I
En sus cuatro años de vida, Braima solo conocía el arrastrarse por el suelo como su única forma para moverse. Cuatro personas del otro lado del mundo aparecieron un buen día donde él vive y le enseñaron a caminar: poco a poco sus menudas piernas empezaron a fortalecerse. Su inocencia y entusiasmo infantil lo ayudaron a no temer. Ahora sonríe más y hasta acelera los pasos si se ayuda de una andadera con llantas. Si se desplaza solo, su andar es cada vez menos tambaleante.
* * *
La vida de un ser humano puede cambiar si otro le regala un poco de su tiempo. Crizzley Solórzano lo comprobó, a más de 7.000 kilómetros de su hogar.
Todo empezó en el 2018 cuando María Fernanda López, una colega suya, se valió de las redes sociales para pedir, mediante un video, ayuda a niños con discapacidad. López exponía la difícil y extrema realidad que vivían muchos pequeños de bajos recursos con distintos padecimientos físicos. Para ayudarlos se requerían fisioterapeutas. Lo que parecía ya un drama de alta complejidad se tornaba en una misión casi imposible al revelarse que la colaboración tenía que efectuarse en un recóndito país africano, al que se llega luego de viajar más de 22 horas en vuelos que pueden costar unos $2000 (cerca de ¢1.200.000).
Al ver el video de la solicitud varias veces, Crizzley, de 38 años, no pensó en la lejanía, tampoco en el dinero; no tenía presupuesto pero eso no la hizo dudar. El mensaje que se le grabó era la necesidad que vivían pequeños en Guinea Bisáu, un país que se ubica en el occidente de África, donde nacer con alguna discapacidad es visto como “una maldición”.
En aquella nación se han conocido casos de bebés con discapacidad que son dejados en la orilla del mar o incluso introducidos en hormigueros; aunque muchos padres prefieren abandonarlos para no tener que quitarles la vida.
Hoy estamos que se nos sale el corazón 🔥❤️de la emoción porque Braima por primera vez caminó, le damos demasiadas gracias a Dios🙏🏻 Gracias pablo calvo por el video !
Posted by Fisios en Guinea Bissau on Wednesday, October 31, 2018
Crizzley estaba clara en que si se decidía a viajar a Guinea Bisáu, llegaría a Casa Emanuel, un orfanato de bien social creado por costarricenses hace más de dos décadas (lea su historia en este enlace). El lugar consolidó hace un par de años el centro de rehabilitación Casulo, en el que cuidan niños que padecen de alguna discapacidad y que han sido abandonados por sus padres o llevados por vecinos que rescataron a los pequeños “de una muerte segura”. En el centro no recibían la terapia para mejorar su condición, debido a la falta de especialistas permanentes.
“Vi que había necesidad fuerte. Empecé a leer que en Guinea Bisáu hay pocos centros de terapia, casi que uno para todo el occidente de África. Amigos me ayudaron a sustentar el viaje, cada vez se hizo más grande la idea de ir. Se despertó una pasión en mí. Era algo muy importante y me motivó que las señoras de Casa Emanuel están mayores, son ticas, necesitan ayuda a pesar de ser tan fuertes. Sentí que había que ir a ayudarlos aunque fuera por un tiempo definido”, relata Solórzano, licenciada en fisioterapia y quien cursa una maestría de salud y movimiento humano.
Crizzley estuvo por mes y medio en Guinea Bisáu. En su trabajo le dieron permiso con goce de salario durante ese tiempo. Sus pacientes se mostraron contentos por la solidaria labor que realizaría. Hubo quienes le proporcionaron algún tipo de apoyo para el viaje. En cuestión de cuatro meses estaba viajando: un amigo le donó millas para abaratar el boleto, ella también recibió apoyó por parte de los miembros de la iglesia a la que asiste.
La experiencia
La puntarenense arribó a Guinea Bisáu y topó con un país pobre, en el que la dieta básica se basa en arroz. En algunas aldeas la cultura indica que la hora de comer se hace de manera jerárquica, empezando por el hombre mayor de casa, hasta llegar al más pequeño en edad. Muchas veces los niños reciben los platos vacíos, cuenta Crizzley.
“En el país cuesta encontrar agua potable y es común ver niños con características de que están con parásitos y desnutrición. Ves suciedad. Normalmente muchos niños no pasan de los cinco años y los adultos no llegan a los 50. Eso sí, la mayoría de las madres tienen muchos hijos porque no se conocen métodos de planificación, para sus parejas eso es tema de blancos”, agrega.
