Si hubiera que hablar de un “centroamericano”, en su vida y en su pensamiento, Sergio Ramírez Mercado saltaría pronto a la mente. Nació en Nicaragua en 1942 y residió por años en Costa Rica, pero su vida intelectual y artística la ha dedicado a la región, como un todo, como esa unión imaginaria que nos tiene pensando siempre en un futuro más claro.
Mientras eso llega, tenemos Centroamérica Cuenta, el festival literario que desde el 2013 se ha posicionado como el principal del Istmo. Se celebró en Guatemala del 19 al 24 de mayo, y allí, en las horas finales del evento, Revista Dominical conversó con él.
El autor de Castigo divino y La fugitiva habló de la alicaída democracia de la región, su próximo libro situado en Costa Rica y la sorpresa que viene para los lectores de Carlos Luis Fallas.
— Centroamérica Cuenta llegó a una consolidación muy clara. Ya se ubica entre los eventos más significativos en la región. ¿Cuáles factores incidieron en que creciera tanto en un momento así?
— Creo que, en primer lugar, estamos llenando un vacío en Centroamérica, de un festival que convoca a escritores y, en la medida que ha ganado complejidad, pues también a periodistas, bajo la filosofía del festival de defender la libertad de palabra en el contexto de la democracia. Para nosotros, la libertad de palabra vale lo mismo en la creación de aire que en la información pública.
“En esta edición tenemos una cantidad de luminarias de periódicos importantes, para hablar del oficio y para hablar también de las vinculaciones literarias entre periodismo y ficción. Luego el cine, que también nos parece una expresión importante.

“(Otro tema) es la realidad de Centroamérica. Hemos empezado con un programa llamado ‘Las cuentas de Centroamérica’. Hasta ahora llevamos dos libros, ensayos distintos sobre la realidad centroamericana. Nuestra tendencia es a seguir creciendo.
“Para los escritores centroamericanos esta es una gran vitrina. En estos 12 años de existencia del evento, ha crecido el número de traducciones de escritores centroamericanos, y de ediciones en España, en México”.
— En un contexto cultural y político tan complejo, muchos escritores centroamericanos se pueden sentir solos. Como que es una labor contracorriente... Creo que tienen una oportunidad de compartir y hablar de los temas de fondo con sus pares.
— Sí, juntarse con otros escritores, que siempre ha sido el propósito. Abrir este camino de doble vía: escritores centroamericanos y de otras latitudes y salir a flote, dejar de tener la frontera por cárcel.
“Tenemos una cultura muy vigorosa, muy diversa y vale la pena trabajar por ella. Tiene sus limitaciones el festival: a nosotros nos gustaría poder hacerlo en todas las capitales centroamericanas, pero por razones políticas eso no se puede. Son pocos los espacios que tenemos abiertos en Guatemala, Costa Rica, Panamá, República Dominicana...”.

— Usted participó en los años 70 y 80 en un momento de la cultura, la universidad y el diálogo que era centroamericano, cuando había mucho intercambio: Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), gran cantidad de eventos. ¿Qué paralelismos y diferencias ve entre ese momento y lo que estamos viendo ahora?
— En los 70, el papel de la universidad era central. Las universidades tenían un gran peso y gran prestigio dentro y fuera de los países centroamericanos. El Consejo de Universidades Centroamericanas estaba formado por universidades públicas, que no eran muchas. Hoy creo que esa influencia se ha desdibujado bastante.
“Al menos, fuera del caso de la Universidad de Costa Rica, que sigue siendo una institución muy respetada académicamente. En los otros casos, las universidades han disminuido su papel, por razones políticas, ideológicas, por lo que sea. No son el eje de hoy en día.
“En los años 70, permitieron una expansión cultural. El Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) no era solamente una entidad académica que empujaba la unificación de planes de estudio o el intercambio de profesores, sino que también trabajaba por la cultura, como el caso de EDUCA”.
— Que fue una oportunidad de difundir y hasta de establecer el canon con muchos escritores, porque fueron ediciones populares, accesibles...
