, la investigación determinó que dos vehículos livianos participaron presuntamente en labores de inteligencia y vigilancia previo al ataque. Estos automóviles serían un Hyundai blanco y un Geely modelo GX2 gris.
Paralizada del pecho hacia abajo
Una traqueotomía y una intubación le arrebataron el habla por un tiempo. Aunque ha avanzado en su recuperación, aún se le dificulta respirar. “Morí dos veces”, dice sin rodeos, al recordar los episodios que casi le arrebatan la vida: un paro cardiorrespiratorio y un infarto. En ambas ocasiones, los médicos lograron reanimarla.
Una bala expansiva le dio en el cuello. El proyectil le destrozó cinco vértebras cervicales (de la C1 a la C5) y provocó daños severos en su médula espinal y en los nervios que conectan su columna con el brazo izquierdo. Desde entonces, su movilidad quedó reducida y la recuperación ha sido, según sus propias palabras, “bastante difícil”, pues quedó paralizada del pecho hacia abajo.

“Lo más duro para mí fue no tener contacto con mi familia y con mis hijos”, cuenta Nadia.
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Por motivos de seguridad, no permanecieron en el Calderón Guardia. Tuvieron que irse movilizando de hospital en hospital. Fue en uno de esos centros médicos donde “murió” las dos veces. “Me colapsaron los pulmones, tuve un infarto y luego un paro respiratorio... Del paro respiratorio sí me acuerdo: estaba con una enfermera que me daba de comer, le dije que no podía respirar… y de ahí ya no supe más”.
La gravedad de sus lesiones contrasta con la recuperación de Joao. Aunque también fue herido, ahora puede estar de pie.
“Él recibió más disparos porque me abrazó. Le dieron en la espalda y estuvo muy complicado, pero ahora es quien me cuida, quien me baña, quien me anda en silla de ruedas”.
Pese a las secuelas físicas y a la pérdida de memoria, Nadia agradece estar viva. Atribuye su resistencia a una fuerza mayor.
“Dios sabe por qué me mantuvo… y me mantiene”.
“Esto no fue un hecho aislado”
Aunque llevan años fuera de Nicaragua, Nadia denuncia que sigue habiendo persecución y vigilancia sistemática contra opositores del régimen desde suelo costarricense.
“Manejamos que tienen gente trabajando en inteligencia, incluso desde la embajada. Pero no somos ni el primer ni el último caso”, afirma Robleto.
Para ella, los ataques no son hechos aislados, sino parte de una red encubierta, con el objetivo de silenciar a quienes huyeron tras las protestas de 2018.

Uno de los casos que menciona es el de Rodolfo Rojas, también opositor, quien fue presuntamente secuestrado en La Cruz, Guanacaste, y llevado por la fuerza a Nicaragua. Otro caso, menos difundido, fue el asesinato de un joven originario de Matagalpa tras salir de su trabajo.
“Estos hechos muchas veces se relacionan con otras cosas, pero nosotros sabemos que están ligados a la persecución política.”
Dolor que no se ve
Desde el ataque, su cotidianidad ha estado marcada por la dependencia y las secuelas emocionales.
“Un día me levanto animada, otro paso llorando. Soñaba con sangre, revivía el momento constantemente. Perdí mi independencia, y eso golpea mucho.”
Pese a los pronósticos médicos iniciales, Robleto ha avanzado.
“Gracias a Dios ya tengo algo de movimiento en los pies. Me dijeron que tal vez no vuelva a ser la misma Nadia, pero con terapia puedo recuperar bastante independencia”.
La fuerza para seguir adelante, dice, la encuentra en su fe cristiana y en el apoyo de su pareja.
“Él es quien me levanta cuando me doblo. Queremos seguir adelante, estudiar, rehacer nuestras vidas”.
“Queremos justicia”
El caso de Robleto fue presentado ante autoridades costarricenses, pero aún espera respuestas.
“Esto ocurrió en Costa Rica y merecemos justicia. Queremos que se investigue y que no quede impune”.
Su llamado es claro: que el Estado costarricense no minimice las denuncias, y que la comunidad internacional no pierda de vista la situación de los miles de nicaragüenses exiliados, muchos de ellos en condiciones precarias y bajo constante miedo.