La fisioterapeuta especifica que en Casa Emanuel y en Casulo todo es diferente: hay orden, limpieza y agua potable.
En Casulo tienen a 21 niños con discapacidades varias, ninguna diagnosticada. Cinco de ellos vivieron primero en Casa Emanuel, sin embargo, los 120 pequeños, en su mayoría huérfanos, que habitan allí, algunas veces los golpeaban durante sus juegos.
“Como profesional aprendí que una de las mayores cosas que podemos hacer es ayudar a quienes no pueden pagar un servicio, ves sus sonrisas, ves cómo se sienten mejor. Mi trabajo allá lo daba con todo el corazón. Uno siente el deseo de quedarse porque en el país hay mucha necesidad, uno se siente útil”, afirma.
Uno de los casos que marcó a la especialista fue el de Braima, el pequeño de cuatro años que no caminaba porque nadie le había enseñado.
“Él tenía la posibilidad de caminar, pero nadie le mostró cómo hacerlo. Braima es un niño huérfano, tenía discapacidad pero no tan grande. Siempre estaba sonriente”, asegura.
Durante su estancia, una de las realidades que más golpeó a Crizzley es que aparte de que en Casulo solamente hay cuidadoras originarias de la zona y un enfermero, no hay profesionales en terapia física que puedan estimular a los niños discapacitados. Tampoco cuentan con espacio para recibir a otros, pues el lugar opera sin ayuda de ninguna entidad gubernamental: los gastos crecen y el espacio se achica.
“Sentí impotencia por el hecho de que no puedan recibir más niños con discapacidad, porque en la mayoría de los casos, será un niño al que quizá van a matar. Mientras estuve llevaron a una niña para evaluarla, pero si no la hubieran aceptado por falta de espacio, ella muere. Ella podía mejorar con terapia. Yo la valoré y se la di a la mamá, y ella me decía que no la quería, era una niña bonita y su discapacidad era leve comparada con otros. Como no hablaba ni gateaba, ya no la querían. La realidad es que no hay espacio para tantos”, dice. El plan de Crizzley es regresar y continuar ofreciendo terapia a los niños para que puedan mejorar su calidad de vida.
Al igual que Crizzley, los fisioterapeutas costarricenses María Fernanda López, Isabel Barrenechea y Pablo Calvo emprendieron la misma extraordinaria labor.
II
Carlihnos quiere, abraza y agradece con la mirada. Sus ojos se alegraron cada vez que sus cuatro nuevos amigos se acercaban y le daban terapia a su figura delicada y rígida. También cariño y atención.
Carlihnos nació con varias discapacidades, en Guinea Bisáu, hace 19 años. No recibir atención temprana provocó que su cuerpo esté atrofiado. Su condición lo puso en peligro y una seña física perpetra lo que han vivido muchos niños discapacitados: Carlihnos no tiene sus dientes delanteros porque fueron quebrados adrede. Su destino era morir por su condición. Él fue salvado y hoy su sonrisa revitaliza a todos quienes le conocen.
* * *
Hasta hace dos años, Casa Emanuel tenía en sus instalaciones a cinco niños con discapacidad. Con la apertura del centro de rehabilitación Casulo, se abrió espacio para 16 pequeños más. Hoy son 21.
María Fernanda López, una fisioterapeuta costarricense siempre quiso poner su profesión al servicio de los demás. En el 2017 una amiga suya, quien es misionera, enfermó de malaria en Guinea Bisáu. El contacto con ella hizo que María Fernanda empezara a seguir en redes sociales a Casa Emanuel. Justo en ese tiempo el orfanato lanzó una campaña solicitando voluntarios en diferentes ramas para ir a ayudar al centro Casulo. El sentimiento de que debía ir a colaborar fue tan profundo que la fisioterapeuta empezó a organizarlo todo.
“Vi el anuncio, me emocioné y de inmediato envié un correo. Creo mucho en Dios y siento que este proyecto es de Él, esa es la explicación que encuentro de haber querido ir, porque realmente yo ni siquiera trabajo con niños. Manifesté mi interés, me contestaron y dijeron que necesitaban fisioterapeutas. Yo pensaba ir sola, hasta que en mayo del 2018 un amigo periodista me dijo que hiciéramos un video para promocionar el voluntariado. Hicimos el video y se viralizó, mucha gente se apuntó.
Yo me capacité con Isabel Barrenechea (lea su historia en este relato), pues tiene especialidad con niños. Gracias a donaciones ella también pudo ir”, relata López, de 32 años.