— Y probamos que era posible que un escritor costarricense fuera leído en Guatemala y viceversa. Además, pudimos celebrar festivales de teatro centroamericano, bienales de pintura, ferias de libros...

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—Hoy, que esos actores principales han cambiado, hay muchísimas más editoriales, gestores culturales...
— Con todas esas iniciativas culturales locales, hay que buscar cómo darle un sentido integral en Centroamérica, que es lo que nosotros queremos hacer a través de Centroamérica Cuenta.
“Por ejemplo, en Costa Rica, en los años 70 casi solo existía la Editorial de Costa Rica. Me sorprendió muchísimo, la última vez que estuve en la feria del libro de Costa Rica, encontrarme con tantas editoriales pequeñas; editan poesía, relatos cortos, editan autores extranjeros. Y eso es novedoso. Eso es lo que hay que alentar. Las mismas ferias del libro son importantes. Antes no existían, pero ahora tenemos las de Costa Rica y las de Guatemala, por mencionar dos”.
— El momento político que vive Centroamérica le da permiso a uno de sentirse pesimista.
— El pesimismo es un sentimiento que está determinado por la falta de esperanza hoy y en el futuro. Yo no tengo pesimismo respecto al futuro. Yo sé que este es un mal momento. Un momento en el que estamos viviendo, pero vendrá otro distinto.
— “El optimismo no tiene nada que ver con esperanza”...
— Sí, sí. Para mí vendrá un momento distinto donde podemos recuperar terreno, el terreno perdido de la democracia, de la institucionalidad.
— ¿Cómo entiende usted un momento como este, cuando un Bukele emula prácticas de Ortega y, a la vez, es admirado en un país como Costa Rica (incluso por el gobierno)?
—Por esto mismo del ‘mal momento’. Se están dando unas coincidencias funestas en Centroamérica, en donde por un lado surge la demagogia, la vocación autoritaria... Al mismo tiempo, la gente piensa que la voz autoritaria es la que va a resolver problemas estructurales de la sociedad y que la democracia no ha sido capaz de resolver.
“Creo que la democracia para mucha gente es un concepto abstracto. Por lo tanto, si no se produce bienestar, no lo toma en cuenta en su vida diaria. Eso es un gran déficit de la democracia.
“En los años 90 logramos en Centroamérica, después de los acuerdos de paz, hacer que la democracia trabajara: elecciones libres, instituciones. Pero, al mismo tiempo, no hubo una nivelación de la justicia económica.
“Hoy tenemos como resultado que un reducido grupo de personas es dueño de la mayor parte de la riqueza. Y eso se traduce en malas condiciones de vida para enormes sectores de la población. Entonces, la democracia no ha producido bienestar. Ese es el gran déficit.
“Eso es necesario corregirlo hacia el futuro. Pero nadie me va a convencer a mí de que los gobiernos autoritarios son capaces de traer el bienestar”.

— En todo caso sería un bienestar fugaz.
— ¿Qué bienestar podemos esperar de las dictaduras, que están asociadas a la corrupción y a esa voluntad que tienen los caudillos, sea Bukele, sea Ortega, de quedarse para siempre en el poder a costa de cualquier cosa? A ellos el progreso material de la gente no les interesa, les interesa permanecer en el poder. Por eso te decía que es un mal momento. Creo que para Costa Rica no es un buen momento, tampoco.
— ¿Cómo lo percibe usted desde afuera?
—Por primera vez en Costa Rica existe la tentación autoritaria, que quedó desterrada después de la guerra del 48, con la eliminación del ejército, el crecimiento de las instituciones, la inversión en educación, la seguridad pública. Yo nunca había leído antes en un periódico que tiroteaban a la gente en media calle en Costa Rica, en los barrios, que había ajustes de cuentas de grupos criminales. Pero lo pongo como parte de un mal momento. Yo creo que las instituciones costarricenses van a ser capaces de resistir".
—En cierto modo, nos recuerda que ningún país es inmune...
— Inmune, no.
