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Kate Moss (der.) posó junto a su hija Lila Grace Moss en un desfile de la marca Dior en París. Fotografía: AP (Christophe Ena/AP)
Ni en sus horas más bajas abandonó una fiesta. Ya fuera borracha, oliendo cocaína, o de las mechas con alguna rival, la antimodelo de los años 90 nunca dejó una parranda.
Le decían la chica imperfecta por su cuerpo sin curvas, pechos pequeños, descarnada y a contrapelo de los ideales de belleza, que encasillan a las supermaniquíes.
A los 14 años aterrizó en Nueva York, venía de sus vacaciones familiares en Las Bahamas y Sarah Dukas, fundadora de la agencia Storm, le echó el ojo; convenció a los padres y creó el mito de Kate Moss.
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Si el lector la compara con las pulposas y despampanantes Claudia Schiffer o Naomi Campbell, encontrará a la Moss escuálida, pequeñita —1,65 m—, huesuda, cabello castaño y ojos marrones, nada que pudiera despertar ningún instinto.
Dukas vio en Kate un lienzo blanco y a las pocas semanas, aquella hija de una camarera —Linda Rosina— y un agente de viaje londinense —Peter Edwards—, irrumpió en la portada de The Face y conquistó el mundo.
Durante 20 años fue la musa de las pasarelas, brilló en las campañas publicitarias, pintores y escultores llenaban sus exposiciones con figuras de la modelo y esta posó para 300 portadas, tan solo 33 de esas fueron en Vogue.
Al ascenso mediático contribuyó su dilatada, documentada, abultada y escandalosa vida sentimental; probó a todos los hombres como si fueran helados, entre ellos músicos, actores, fótografos y quienes estuvieran mal puestos.
Musa rebelde
Con 16 años la obligaron —según ella— a salir en la revista The Face con los senos al viento y tapándose la entrepierna con un sombrero de paja, era eso o quedar congelada para siempre en el mundo del modelaje.
“Odiaba mis pechos porque era plana; además tenía un lunar muy grande en uno de ellos. Fue una situación incómoda, obligué al peluquero —el único hombre en la sesión fotográfica— a darse la vuelta” recordó una afligida Kate.
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En el 2005, Kate Moss posaba para una campaña de Roberto Cavalli en Ibiza, España. Fotografía: AP
Con más experiencia y años no dudó en salir desnuda, mostrando sin pena sus encantos, ya fuera para publicaciones o bien en sus vacaciones.
Y con el tiempo se convirtió en “el vórtice alrededor del que giran todas las fiestas de Londres”, como escribió The Guardian, para referirse a Kate y a su intensa vida nocturna.
La londinense, nacida el 16 de enero de 1974, pasó directo de la niñez a la juventud y de ahí a los 19, cuando Calvin Klein la escogió para protagonizar su campaña publicitaria Obsession, en 1993.
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A su paso cayeron todos los cánones de belleza; detonó el reinado de las redondeces y voluptuosidades e impuso el de las chiquitillas y el de las flacas, apenas llegaba a las cien libras, puro hueso y piel.
La que menos corre alcanza un venado. Con 46 años bien puestos y casi 30 de carrera es una de las “celebrities” más rica e influyente del mundo, si uno le cree a Forbes.
Más allá del glamour que la rodea, todavía es una niña tímida, que siente nervios cuando llega al set, odia los ejercicios y se arrepiente de la frase que fue su bandera: Nada sabe mejor que estar delgada.
Torbellino de pasiones
Con su edad muchas modelos viven en un retiro dorado; bien casadas o “arrejuntadas”, pero ella saca todavía petróleo de su cara, la que conserva intacta pese a los excesos de su vida loca.
Todavía la acecha su archienemigo mediático, The Mirror, el pasquín inglés al que ganó un juicio, en el 2004, por acusarla de drogadicta; pero un año después publicó en su portada una foto de ella aspirando cocaína.
Fue el Apocalipsis. Perdió millonarios contratos y las envidiosas colegas la dieron por muerta y enterrada; difundieron todas sus miserias, sus amores de arrabal y todas las locuras que compra el vil metal.
Su lista de amoríos es tan extensa como la guía telefónica de Londres; una vez confesó que estar soltera le resultaba “trágico”; ahora encontró reposo en los brazos de Nikolai von Bismarck, 13 años menor, quien la apartó de los vicios.
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La modelo mantuvo un intenso noviazgo con el músico británico Pete Doherty. Fotografía: Archivo (Yui Mok)
Entre los más notorios destaca, por derecho propio, Johnny Deep. Ambos se conocieron en el Café Tabac de Nueva York, ella tenía 19 y él 30, vivieron juntos cuatro años y eran la pareja explosiva de los años 90.
Los dos eran ricos, jóvenes, bellos y los paparazis hicieron fiesta con ellos porque se amaban en público sin pudicia, y en privado protagonizaban peleas titánicas, con habitaciones de hotel destrozadas.
Hoy quedaron atrás los días de rock, drogas y sexo loco; ahora la “chica más perfectamenta imperfecta”, sigue siendo carne mediática y algo tendrá que el mundo no se cansa de mirarla.
La modelo imperfecta
Eso o nada. A los 16 años la pusieron contra la pared: “Si no lo haces no te volveremos a fichar”, se encerró en el baño, lloró un rato, salió y lo hizo. Le tomaron fotos semidesnuda y así empezó su carrera.
Persona equivocada. Dicen que la primera vez que Kate Moss fue a una prueba para una revista de modas, el fotógrafo la sacó del lugar; pensó que era una niña bromista que llegó ahí por error.
Loca por los tatuajes. Kate tiene un ancla en la muñeca y una estrellita en un tobillo; pero el mejor son dos pájaros arriba del trasero, diseñados para ella por el pintor Lucien Freud, nieto de Sigmund Freud.