3 de Diciembre ! Celebramos el día internacional de las personas con discapacidad 💪🏼 porque el ser diferentes es lo que nos hace especiales a todos🌎❤️ #inclusión #único #amarnos #aceptarnos
Posted by Fisios en Guinea Bissau on Tuesday, December 4, 2018
La realidad
La colaboración de muchas personas, incluyendo desconocidos, para costear su boleto y, principalmente, el interés por ir a ayudar, llevaron a María Fernanda López hasta el occidente de África. Ella estuvo por dos meses en Guinea Bisáu.
Al llegar topó con una realidad para la que pensó estar lista, mas no fue así. La idiosincrasia de los guineanos le puso en contexto la raíz de lo que viven muchos niños en ese país.
“Uno piensa que va preparado pero no asume a lo que se va a enfrentar. La situación de allá es diferente y difícil. Las mujeres están para tener bebés y les tocan los trabajos duros: todo el día en el sol mientras cuidan a sus bebés. No tienen alimentación ni prevención cuando están embarazadas. Muchas mueren en el parto o pierden a sus bebés.
Otra cosa que pasa es que hay basura por todas partes, ves animales como cerdos buscando comida en la basura. Muchos de los aldeanos son musulmanes y por su religión hay animales que no comen. Los sacrifican, pero no los comen.
“La situación de Guinea Bisáu también es complicada porque nadie rige la parte farmacéutica, los medicamentos pueden ser falsificados, muchas personas mueren, porque hay medicamentos que no son originales”, lamenta.
En Casulo topó con otros hechos que la marcaron. Casi todos los niños rescatados llegaron con su condición empeorada pues nunca antes habían sido atendidos. “Si no hay mantenimiento, la condición empeora”, dice María Fernanda.
El conocimiento y la experiencia en terapia física ayudaron a que infantes que antes ni siquiera movían sus ojos, lograran girar la cabeza, incluso que empezaran a desplazarse según lo que permitiera su condición. En el proceso, María Fernanda aprendió que el conocimiento profesional es esencial, sin embargo, supo que “el amor también puede transformar”.
“Es impactante estar con ellos, darles tiempo y amor. El amor puede hacer cambios, puede permitir que se encuentren motivos en la vida. Hay muchos testimonios de chicos a quienes trataron de ahogar (por ser discapacitados). Hay un chico superlindo (Carlihnos) al que a golpes le quebraron los dientes de adelante, lo querían asesinar porque tenía discapacidad, a muchos les ha pasado lo mismo. Él no se mueve, pero los ojos le brillan. No se puede ni rascar porque está atrofiado. Verlo a él en esa situación con esa actitud me hace reflexionar que nuestra felicidad no tiene que centrarse en circunstancias, sino en actitud que podamos mostrar hacia ella. A pesar de estar mal (físicamente), él (Carlihnos) siempre está feliz”, afirma.
Tras su experiencia, María Fernanda planea regresar a Guinea Bisáu. Su ideal es ir, como mínimo, una vez al año para tratar que con su trabajo y el de sus colegas, los chicos avancen. “Allí se recibe mucho amor. Por el momento hay un muchacho que quiere mucho a los chicos, él les dedica las tardes y les hace ejercicios, fisioterapeutas de España le han enseñado”, recalca.
Tras su vivencia, María Fernanda comenta que en Casulo se necesita ayuda de profesionales, pero también donaciones para alimentos, ropa y pañales.
“Ellos tienen limitada la cantidad de pañales al día. Si nos ponemos a ver el tema de los pañales es más importante que coman, pero si se hacen caquita varias veces al día por problemas estomacales; ante la limitación tienen que tener el pañal un rato más. Es una situación complicada, pero hay que acoplarse a ellos. Sería ideal que alguna compañía se uniera. Porque o tienen muchos pañales, o comen. Realmente ellos son demasiado privilegiados de estar en ese lugar, ellos están en sus condiciones por falta de estimulación, no por abandono del centro.
Yo motivo a las personas a que si no pueden ayudar, que al menos puedan contarle de esto a otras personas, por si quieren donar a Casa Emanuel (que administra Casulo)”, añadió.