— Y que es un trabajo constante la democracia...
— Claro, y ya ves el esfuerzo enorme que se hace en este país (Guatemala), de hacer prevalecer la democracia en un ambiente completamente oscuro, difícil.
—Aun en algunas aparentes calles sin salida: ustedes estaban ayer visitando a José Rubén Zamora (editor de El Periódico encarcelado tras denunciar corrupción del gobierno anterior). Ahora liberado, ahora sin proceso, ahora de nuevo a la cárcel. Esa frustración, ¿cómo canalizarla? ¿Cómo moverla a través de espacios de discusión intelectual como este? ¿Qué hacer?
— Yo creo que convenciendo a los electores de que la democracia vale la pena, que es el único sistema posible en el cual podemos vivir. Y me parece que esa insistencia no hay que cansarse de hacerla. Las tentaciones autoritarias son fatuas, no sirven para nada. Hay que volver al fuero de la democracia, volver a restablecer la democracia, aún en las condiciones más difíciles. Yo creo que por eso Guatemala para mí es una buena prueba".
— Le tengo que preguntar por el momento que está viviendo Nicaragua. La pareja dictatorial parece estarse quedando sin otra herramienta para afianzar su poder...
— Bueno, eso se agota. En determinado momento eso se agota. No tengo inseguridad respecto al futuro. Padezco el presente: soy exiliado, no tengo soluciones, no puedo decir lo que va a suceder. Yo no estoy ya en una etapa de estar metido en una oposición activa, mi papel es otro, desde la escritura. Pero mi esperanza es segura. Volveremos a tener un sistema democrático, vamos a inventar un sistema democrático duradero e institucional.
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—Esperemos que esa transición hacia una renovación democrática en Nicaragua llegue pronto. Cuando ocurra, ¿qué no debería olvidar la sociedad nicaragüense?
—Que la vida democrática debe construirse por medio del entendimiento y nunca de la guerra civil. La guerra civil solo le ha hecho daño al país, como la que vivimos en los 80; las revoluciones armadas no son la solución.
“Esa es una convicción profunda que yo tengo a esta altura de mi vida. Que cuando una revolución triunfa, por muy grandes ideales que tenga, siempre habrá alguien que encabeza esa revolución con un arma en la mano y que no querrá soltar esa arma después. Eso es una enseñanza de la historia. Debemos construir países con base en liderazgos civiles fuertes que a su vez sean capaces de liderar civiles y construir sistemas fuertes”.
— ¿Cómo lucirá, ojalá en el futuro próximo, un proceso de reconciliación en Nicaragua?
—Eso es muy complicado, pero tiene que darse. Tiene que darse. Las pendencias ideológicas se multiplican en el exilio siempre. Cuando los dirigentes políticos pierden contacto con las bases, la gente quedó atrás y los dirigentes están afuera, las relaciones políticas se vuelven muy subjetivas, las creencias se vuelven muy subjetivas, muy abstractas.
“Muchas personas en sí mismas pasan a ser partidos políticos enteros. Las disidencias, las disensiones nunca se van a resolver afuera, sino que eso se resuelve adentro porque la realidad es del país. Y no me preocupa quién se va a poner a la cabeza del país porque los liderazgos surgen espontáneamente. La mejor gente puede hacerse cargo de un país y ahorita no la estamos tomando en cuenta: no existe en el panorama político, no sabemos quién surgirá”.

— Precisamente por esas condiciones, muchísimos artistas de Centroamérica están creando su arte, su literatura, su cine, su música, desde fuera de la región. Es una característica muy interesante para estudiar desde lo literario a Centroamérica, entender que es una región dispersa por el mundo; Centroamérica está por todas partes.
— Sí. Por distintas razones, ¿no? En países como Nicaragua casi no hay posibilidades de elaborar información periodística dentro del país, todo se hace fuera. Los medios están cerrados, prohibidos, clausurados, los periodistas en el exilio, pero los periodistas no dejan de elaborar su información. Esto es un fenómeno nuevo que permiten las redes sociales y los medios digitales.
