
Algunas prácticas que siguen ciertas personas cuando consumen productos farmacéuticos son risibles e incomprensibles, pero, sin duda, su génesis es la inadecuada y débil educación que existe en Costa Rica en relación con la administración de medicamentos.
Los yerros son vastos. Las personas no leen con detenimiento las indicaciones de los insertos que traen los medicamentos; tampoco siguen con fidelidad las indicaciones de su prescriptor sobre la forma, la dosis y la periodicidad en que se deben consumir tales productos.
Encontramos de todo: desde pacientes que bajan y suben a su antojo las dosis y los horarios de los fármacos, según perciben el curso de su enfermedad, hasta quienes se dan el lujo recetarle a su vecino, amigo o familiar algún producto farmacéutico, creyendo que está haciendo una buena acción.
Un día de estos, conversando con la doctora Sofía Orozco Solano, quien dirige el Centro de Información de Medicamentos y la Unidad de Optimización de Farmacoterapia del Hospital Calderón Guardia, me contaba, con estupor, de las complicaciones que sufrió un paciente a quien su esposa le sustituyó el tratamiento prescrito por el médico tratante por otro que le habían indicado a su hijo para otro padecimiento, porque le estaba produciendo algunos efectos secundarios. Esta acción le provocó al paciente complicaciones muy graves que ameritaron intervenciones médicas adicionales.
No basta la prescripción de medicamentos: hay que sentarse con el paciente y explicarle por qué se debe respetar la dosis y la trascendencia de la disciplina medicamentosa. También es necesario analizar el contexto social y económico en el que se desenvuelve un paciente para comprender la razón de su incumplimiento.
Por ejemplo, no es posible que sigamos teniendo resistencia antimicrobiana, como lo describe la Organización Mundial de la Salud (OMS) porque el paciente desconoce la importancia de cumplir a cabalidad la dosis, el horario de los antibióticos y de terminar el tratamiento, aunque la sintomatología desaparezca antes.
Son muchas las historias hospitalarias de pacientes que abandonan el consumo de antibióticos porque percibieron una mejoría en sus condiciones de salud y ello explica por qué aumenta la resistencia de los microbios a los antibióticos.
Es impresionante ver cómo llegan a los servicios de Emergencias pacientes diabéticos descompensados porque incumplieron las indicaciones médicas o porque se aplicaron una dosis más alta o más baja de insulina y no cumplieron con las disposiciones alimentarias que exige la aplicación de esta sustancia.
Hemos visto a personas tomándose la lovastatina, (medicamento que se receta para controlar el colesterol) después del desayuno, pese a que la indicación médica es que debe consumirse en la noche para mejorar su efectividad.
También sorprende la cantidad de pacientes con reacciones a medicamentos que les recetó un vecino, con la mejor intención pero muy escasa instrucción.
Hace un tiempo, un médico me contó que uno de sus pacientes le comentó lo difícil que le resultaba tomarse el medicamento indicado. Fue hasta ese momento cuando se percató de que se trataba de un supositorio.
Sabemos de personas que se toman los medicamentos de acuerdo con el color y la forma de las pastillas, y para que no se les olvide ingerirlas, hacen un coctel de medicamentos y las toman una tras otra.
Para la doctora Orozco, los medicamentos no son sustancias inocuas y un mal manejo puede tener consecuencias y complicaciones en la salud del paciente, y el entorno familiar y social. No por casualidad, desde hace mucho tiempo, el mayor reporte de intoxicaciones que se producen en Costa Rica es provocado por sustancias farmacéuticas, a consecuencia, en gran medida, de su mal empleo.
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María Isabel Solís R. es periodista y salubrista.