Los negocios son los negocios. Para ganar mucha plata bien valía esclavizar 200 judías y hacinarlas en un taller para coser los exclusivos uniformes del ejército nazi.
Fascista convencido y soba lomos del nacional socialismo, el costurero Hugo Boss diseñó los trajes de las Waffen SS, la guardia pretoriana de Hitler; el de las SA, una organización paramilitar y las juventudes hitlerianas.
Esos tres clientes compraron 3,5 millones de atuendos, que incluía: ropa de trabajo, deporte, lluvia, guantes, paracaídas, mochilas y todo lo necesario para vestir con elegancia a las tropas más despiadadas del siglo XX.
En 1924 Hugo era un modesto pegabotones con un sencillo atelier en Metzingen –pueblito alemán donde abrió sus arios ojos el 8 de julio de 1885-, y a punta de zurcidos se ganaba las salchichas para el almuerzo.
Como nada es tan malo que no se pueda poner peor, la depresión económica alemana de 1931 lo partió en cuatro pedazos; sus acreedores apenas le dejaron seis máquinas de coser.
El futuro dios de la moda no era un cateto; al contrario, hizo de tripas chorizo y olfateó el signo de los tiempos. Se afilió al partido nazi, lo apoyó con fondos y logró las conexiones necesarias para los jugosos contratos.
Tampoco es que Hugo inventó el agua tibia, pues hizo lo mismo que Coco Chanel, Farben, Adidas, Puma, Volkswagen, BMW, IG Farben –productora del gas Zyklon B para los campos de exterminio– que suplieron a la maquinaria bélica de Hitler.
Boss se estrenó con el diseño de las camisas pardas, que lucieron con garbo en “La noche de los cuchillos largos”, del 30 de junio al 2 de julio de 1934, cuando asesinaron a cientos de rivales políticos.
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Lo demás fue coser y cantar…
Hábil emprendedor
Casi nada se conoce de la infancia y juventud de Boss; de golpe aparece al frente de su empresa textil entre 1923 y 1924.
En ese taller tenía 22 empleados y confeccionaba ropa de trabajo para la industria alemana, el servicio de correos, impermeables, atuendos deportivos y uniformes policíacos.
Algunos de sus proveedores eran judíos, y aún peor, comunistas. Cuando los nazis asaltaron el poder derivó hacia el antisemitismo, y a varios los denunció para hacer méritos con los fascistas.
Dado que el III Reich iba durar mil años, había que estar en esa rosca eterna y se afilió al partido. No fue de los primeros acólitos, pero le asignaron el número de fanático 508889 y comenzó a tragar el veneno ario.
Vender a pagos su conciencia rindió frutos inmediatos; en cuestión de tres años salió del abismo de la quiebra a la cima de la prosperidad y obtuvo pingües contratos.
Infundir el terror y destripar personas no se oponía a vestir chic, por eso diseñó el impactante y llamativo uniforme de las SS Wafen, que dispusieron de trajes a la altura de sus atestados.
Los ropajes negros, con visos rojos y plateados, así como las insignias, pincharon la envidia de los otros militares, quienes llenaron de encargos a Hugo.
Fortuna sangrienta
En plena guerra la compañía textil de Boss fue la segunda más importante de Alemania y sorteó dos obstáculos: la escasez de materia prima y los recortes presupuestarios.
El ingenio de Hugo rebasó cualquier expectativa y utilizó lana reciclada, ropa y otros materiales saqueados por las hordas nazis.
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Aunque los alemanes no iban a vencer a los Aliados, al menos serían los mejor vestidos; por eso nunca cesaron de pedir más atuendos.
Con tal de satisfacer la demanda, y ante la reducción de recursos en ese rubro, el avaricioso fabricante empleó esclavos de los campos de concentración o deportados de las naciones ocupadas, en especial mujeres.
Las ganancias fueron custodiadas por los respetables banqueros suizos; en 1997 una investigación reveló que los nazis transfirieron unos cuatro mil millones de dólares producto del latrocinio. En ese paquete iba la parte de Hugo Boss.
Terminada la guerra borró el rastro y seguió como si tal cosa. En 1945 lo declararon beneficiario del regimen nazi, perdió el derecho al voto, pagó una multa de 300 mil dólares y aquí paz y después gloria.
Canceló la deuda con la venta de seda para paracaídas, que compró en el mercado negro en los últimos dias de la guerra; reorientó el negocio y sus herederos lo consolidaron en el selecto mundo de la alta moda.
Acabó sus días en santa paz el 9 de agosto de 1948; olvidó los tiempos en que cosía camisas pardas para una pandilla de psicóticos y pasó a ser el diseñador de camisas blancas, de alta categoría, para ejecutivos.
Negocios riesgosos
Años de miseria. Los operarios del taller de costura fueron tratados como esclavos y trabajaban en condiciones infrahumanas, como en un campo de concentración.
Guerra a la moda. El ejército del III Reich pudo ser el mejor vestido de la historia militar, tenían hasta ocho uniformes diferentes según cada ocasión: campañas, servicio diario, guardia, desfiles, paseos, deportivos o fiestas.
Sin perdón. Hugo Boss apeló varias veces la condena del gobierno por sus actividades pro nazi, pero nunca lo perdonaron.