“Esta es una situación nueva que va a tener un impacto en el futuro. Otros estamos, como escritores de literatura creativa, también fuera de Nicaragua, produciendo fuera de Nicaragua. Lo mismo está ocurriendo en El Salvador. Toda la redacción de El Faro está fuera ya de El Salvador, hay muchos escritores salvadoreños viviendo fuera. Es un tiempo de exilio, pero habrá un reflujo y se volverá a crear más desde adentro”.
— ¿Un espacio como Centroamérica Cuenta es también, de alguna manera, una oportunidad de explicarle al resto del mundo esta condición particular de la región?
—Sí, bueno, es una oportunidad. Ahora, no nos hacen tanto caso. Somos un territorio marginal. Es decir, hay otros territorios estratégicos en América Latina. Venezuela, por ejemplo: petróleo, tierras raras... Centroamérica no tiene ningún producto estratégico en el mercado, por lo tanto somos más ignorados. Cuesta fijar el concepto de literatura centroamericana afuera, concepto que para mí es muy valioso, muy palpable. Y eso es parte del esfuerzo que estamos haciendo.
“Es una región que, si sumamos sus pedazos en términos culturales, es una gran región cultural. Como lo sería políticamente y económicamente si pudiera sumar sus pedazos. Y ese sería un mercado de 60 millones de personas con un producto interno bruto enorme.
“En la cultura no necesitamos integración política o económica para poder decir que tenemos una literatura centroamericana. Porque ahí está. Es de Miguel Ángel Asturias a Ernesto Cardenal, a Gioconda Belli, a Yolanda Oreamuno. Tenemos una literatura centroamericana”.

— (En la inauguración de CAC) se celebró el acto, que es muy hermoso, de la inclusión del legado de Asturias en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Los escritores centroamericanos han estado marginados del canon de cierta manera y tal vez este es un momento para volver a incluirlos en la gran historia de la literatura latinoamericana.
—Es parte del esfuerzo que estamos haciendo. Tenemos ya el legado de Carlos Luis Fallas, que vamos a depositar también en la Caja de las Letras.
— ¿Cuándo lo van a hacer? ¿En Madrid? (CAC celebra una edición pequeña en la capital española).
— Probablemente este año. Ya tenemos el legado en Madrid, está en mis manos; vamos a hacer una ceremonia importante. Me parece que Carlos Luis Fallas es representativo, es parte de las letras centroamericanas y tiene que estar allí. Igual que deberían estar Yolanda Oreamuno y Joaquín García Monge.
—Esos esfuerzos por volver a fortalecer esos lazos que tal vez en algún momento se perdieron pueden ayudar a que los escritores de hoy surjan.
— Claro, porque se necesita un reconocimiento desde atrás para alentar a los que vienen después.
— Usted siempre está muy ocupado, pero le iba a preguntar: en esta etapa de tantísima actividad pública, ¿cómo le está yendo con la escritura?
—Aquí (estoy ocupado) porque estamos en el festival, pero yo en Madrid, todas las mañanas del mundo yo estoy escribiendo. Estoy escribiendo una nueva novela. Quiero tenerla terminada al fin de año. Alfaguara va a publicar una selección de mis escritos ensayísticos y periodísticos.
“Estoy escribiendo una novela del ciclo del inspector Morales [personaje recurrente en su novela negra]. Se desarrolla precisamente en Costa Rica, donde ahora está exiliado Morales, en el pueblo de La Cruz y en Puerto Soley. Siempre me gusta decir que mientras yo tenga memoria e imaginación seguiré escribiendo”.
— Pensando en Costa Rica: no voy a hablar de consejos, pero, ¿cómo se puede fortalecer la visibilidad de la literatura de la Costa Rica contemporánea?
—Yo creo que la literatura hay que construirla desde adentro. Hay que alentar a los escritores jóvenes para que publiquen sus libros. Costa Rica tiene la ventaja de que tiene ahora varias editoriales importantes. Esa es una primera etapa que hay que consolidar para luego pensar salir hacia afuera.