Monteverde, Puntarenas. Seis familias de migrantes deportados por el gobierno de Donald Trump, procedentes de Rusia, Armenia, Azerbaiyán y Afganistán, fueron acogidas por la Asociación Los Amigos de Monteverde, una comunidad de cuáqueros, integrada principalmente por estadounidenses.
Desde el pasado 12 de julio esas 17 personas, entre adultos y niños, conviven con ellos entre las montañas de Monteverde, un pequeño pueblo de casi 5.400 habitantes, con una superficie de 53 kilómetros cuadrados, que en el 2021 se convirtió en el cantón número 12 de Puntarenas.
Se trata de un movimiento cristiano, nacido en Inglaterra en el siglo XVII, cuyos principios base son la paz, la igualdad, la verdad, la comunidad, la integridad y la sencillez.
A Costa Rica llegaron en 1951, buscando un lugar pacífico y sostenible donde vivir, pues sus principios religiosos les impedían realizar el servicio militar obligatorio y contribuir con el pago de impuestos para financiar gastos militares.
Ellos fueron quienes iniciaron, en la década de los 50, la producción de quesos finos en esa zona montañosa, que hoy es altamente conocida en todo el país bajo la marca Monteverde.
“Entre los valores cuáqueros hay una creencia de que hay algo divino en cada persona y que hay que respetar eso, y que hay que respetar los derechos de cada persona y luchar por la paz y la igualdad de todos. Y esos valores son parte de esta comunidad, tanto entre ticos como entre cuáqueros extranjeros.
”Entonces, nos reunimos con esa idea de respetar a estas personas e invitar a algunas familias a vivir con nosotros, sin saber exactamente cómo íbamos a hacerlo, porque iban a necesitar comida y alojamiento.
”Queríamos ofrecerle a esas familias esa seguridad de saber que podrían seguir tomando decisiones en paz, con tranquilidad“, contó Jennie Mollica, una cuáquera estadounidense, quien lleva nueve años viviendo en Monteverde junto a su hija.
Mollica es una de las personas que organizó la llegada de estas seis familias, que formaron parte del grupo de 200 migrantes que fue deportado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Costa Rica, en febrero pasado.
Ellos permanecieron encerrados casi cinco meses en el Centro de Atención Temporal para Migrantes (Catem), en Paso Canoas, cerca de la frontera con Panamá, hasta que la Sala Constitucional ordenó a Dirección General de Migración y Extranjería dejarlos en libertad y darles un estatus migratorio.
Noticias en los periódicos
Mollica narró que ellos, como estadounidenses, estuvieron muy pendientes de lo que estaba ocurriendo en el Catem con los migrantes, a través de periódicos y medios digitales. De esa forma se percataron de las penurias en que estaban viviendo y que les impedían el libre tránsito.
En otras ocasiones ya habían ayudado a migrantes en Los Chiles, en la frontera norte del país, recaudando donaciones y llevándoles ropa y comida para que pudieran continuar su éxodo hasta Estados Unidos.
En esta oportunidad, contactaron a Marcia Aguiluz Soto, la directora para América Latina de la organización cuáquera American Friends Service Committee (AFSC), para ver cómo podían ayudar.
Aguiluz les planteó la posibilidad de que acogieran, de manera temporal, a algunas familias. Primero se habló de una y terminaron “adoptando” a seis. Cinco están en Monteverde y una en Liberia.
En esa operación titánica, en la que según Mollica participaron decenas de personas, también contaron con el apoyo del Servicio Jesuita para Migrantes en Costa Rica, que costeó el traslado de los migrantes desde Paso Canoas hasta Monteverde.
En Monteverde el apoyo ha sido incondicional, detalló Harriet Joslin, una cuáquera, también de la Asociación Los Amigos de Monteverde, quien lleva 21 años viviendo en Costa Rica, al cual describe como su hogar. Aseguró que ningún vecino se opuso a la idea y, que por el contrario, se han apunto a ayudar, según sus posibilidades.
Algunos les compran comida, costean su hospedaje o ayudaron con ropa, mientras que otros adquieren algunos de los otros productos o servicios que ellos ofrecen, como entrenamientos de acondicionamiento físico, corte de cabello o manicura.
En una ocasión incluso, la iglesia Católica de la comunidad de San Elena, contrató a algunos de ellos para que los ayudaran a cocinar durante la celebración de las fiestas patronales, en agosto pasado. A cambio, ellos recibieron un pequeño pago en efectivo.
“Esta gente necesita mucha ayuda, no tienen casi nada. Pero en realidad es un beneficio para la comunidad, porque ellos son tan cariñosos y a nosotros nos da mucha alegría hacer estas cosas.
”Es algo que podemos hacer, frente a todas las cosas donde no podemos hacer mucho. Es algo que podemos hacer y eso es un regalo para nosotros.
“La mujer de la familia que vive cerca de nosotros, un día estábamos comiendo y ella se enteró que a mi esposo le gustan mucho unos panqueques originarios de su país que se llaman blinchikis. Desde entonces, cada semana, más o menos, viene a nuestra casa con un plato lleno de esos panqueques. Ellos no tienen mucho, pero dan de lo poco que tienen, que es comida”, detalló Joslin.
Los niños del grupo acuden a los centros educativos de la zona, la mayoría están es escuelas públicas. También son atendidos en la clínica de la localidad. En el caso de los adulto la situación diferente. No tienen un Documento de Identidad Migratorio para Extranjeros (Dimex) y, entonces no pueden conseguir trabajo.
Al momento de la publicación de este artículo, quizás algunos de estos migrantes ya no estén en Costa Rica, algunos de ellos quieren intentar de nuevo entrar a Estados Unidos, donde tienen familiares esperándolos. Pero lo cierto es que en Monteverde encontraron en los cuáqueros un grupo de amigos.