
La actual encrucijada política de Costa Rica es algo que se veía venir desde hace mucho tiempo. Acciones personales de los gobernantes y funcionarios de distintos niveles que encontraron “su” hacienda para colmar sus ansias de riqueza y poder –y que contaron generalmente con la venia de sus superiores– fueron minando lo más sagrado de nuestro sistema: la fe del ciudadano en el sufragio.
Empezamos entonces a temer la aparición de algún “líder mesiánico aprovechado” que nos condujera hacia el despeñadero, como ya lo estaban haciendo en Venezuela y Nicaragua.
Descartado el camino de las armas para alcanzar el poder, las izquierdas, principalmente, se dieron cuenta de que los errores y las pillerías de los demócratas les abrían el camino de las urnas.
Una mayoría parlamentaria; destitución de fiscales y funcionarios que no servían a sus intereses; integración de tribunales con amigos serviles y, por último, el cambio de la Constitución: así empieza la destrucción de la democracia.
Hay un libro que todos los costarricenses deberíamos leer antes de las próximas elecciones: Cómo mueren las democracias. En él se expone con claridad esta nefasta metodología de ascenso al poder.
Estamos a las puertas de un proceso electoral decisivo. Los partidos políticos tradicionales desaparecieron por sus propios errores y la proliferación de agrupaciones políticas es un mal síntoma de la falta de un propósito: un país firme y determinado. Y en este río revuelto es donde ha aparecido el pescador ganancioso.
El actual presidente ha gobernado con autoritarismo y populismo, un estilo deprimente a base de ataques, insultos y burlas contra funcionarios, instituciones y los otros poderes.
Por cierto que esto ha dado origen a uno de los espectáculos más deprimentes de la historia reciente de nuestro país: la instauración de la “sacada de clavo” como forma de gobernar. El presidente ataca e insulta al Poder Legislativo por alguna razón; entonces, este se “saca el clavo” no aprobando alguna ley que le interesa al Ejecutivo o retrasando su trámite. El presidente ataca a la Fiscalía o al OIJ, o les niega financiación, y entonces estos responden con sacadas de clavo, como lo fueron ciertos operativos contra funcionarios o exfuncionarios del gabinete, trasladados en “perrera” a declarar en los tribunales. No califico los hechos por los que se les acusa. Eso será resultado de un eventual juicio. Pero pienso que el espectáculo de esos traslados fue una “sacada de clavo”.
Otro hecho novedoso y, desde luego, preocupante es la movilización ciudadana en apoyo del presidente o contra algún funcionario. No es algo espontáneo; ha habido movilizaciones en apoyo del mandatario en sus comparecencias legislativas, hecho totalmente innecesario pero que sirve a los intereses del presidente y de sus planes políticos.
Es innegable que el presidente está inmerso en la actual campaña política. Aunque no es candidato, ya anda alzando chiquitos. Él lo negará, pero así es.
El caudillismo de este gobierno se asienta en el culto a la personalidad. Basta con oír las expresiones que usan los partidarios del presidente para referirse a él: “prócer del pueblo”; la ostentación de sus fotos, con banda presidencial incluida, en las reuniones del nuevo partido, y el bautizo del club de esa nueva agrupación como “casa del rodriguismo”.
Su admirado y condecorado amigo Nayib Bukele ha realizado en El Salvador una labor que muchos le aplauden y le agradecen y que no vamos a analizar aquí. Pero el gobernante ha explotado ese hecho en su beneficio y, siguiendo el proceso descrito, llegó al punto máximo de destrucción de la democracia, cuando el Congreso, dominado por él, aprobó la reelección presidencial indefinida.
Y hace rato se empezó a hablar de erigir aquí una megacárcel con planos salvadoreños. Como si eso resolviera la gran deuda del actual gobierno costarricense con la seguridad.
¿Quién ganará las próximas elecciones? Eso está por verse. Pero lo que no debemos hacer es darle una mayoría parlamentaria a ningún partido, como lo está pidiendo el gobierno. Si así sucediera –y Dios no lo quiera– podemos echarle tierra a más de 200 años de historia, a las grandes hazañas de nuestros próceres Juan Rafael Mora y Juan Santamaría; a la magna obra de maestros como Omar Dengo, Carlos Gagini, Joaquín García Monge y tantos otros. A todos los que nos dieron esta patria.
Le pido a Dios que nos ilumine a la hora de elegir a nuestros próximos gobernantes y también que yo esté equivocado en estas apreciaciones, como me equivoqué al votar la última vez.
rocamvin@gmail.com
Roberto Cambronero Vindas es abogado.