III
En Casulo viven 21 chicos con discapacidad física o intelectual, con edades entre los 10 meses y 20 años. Hay quienes tienen pluridiscapacidad (múltiples padecimientos), pues no fueron tratados a tiempo. Ninguno posee un diagnóstico de su condición. Los 21 chicos respondieron de la manera más dulce y colaboradora con sus nuevos amigos que llegaron desde Costa Rica para cuidarlos y atenderlos. Aunque la barrera del idioma fue gigantesca, hicieron que el afecto los comunicara con las personas que los estaban ayudando. La remuneración a las terapias fueron miradas tiernas, sonrisas y abrazos.
* * *
Isabel Barrenechea tiene 12 años de ser fisioterapeuta, la mitad de ese tiempo se ha capacitado en terapia física pediátrica.
Desde siempre Isabel ha sido clara en que su vocación es el trabajo con niños. En Costa Rica ha colaborado en albergues del Patronato Nacional de la Infancia (PANI) y con asociaciones para niños con discapacidad.
A inicios del 2018 Isabel capacitó a la fisioterapeuta María Fernanda López en temas pediátricos para que atendiera a los niños de Casulo. Isabel se sentía identificada con el proyecto, pero en ese momento no tenía las posibilidades económicas. Meses después, gracias a donaciones, fue posible que la especialista también viajara a Guinea Bisáu; tardó 26 horas llegando.
Previo al viaje, Isabel definió el trabajo profesional que quería realizar con los pequeños.
“Esto fue no solo ayudarlos y chinearlos, fue aplicar mis conocimientos de la manera más útil. No tenían ni expedientes, crear esa bases me incentivó. La idea, que por dicha se logró, era valorarlos para ver qué necesitaban; plantear objetivos de tratamiento. Otra cosa que hicimos fue fabricar asientos de yeso para que se pudieran sentar de la manera correcta según su condición, muchos antes ni siquiera se sentaban. También queríamos llevarles materiales para que las personas que trabajan ahí pudieran cuidarlos”, contó Isabel.
La profesional en terapia física explicó que una de las mayores dificultades fue el choque cultural con las cuidadoras de Casulo, mujeres guinenses que reciben pago por atender a los niños, y quienes, por su cultura, no tienen como costumbre ser afectuosas con ellos.
LEA MÁS: Isabel Johanning: un oasis costarricense para los niños abandonados de Guinea Bisáu
La primera vez que la pusimos en la tabla de bipedestación lloró mucho! No le gusto! 🙈- pensamos esto va a ser difícil...... Hoy ! Ella estuvo feliz ! 🙏🏻🔥Que hizo la diferencia ❓ Ella se sintió parte del grupo porque la incluimos , ella entendió que la tabla es su forma de participar. Todos jugamos con ella, ella no camina pero el estar de pie y poder jugar con todos la hizo feliz y ahora cada vez que llega a terapia pide ponerse de pie. Pequeños detalles pueden provocar un efecto inmenso y positivo ! En la vida de las personas. 💞 #inclusiónsindistinción #hacertodoconamor @johacerdas Gracias porque ustedes han sido un ejemplo y me ha enseñado🙏🏻 mucho! #fundameco
Posted by Fisios en Guinea Bissau on Tuesday, November 13, 2018
“Ellas aprendieron a hacer el trabajo de una forma en la que los cuidan, pero rara vez los chinean. Esa parte es bastante dura. Ellos tienen un enfermero de planta. Él continuará el trabajo. Sabe a quienes poner de pie y a quienes no para sus terapias. Muchos chicos tienen discapacidades severas. Las instalaciones en Casa Emanuel son muy buenas, pero la situación de los chicos de Casulo me la esperaba un poco mejor. Tal vez por tanto descuido en sus aldeas (antes de llegar al centro de rehabilitación), la situación es complicada. No esperaba que fuera tan severa su condición”, afirma.
Con realismo, Isabel asevera que para que haya un mejor pronóstico con los niños es necesario el trabajo en equipo. Por ello, insta a nutricionistas, terapeutas de lenguaje, terapeutas respiratorios y fisioterpeutas a que se unan a donar su tiempo. Aunque Casa Emanuel cuenta con un hospital en el que por precios bajos ofrecen servicios a la comunidad, Isabel dice que “es poco lo que Casulo recibe del centro médico”.
“Lo ideal sería que se unan colaboradores para que apoyen con pañales, alimentación, y ropa. De todo hay, pero como son tantos niños es poco lo que se puede destinar a cada uno.
Los niños necesitan trabajo constante. A ningún niño con ningún tipo de discapacidad lo desahucio, todos tienen potencial para avanzar. Solo que necesitan más trabajo, constancia, materiales, medicina. Casa Emanuel hace lo que puede, pero necesitan ayuda”.
