Tanta agua ha pasado bajo el puente que es difícil recordar que hay presidentes a quienes la gente admira. Este 13 de mayo, el fallecimiento de José Pepe Mujica, exmandatario uruguayo, a los 89 años, nos recordó que, otrora, el público internacional podía encariñarse con el líder de un pequeño país en la punta sur de América.
Pero hace quince años éramos otros. De hecho, el mundo era otro. Por allá del 2009, cuando el Frente Amplio lo eligió como candidato único de su coalición, el mundo vivía el frenesí de una inusitada oleada de sentimiento anticapitalista. La crisis financiera del 2008 sacudió las bolsas y la política, reviviendo los eslóganes del movimiento antiglobalización del 2001 y abarcando nuevos temas. El sistema estaba roto. El cambio debía ser radical.

Para radicales, claro que estaba Mujica, guerrillero tupamaro encarcelado por doce años por sus acciones contra la dictadura cívico-militar. Pero a su llegada al poder, llamó la atención porque la firmeza de sus ideas se expresaba tersamente, con la suavidad del anciano sabio y rabioso que sabe por qué dice lo que dice. Su bigotito, su panza, su carrito. “El presidente más pobre del mundo”. ¿Una caricatura?
Quizás sea difícil ver a través de los lugares comunes. Máxime cuando el personaje es tan elocuente que convierte cada entrevista en una huerta de citas imperecederas. “Hay que servir para abono y no para estorbo. Servir para abono significa mineralizarse, simplificarse, volverse algo útil. Perder el sentido de pertenencia. Lo importante no es que quede el nombre, sino que algunas ideas sembradas, sin saber ni preguntarse de dónde vienen, sean tomadas como propias“, le dijo a la periodista María Ester Gilio.

O también: “Nos bombardean, el marketing es un veneno. Te domina, compre esto, compre lo otro. Y eso no es vivir“. ”Mi definición puede ser la de Séneca: ‘Pobre es el que precisa mucho’. O la de los aymara. ¿Sabés qué es un individuo pobre para los aymara? El que no tiene comunidad, el que está solo“. ”Pobres son los que quieren más, los que no les alcanza nada“.
Aquello resonaba cuando los gobiernos corrían a rescatar a los bancos, miles perdían casas en el norte global y en el sur, como siempre, las cambiantes economías sufrían cada sacudida, cada cual a su ritmo. En tiempos de prestidigitadores de principios, alguien concartas sobre la mesa repelía o seducía. Mujica encantaba a propios y ajenos.
Como todo gobierno, dejó deudas. Sus promesas de responsabilidad fiscal no frenaron el déficit, que llegó a 3,5% en 2015. Prometió “educación, educación y otra vez educación” y quedó corto, en instalaciones y en calidad de enseñanza. En infraestructura, tampoco llenó todas las expectativas. Rara avis en la región, fue un presidente de izquierda que mantuvo la macroeconomía estable (e incluso impulsó la apertura de Uruguay).
Pero no cualquiera, sobre todo en Latinoamérica, se quita la banda presidencial con la dignidad intacta. En los últimos años, sobre todo después del anuncio del cáncer que lo mató finalmente, Pepe seguía siendo la figura señera de un presidente que, humildemente, servía al pueblo, cumplía su labor y se retiraba a una vida de contemplación.
“A los muertos hay que enterrarlos y respetarlos una vez al año. No se construye nada con los muertos. La gente tiene que vivir audazmente“. Y morir audazmente también.
