La pobreza infantil y adolescente se sitúa en un gravísimo y desastroso 38 %, es decir, casi 4 de cada 10 menores de edad no pueden satisfacer ni siquiera sus necesidades básicas; sin embargo, el gobierno mantiene y profundiza sus decisiones de recortar la inversión en personas vulnerables.
Según un acuerdo de la Junta Directiva del PANI, del 21 de diciembre del 2023, paradójicamente a tan solo cuatro días de Navidad, el subsidio mensual denominado acogimiento familiar con subvención (AFCS) disminuirá de ¢132.000 a ¢109.000, para una población sin condiciones de salud especiales, lo que implica una reducción del 17,31 %, mientras que el monto para niñas, niños y adolescentes con discapacidad bajará de ¢158.000 a ¢123.000, un 21,87 % menos.
Además, el acuerdo establece que no se abrirán nuevos cupos en el 2024, de manera que quienes requieran atención quedarán en lista de espera hasta que se liberen cupos. Si los cupos libres no se llenan rápidamente, se cerrarán y no podrán ser usados.
Las alternativas de protección cubren a 5.253 niños, niñas y adolescentes vulnerables, que se verán perjudicados por estas nuevas restricciones.
Los nuevos recortes se suman a los realizados antes en niñez y adolescencia, que muestran una tendencia a la baja en la inversión educativa y social, lo que se traduce en reducciones significativas en becas, transporte, comedores, materiales didácticos e infraestructura, así como en centros de cuidado, que afectan mayormente a las comunidades, familias y estudiantes de menores recursos materiales y personales.
La medida aumenta el riesgo de salida prematura del sistema educativo e incrementa la desigualdad en el sistema educativo, la cual contribuye a la reproducción y aumento de la desigualdad socioeconómica, en un contexto donde las oportunidades laborales y económicas requieren altos grados de educación general y especializada para ser aprovechadas.
Los recortes conllevan oportunidades desaprovechadas para romper ciclos de pobreza y exclusión que se reproducen intergeneracionalmente, a menos que se intervenga oportuna y apropiadamente.
Como lo demuestran evidencias científicas recientes, las inversiones en desarrollo humano temprano tienen retornos elevados a largo plazo. Por ejemplo, estudios hallaron que los hijos de madres que reciben capacitación sobre cómo interactuar y estimular a la niñez perciben ingresos cercanos al 25 % superiores cuando son adultos.
Es decir, las inversiones sociales tempranas enfocadas en el cuidado y la crianza positiva sí funcionan, previenen problemas mayores y contribuyen a que las personas alcancen su potencial. Cuando se habla de inversión social robusta y apropiada en niñez y adolescencia no solo se está hablando del bienestar y desarrollo de las personas menores de edad, sino del bienestar y desarrollo de la sociedad desde sus bases.
Yendo todavía más a fondo, la evidencia arqueológica y genética muestra que la capacidad de nuestra especie de proteger, cuidar y educar a sus menores de edad de forma especial durante los primeros años es, posiblemente, el gran secreto de nuestro éxito como especie, pues la fragilidad de nuestros primeros años es precisamente lo que nos hace más receptivos y flexibles para el aprendizaje y desarrollo de habilidades, conocimientos, actitudes y valores que serán las bases sobre las que se sostendrá una vida adulta saludable, productiva y feliz.
Por otra parte, la evidencia sobre el impacto de la pobreza en el desarrollo humano refleja que esta es destructiva, al punto de no solo dificultar, sino también de bloquear el progreso personal.
Investigación experimental con personas en pobreza temporal muestran que estas tienen mayores dificultades para resolver problemas de razonamiento, pues parece que su carencia les crea una carga mental que obstruye el funcionamiento de sus habilidades cognitivas.
Además, desde el punto de vista biológico, las personas en pobreza crónica enfrentan altos niveles de estrés que, al volverse persistentes, generan inflamación y deterioran la capacidad del sistema inmune para responder a las enfermedades, volviendo a la persona más frágil y vulnerable físicamente. No es cierto que “lo que no te mata te hace más fuerte”, al contrario, lo que te estrese persistentemente, especialmente en la infancia, te hará más débil.
También, nuestra propia investigación con niños preescolares costarricenses muestra que quienes viven en entornos socioeconómicos más bajos tienden a mostrar niveles más bajos de autocontrol, manejo de su atención y capacidad para postergar recompensas, lo cual afecta su capacidad de concentración y aprendizaje, y perjudica su rendimiento académico.
A los anteriores rezagos se agrega que la juventud que sale prematuramente del sistema educativo y vive en condiciones socioeconómicas de riesgo tiene no solo mayores dificultades para conseguir empleo, sino también mayores probabilidades de ser reclutada por el crimen organizado que, precisamente, se alimenta del aumento de gente en pobreza y exclusión, porque son más vulnerables y, por lo tanto, más proclives a actividades criminales, donde se perjudican a sí mismas y a la sociedad como un todo.
Considerando lo dicho antes, es necesario que las autoridades del gobierno presten atención a la evidencia científica, escuchen a quienes la producen, detengan estos perjudiciales recortes y se comprometan a recuperar la inversión social en niñez y adolescencia, a tono con los compromisos jurídicos del Estado y los grandes retos y oportunidades que plantea el siglo XXI.
La reducción de la inversión social perjudica no solo a quienes dejan de recibirla directamente, sino a todos, porque nos hace una peor sociedad, más desigual, frágil y conflictiva.
El autor es académico del Ineina-CIDE-UNA.