
Nadie puede dar por sentado su bienestar emocional. Con frecuencia, las personas que enfrentaron un quebranto serio afirman que nunca imaginaron que tendrían que buscar ayuda psiquiátrica o psicológica.
Hoy 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental, pretendo aprovechar la ocasión para que quien lea este artículo se permita un breve espacio introspectivo con el fin de analizar cuáles acciones le pueden apoyar en su autocuidado.
Randolph Nesse, en su libro Good reasons for bad feelings, explica desde una perspectiva evolutiva por qué los seres humanos tenemos ansiedad, tristeza u otras emociones. En el primer caso, se trata de un estado de alarma por un peligro físico o psicológico, ambos reales; en el segundo, se da una reacción que permite detenerse, “buscar guarida”, repensar las circunstancias de vida y, con ello, buscar alternativas más sanas que faciliten la supervivencia y la posterior transmisión de los genes.
De aquí, un primer concepto aplicable: ante ambos escenarios (ansiedad o tristeza), conviene pausar, prestar atención, revisar cuál es el peligro o qué debemos reconsiderar. Para ello, es fundamental validar los estados internos, identificarlos y verbalizarlos (ponerlos en palabras).
El mundo actual promueve de todas las formas posibles una desconexión con nosotros mismos a través del uso de dispositivos electrónicos, en los mensajes publicitarios, con las exigencias sociales. Quizá por eso nos sorprende tanto que Fred Ramsdell, uno de los ganadores del Premio Nobel de Medicina y Fisiología de este año por sus trabajos en inmunología, no hubiera sido notificado del galardón en una primera instancia, pues se encontraba haciendo senderismo sin señal de celular.
Es, sin duda, un excelente ejemplo de cómo, para alcanzar un alto funcionamiento, se requiere un autocuidado constante.
En ocasiones –muchas, muchísimas– con tal de cumplir con estas demandas, apagamos nuestras propias necesidades, dejamos de prestarles atención. Eso es como tener la mano anestesiada en un disco caliente de la cocina: no nos damos cuenta de que nos estamos quemando y lesionando el tejido, y, por lo tanto, no estamos en capacidad de tomar una acción al respecto.
La verdad es que no podemos filtrar los mensajes publicitarios ni los de las redes sociales; tampoco controlaremos la injusticia en el mundo, ni las guerras, ni lo que no nos gusta de la política –y de los políticos–. Pero, una vez reconectados con nosotros mismos, sí que estamos en una mejor posición para tomar acciones concretas, sabiendo, eso sí, que hay que pagar un precio cuando pretendemos nadar contra corriente, un esfuerzo que bien vale la pena.
A continuación, cito los que considero los cuatro pilares básicos del autocuidado para el bienestar emocional. Todos ellos se interrelacionan y pueden promover círculos virtuosos o, en su defecto, dinámicas viciosas que, a final de cuentas, propician una pérdida del equilibrio fisiológico –de la homeostasis–, todo lo cual aumenta el riesgo de enfermedades tanto físicas como emocionales.
1) La psiquiatría nutricional se dedica al estudio de cómo los alimentos pueden brindar la materia prima adecuada que requiere el cerebro para funcionar de forma óptima y cómo, también, colaboran con una salud gastrointestinal, generando así una mayor reserva para tolerar el estrés, tener claridad mental y buena concentración, menos irritabilidad, ansiedad y fluctuaciones anímicas. ¿La clave fundamental por tomar en cuenta? Aunque es mucho lo que se podría hablar al respecto, lo básico es el consumo de alimentos enteros, no modificados en su composición, libres de preservantes u otros contaminantes.
Todo lo procesado y artificial promueve inflamación y una serie de consecuencias emocionales negativas. ¿Que la alimentación sana es muy costosa? Solo pensemos en lo que cuesta perder la salud, pero muchas veces, más que definir qué es lo que sí debemos ingerir, es hacerse la pregunta de qué comida nociva le estamos dando a nuestro cuerpo, qué cosas podríamos sacar de la despensa o de la rutina diaria. Dos ejemplos puntuales serían la comida rápida o las gaseosas.
2) El cuerpo humano está diseñado para mantenerse en actividad. Durante los últimos 50 años, sin embargo, hemos empezado a pasar muchas horas al día sentados, sin desplazarnos por nuestros medios, sin mayores esfuerzos físicos. Diversos estudios hablan del efecto antidepresivo del ejercicio, incluso comparable con el de los fármacos que cumplen esta función. La actividad física no gira solo en torno al peso o a una figura: es paz, tranquilidad y bienestar. Y, en muchas ocasiones, puede ser gratuita, divertida o gratificante.
3) Existe una epidemia de personas durmiendo mal en todo el mundo: llegamos acelerados y sobreestimulados, y cuando más debemos descompresionar y bajar revoluciones, es cuando hacemos uso de los aparatos electrónicos, recibiendo luz azul y mensajes que nos activan el sistema de alarma cerebral. Consecuentemente, la capacidad para conciliar el sueño se ve severamente afectada, con una serie de consecuencias para el día siguiente. Las personas que aplican una adecuada higiene del sueño se sienten con más energía, mejor concentración y menos ansiedad. Vale la pena hacer el intento por un tiempo y extraer conclusiones.
4) Los vínculos sanos son un componente básico de la nutrición emocional de todo ser humano. Me refiero a las relaciones cercanas en las que predomina la disponibilidad afectiva, el involucramiento genuino y respuestas a las necesidades de las personas significativas. No se trata de un lujo, sino de una necesidad, como la ingesta de alimentarnos o el consumo de líquidos: sin ellos, simplemente no podemos estar bien, completos, plenos. ¿Somos conscientes de la calidad de las relaciones afectivas?, ¿invertimos tiempo y recursos emocionales en ellas?, ¿detectamos y tomamos acciones cuando estas relaciones se tornan nocivas?
Estas breves palabras pretenden generar una inquietud en usted: si hay algo por atender, investiguemos más y pasemos sin demora a la acción. Si las cosas van bien, mantengamos el cuidado con estas y otras prácticas.
Recordemos que existen fuentes confiables como universidades de prestigio o asociaciones médicas en donde podría ampliar el conocimiento sobre estilos de vida saludable. Su cuerpo y su cerebro –su salud, como un todo– se lo agradecerán.
ricardo.millangonzalez@ucr.ac.cr
Ricardo Millán es médico especialista en Psiquiatría y profesor catedrático en la Universidad de Costa Rica (UCR).
