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Cohen era el espía perfecto. Dominaba varias lenguas, en especial el árabe, poseía una extraordinaria memoria visual; era dedicado, íntegro y patriota. Solo tenía una actitud grave: la temeridad. Foto Archivo
Vale más un espía adentro, que un ejército afuera. Este axioma del espionaje llegó a su máxima expresión con Elie Cohen, el agente judío quien por varios años conoció y reveló los secretos de militares, empresarios y políticos de Siria.
Su osadía y valor lo llevó al cadalso. Tras cuatro semanas de torturas, un tribunal lo condenó a la horca. La madrugada del 18 de mayo de 1965, en un carromato lo llevaron a la Plaza de los Mártires en Damasco, y ahí, la multitud lo escarneció.
El verdugo le ofreció una capucha negra. La rechazó. Lo vistieron con un manto blanco y un extenso texto en árabe refirió los detalles de su traición.
Durante seis horas el cuerpo se bamboleó. Nadie sabe donde están sus restos.
Las reglas del espionaje fueron establecidas, hace unos 2,500 años, por Sun Tzu, en El Arte de la Guerra, vademécum de quienes presumen de estrategas en los negocios, la política y el amor.
En el capítulo 13, “Sobre la discordia y la Concordia”, Sun Tzu definió las cinco clases de espías: el nativo, el interno, el doble agente, el liquidable y el flotante. “Conoce a tu enemigo, de lo contrario solo contarás tus combates por tus derrotas.”
El siglo 20 fue la época dorada del espionaje; tanto por la cantidad como por la calidad de los agentes; también, por los efectos desgarradores de su trabajo y la conmoción social que ocasionaron cuando fueron descubiertos.
Es poco lo que se sabe de los grandes espías, justamente porque en eso radica su éxito, en el anonimato. Cuando los pescan, es porque cayeron en el peor de sus errores: el hábito.
A Elie Cohen le echaron el guante por un detalle extraño en su vida de millonario; pese a su riqueza, nunca contrató personal de servicio para la casa y eso llamó la atención del contraespionaje sirio.
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Elie y Nadia Cohen, recién casados. Foto Archivo
Vida de leyenda
Los Cohen vivieron en Alepo, Siria, pero a principios del siglo XX asentaron sus reales en Alejandría, Egipto, donde Elie nació el 6 de diciembre de 1924, en un hogar con siete hermanos, a cargo de un padre dedicado a vender corbatas.
Con mil necesidades estudió; muy joven trabajó en oficios de todo tipo para pagar el colegio. Se graduó de electricista en un Instituto Técnico y -al final de la II Guerra Mundial-ingresó a la juventud sionista para luchar por el Estado de Israel.
Participó en actividades clandestinas en Egipto; durante la guerra de 1956, por el Canal de Suez, lo detuvieron y pasó varios meses en una cárcel en Alejandría, de donde fue expulsado y llegó a Tel Aviv a los 33 años.
A duras penas logró adaptarse a su tierra; consiguió empleo de traductor en el Ministerio de Defensa, después encontró uno de contable en un sindicato. En el Club de Soldados conoció a una joven, Nadia, con quien se casó en 1959.
Más tarde cumplió el sueño de laborar para el servicio secreto israelí, al mando de Isser Harel. Esta organización la formaban cinco departamentos: a Elie lo aceptaron en el más famoso, temido y valeroso de todos: el Mossad.
Eficientes e implacables eran solo un puñado de agentes, altamente entrenados, mal pagados pero convencidos de sus ideales y auténticos mártires del estado israelí, rodeado de enemigos empeñados en su destrucción.
Cohen era el espía perfecto. Dominaba varias lenguas, en especial el árabe, poseía una extraordinaria memoria visual; era dedicado, íntegro y patriota. Solo tenía una actitud grave: la temeridad.
Aparte del entrenamiento físico y psicológico, lo más duro fue crear lo que se llama en la jerga del espionaje: la leyenda. Se trata de una historia falsa, un camuflaje; debe aprenderse en todos sus detalles para mimetizarse con el entorno.
Doble vida
A los 40 años murió Elie Cohen y nació, de una edad parecida, Kamal Amin Taabes, hijo de unos emigrantes sirios establecidos en Beirut, radicados después en Alejandría y quienes añoraban regresar a su tierra natal.
El padre fundó una tienda de tejidos y con un hermano se fue a Buenos Aires, Argentina; ahí le fue pésimo, pero Kamal trabajó en una agencia de viajes; con los años montó una empresa de exportación e importación y se enriqueció. Kamal suplantó a Elie, al punto que tuvo serios problemas con Nadia, pues no podía separar a uno de otro, y al final el primero se impuso al original.
En Buenos Aires se vinculó a la elitista colonia árabe, sobre todo la siria; sedujo con su dinero a relevantes personalidades, entre ellas el general Amin El Hafez, quien llegaría a ser presidente de Siria y amigo entrañable.
Con las más elevadas recomendaciones Kamal-Cohen aterrizó en Damasco, el 10 de enero de 1962; en pocos meses creó una impresionante red de espionaje y averiguó informaciones secretas, vitales para defender a Israel de los sirios.
El apartamento de Kamal se convirtió en el epicentro orgiástico de militares y empresarios; ahí, logró obtener preciados datos de instalaciones, equipos y proyectos contra Israel, los cuales desarticuló uno por uno.
Todo acabó en enero de 1965. Gracias a un equipo de rastreo -donado por los soviéticos- un comando sirio localizó la señal del radiotransmisor de Cohen y lo capturaron. Lo llevaron a una prisión militar y lo torturaron durante cuatro semanas.
Los israelíes ofrecieron mucho dinero y entregar a diez terroristas árabes por la vida de Cohen; hasta el Papa Pablo VI pidió clemencia. De nada sirvió.
Hafez El Assad, presidente sirio, fue el hazmerreír de Medio Oriente y no cabía perdón.
En las horas previas a su ejecución, escribió estas líneas a Nadia: " Te ruego que no malgastes el tiempo llorando por cosas que ya no tienen remedio. Piensa en el porvenir.”
El agente 88
Héroe de la guerra. Entre las hazañas de Elie Cohen destacó sus informaciones sobre las Alturas del Golán y las fortificaciones secretas que usaron los sirios para atacar a Israel. Cohen ubicó el lugar y su destrucción fue clave para la victoria judía, en la Guerra de los Seis Días, del 5 al 10 de junio de 1967.
Futuro ministro. El presidente sirio, Amin Al-Hafiz, confiaba tanto en Cohen que le ofreció el puesto de ministro de Defensa.
Príncipe y espía. Ayudado por su aspecto aristocrático, un vestuario principesco y su vida de magnate, logró embaucar a todos los miembros del círculo de poder del gobierno sirio.