Isabel dice que movilizarse hasta Guinea Bisáu para continuar con la ayuda es complicado a nivel económico. De todos modos, quiere regresar para avanzar con los objetivos planteados.
“Hay niños con potencial, pero si uno no está allá es difícil avanzar. Los chicos respondieron demasiado lindo. Estaban a la expectativa de lo que llegamos a hacer, después eran un amor, buscándonos. A nivel físico hubo respuestas impresionantes”.
IV
Los niños de Casulo vivieron nuevas experiencias gracias a los fisioterapeutas que los llegaron a visitar y a ayudar: se divirtieron con balones que sirven para terapia, jugaron, y muchos experimentaron por primera vez el ponerse de pie gracias a instrumentos de rehabilitación que llevaron sus amigos ticos. Las sonrisas y la evolución de algunos de los 21 pequeños llenaron de un tono distinto el centro de rehabilitación en el que viven.
* * *
Pablo Calvo, fisioterapeuta independiente, tiene como vocación ayudar. Donar tiempo y trabajo a quienes lo necesitan lo movió a viajar hasta Guinea Bisáu.
“Quise darme la oportunidad de ir hasta allá. Desde que vi el anuncio que hizo María Fernanda, dije que iba. No tenía presupuesto, pero todo se empezó a dar. Amigos me apoyaron y pude conseguir el dinero para estar allá. Lo hice con agencia de viajes, estuve dos días en España y día y medio en Portugal consiguiendo algunas cosas para llevarles a los niños. Se invirtió alrededor de ¢2 millones. Yo estuve durante tres meses en Guinea Bisáu”, contó el profesional de 28 años.
Pablo llegó a donar su tiempo a casa Emanuel, lugar que considera un oasis en un país en el que la pobreza se ve en cada esquina.
“Casa Emanuel es un lugar muy bendecido, los niños están bien cuidados. Nuestra comunicación con los niños fue mediante amor, los chineábamos y jugábamos. Ellos lo que necesitan es tener buena postura. Si los dejan mal colocados se les hacen úlceras o se empeora su condición. Llevamos una maleta extra con instrumentos para la estimulación. Allá hicimos asientos de yeso para poder sentarlos, porque comían acostados. Construimos un bipedestador que ayuda a que el niño esté de pie. Si está de pie, a nivel de músculo, es como si estuviera caminando”, contó Pablo.
Hoy estamos que se nos sale el corazón 🔥❤️de la emoción porque Braima por primera vez caminó, le damos demasiadas gracias a Dios🙏🏻 Gracias pablo calvo por el video !
Posted by Fisios en Guinea Bissau on Wednesday, October 31, 2018
La experiencia fue tan enriquecedora, que Pablo tiene fecha de regreso: en setiembre viajará nuevamente hasta el rincón africano para atender a los niños de Casulo, y además, para involucrarse más con la comununidad.
Su vivencia hizo que creara en Facebook la página Silence en la que comparte mucho de lo que presenció en Guinea Bisáu, con la intención de que otras personas se solidaricen con la situación que se vive en ese lugar.
“Me gustaría ayudar en parte social con chicos en las aldeas. Llevar sacos de arroz. El precio es parecido al de Costa Rica. Un saco de arroz cuesta ¢18.000, quisiera llevar ayudas. Ves a los niños sucios, sin camisa y con evidencia de desnutrición. Quiero ayudar, recuerdo a un niño que llegó a comer a Casa Emanuel, él sabía que ese plato de comida sería lo único que tendría en el día, y tenía que decidir si se comía todo en el momento o si guardaba para después”, cuenta.
Durante su visita a diferentes aldeas y su estancia en Casulo, Pablo se enterneció con la ilusión con la que los pequeños habitantes recibían un dulce o un globo.
“Yo siempre he dicho que esto se trata de cambiarle la vida a ellos. Esos detalles los pueden hacer sentir amados. Es cambiarles el día o tal vez hasta la vida. Eso para mí es sumamente importante. Es algo muy bonito ver el agradecimiento de los niños. Motivo a las personas a que vale la pena hacer esas inversiones. El voluntariado llena más que tener un trabajo con un salario altísimo. El dinero no paga ver la evolución de los niños”.
* * *
Los cuatro fisioterapeutas anhelan regresar a Guinea Bisáu, país en el que conocieron la inmensa satisfacción de ayudar a quienes no tienen forma de valerse por sí mismos.
Si quiere más información, puede visitar la páguna en Facebook Fisios en Guinea Bisáu.