La salud mental y la salud cardiovascular ya no se tratan por separado. Cada vez más investigaciones confirman que lo que sentimos afecta directamente a cómo late nuestro corazón. El estrés, el duelo, la ansiedad o incluso emociones intensamente positivas pueden alterar ritmos cardíacos, presión arterial y hasta detonar eventos graves como infartos o disecciones arteriales.

Uno de los síndromes más ilustrativos de esta conexión es el llamado “corazón roto” o miocardiopatía inducida por estrés (SICM). Aunque su nombre suena metafórico, se trata de un evento real en el que el corazón interrumpe su capacidad normal para bombear sangre, provocado por una situación emocional extrema.
Quienes lo padecen experimentan un dolor torácico agudo, muchas veces confundido con un infarto. Sin embargo, a diferencia de un ataque cardíaco clásico, las arterias no están bloqueadas. Para diagnosticarlo, es necesaria una angiografía coronaria invasiva, ya que las pruebas habituales no logran detectarlo.
Este desequilibrio en la contracción cardíaca genera una tensión desigual en el músculo, lo que puede estresar las arterias superficiales del corazón. En algunos casos, este proceso lleva a un desgarro en la pared arterial: la llamada disección espontánea de arterias coronarias (SCAD, por sus siglas en inglés).
Esta condición, también ligada al estrés emocional o físico, se manifiesta como un tipo de infarto que, aunque poco común, puede ser grave y requiere atención especializada.
Más allá del corazón roto
La relación entre emociones intensas y salud cardiovascular no se limita a estos dos síndromes. El estrés emocional también se ha vinculado con el aumento de casos de hipertensión, enfermedad cardíaca, taquicardia e incluso bradicardia.
“El corazón y el cerebro están en diálogo constante. No es solo que el estrés nos afecte emocionalmente: también tiene consecuencias físicas medibles. Y viceversa: cuando el corazón sufre, el cerebro también lo siente”, explica el Dr. Mohamad Alkhouli, cardiólogo intervencionista en Mayo Clinic (Minnesota).
La red que lo conecta todo
La investigación médica empieza a tratar el sistema cardiovascular y el sistema nervioso como una red dinámica y bidireccional. Pruebas innovadoras como la magnetocardiografía permiten detectar campos magnéticos generados por el corazón y podrían ser clave en la identificación temprana de estos síndromes.
Además, en pacientes con síntomas neurológicos sin causa aparente, cada vez es más común descubrir que la raíz del problema está en el corazón: coágulos, ritmos irregulares o acumulación de placas pueden provocar desde accidentes isquémicos transitorios hasta ictus cardioembólicos.
¿La receta? Equilibrio emocional y hábitos saludables
Aunque falta investigación para entender completamente esta conexión, hay algo claro: las prácticas que promueven el bienestar mental también fortalecen el corazón. Dormir bien, practicar mindfulness o espiritualidad, mantener vínculos afectivos sanos y reducir el estrés, son acciones con beneficios medibles para el corazón.
Y lo inverso también aplica. La actividad física regular, una dieta balanceada y controlar la presión y el colesterol no solo alargan la vida, también mejoran el estado de ánimo y la función cognitiva.
“Es un circuito poderoso de retroalimentación. Cuidar uno, sostiene al otro”, concluye el Dr. Alkhouli, cardiólogo intervencionista en Mayo Clinic.