Áspero como una lija. En su lecho mortuario aún tuvo fuerzas para balbucear a su hija Lisa: “¡Hueles a excusado!”.
Poco podía esperar la jovencita del hombre que a duras penas reconoció ser su padre, y a la fuerza pagó $500 de pensión, si bien fue el fundador y dueño de Apple, valorada este año en un billón de dólares.
Los idólatras ni siquiera comparan a Steve Paul Jobs con Thomas Alva Edison, con más de mil inventos acreditados, porque lo consideran infinitamente superior al genio de Menlo Park.
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La máxima creación de Jobs fue su leyenda de grandeza y virtud, expresada en el discuso que pronunció en la ceremonia de graduación en la Universidad de Stanford, el 12 de junio de 2005.
Hombre autosuficiente al mejor estilo gringo, la luz precedió al gurú de la tecnología del siglo 20 y 21, pero las sombras de su reputación nublaron sus relaciones personales.
Sin dejar enfriar el cadáver de Jobs, devorado por un cáncer pancreático el 5 de octubre del 2011, fueron divulgados en cantidades industriales panegíricos e invectivas, algunas auténticas infamias.
Nunca llueve parejo en la vida de los genios y el dardo de la traición crece en su propio patio; en el libro Small Fry fue su propia hija –Lisa Brennan-Jobs– la que aireó, post morten, las miserias paternas.
El talento de Steve corre parejo con su mezquindad y malevolencia, según el lector quiera creerle a la biografía que escribió Walter Isaacson o vea la apología que filmó Danny Boyle.
Otros se atienen a la opinión de Steve Wozniak, amigo de Jobs, que afirmó: “Hay cosas de Donald Trump que me recuerdan mucho a como era Steve. Lo amaba pero no puedes ser malo con la gente”.
Infancia truncada
A nadie le gustaría que sus padres no lo quisieran, por lo menos en el caso de Steve algo lo estimaban porque en lugar de que su madre –Joanne Carole Schieble, una estudiante suiza– lo abortara, decidió parirlo el 24 de febrero de 1955.
De común acuerdo con el padre –Abdultafattah Jandali, un emigrante sirio musulmán doctorado en ciencias políticas– lo ofrecieron en adopción a una pareja de profesionales, quienes deseaban una niña pero resultó lo opuesto.
Como si lo hubieran comprado en una tienda de descuento llamaron a los últimos de la lista, Paul Jobs –maquinista de tren– y Clara Hagopian –ama de casa– y preguntaron: “Tenemos un niño no deseado: ¿Lo quieren?”
Así fue como Steve “nació”. Dejemos a los aprendices de brujo analizar el impacto de eso en la psique de Jobs y saltemos 12 años, cuando vio la primera computadora durante una excursión del Hewlett-Packard Explorer Club.
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Otro salto temporal y lo veremos entrar a la universidad, después de convencer a sus padres para gastar en la matrícula hasta el último centavo ahorrado.
Duró seis meses y la abandonó; durmió en el suelo; recogió botellas de Coca-Cola para ganar cinco centavos por cada una y comprar comida. Los domingos caminaba 10 kilómetros para ir al culto de los Hare Khrisna, y comer algo decente.
Para matar ansias matriculó un curso de caligrafía, que fue la mejor decisión de su vida. Otro brinco temporal y Steve diseñó –con ayuda de otros y aunque le costara reconocerlo– la primera computadora personal Macinstosh.
Ese día nació la versión humana de Godzilla.
Hombre tóxico
El sistema operativo de Jobs, para sus relaciones personales, era el de un jefe en una galera romana, mezclado con el de un capataz en una plantación de azúcar en Haití.
A contrapelo de todos los valores de moda en Silicon Valley, en los años 90, de amor y paz con los empleados, Steve impuso en Apple un estado policíaco que dio resultados maravillosos y lo convirtió en hipermillonario.
Tirano y autocrático, la fría punta de su bota la probó Lisa. La vio nacer en un rancho en Oregón; pasaron siete años sin importarle nada de la niña, hasta que un tribunal lo obligó a reconocer la paternidad.
Ella era un lastre en su espectacular ascenso; tampoco aportó un cinco para su educación, los vecinos de la madre –Chrisann Brennan– le pagaron los estudios, otros les dieron acogida y algunos comida en los momentos difíciles.
A los 48 años, a Jobs le diagnosticaron un tumor canceroso en el páncreas. Probó con tratamientos pseudocientíficos, dietas vegetarianas, hierbas medicinales, consejos budistas y otras ocurrencias.
Tan mortal como cualquiera, su tarjeta madre colapsó a los 56 años. Murió en brazos de su amada mujer Laurene y sus adorados hijos: Reed, Erin, Eve…¡Aaah, y Lisa!
Todo le salió bien, aunque lo hiciera mal.
Así o peor
Frío y directo. “Era despiadado, mentiroso, cruel”. Bob Belleville, empleado de Apple.
Leyes propias. “Estaciona diferente”. Juego de palabras colocado en el auto de Steve Jobs porque se estacionaba en el espacio de los minúsvalidos.
Extraño amor. “La quería y se arrepintió de no haber sido el padre que debería haber sido en su infancia”. Así explicó la viuda, Lauren Powell-Jobs, las tensas relaciones con su hija Lisa.