Era el segundo año de la administración de don José Figueres Ferrer, en 1971. Entre los proyectos del gobierno estaba que el señor presidente haría visitas personales a las diversas empresas industriales que se encontraban aparcadas en el territorio nacional y que significaban no solo grandes fuentes laborales, sino un gran prestigio para el país.
Todo estaba previsto en la afamada empresa estadounidense, la productora de medicinas, «Merck Sharp & Dohme», para la visita oficial, que incluiría parte del gabinete de ese entonces, así como una comitiva diplomática, encabezada por el embajador de los Estados Unidos.
Faltaban pocos días para la visita oficial, cuando al señor Daniel Madrigal Cubillo, mi padre, quien era el gerente de Personal y de Relaciones con la Comunidad de dicha empresa, se le ocurrió la apresurada idea de invitar al recién llegado embajador de la Unión Soviética, el señor Vladimir Kasimirov, quien apenas unos días antes, había presentado las credenciales ante el gobierno.
En esos momentos la opinión pública nacional estaba bastante convulsa por la instauración de la embajada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en San José. El tema de tener esa representación diplomática en el territorio nacional ocupó grandes espacios en las agencias internacionales de noticias y el nombre de Costa Rica se escuchaba en el orbe diplomático y político mundial.
Lo cierto del caso es que, utilizando los procedimientos diplomáticos correspondientes, llegó la cordial invitación a las manos del señor Kasimirov, quien, sin pensarlo dos veces, aceptó y confirmó su presencia.
El día de la actividad, «Merck Sharp & Dohme» se vistió de gala. Las banderas de Costa Rica y Estados Unidos se lucían en las astas de la empresa. Primero hizo su arribo el embajador de la Unión Soviética y unos minutos después llegó el presidente Figueres, con su comitiva de gobierno, así como el señor embajador de los Estados Unidos, con quien no dejaba de conversar. Cuando don Pepe vio al inesperado visitante soviético esperándolo, le dijo sorprendido: «¡A carajo! ¿a usted lo invitaron o vino colao?» Por supuesto, el ambiente estalló en carcajadas, y aunque el señor Kasimirov no entendió ni una pizca, también se rio.
Don Pepe hizo el recorrido por las modernas instalaciones de la fábrica y los diplomáticos en cuestión, mantenían cierta distancia entre sí y si acaso, se veían de reojo. Posteriormente, el presidente Figueres inmortalizó aquel momento y sucedió lo impensable. Puso a ambos diplomáticos en la mesa principal, sentados delante de la prensa nacional e internacional, uno a cada lado suyo.
Las fotografías y los cables internacionales le dieron la vuelta al mundo.
«Esto solo puede ocurrir en Costa Rica», expresó el gerente general de «Merck Sharp & Dohme», don Salomón Wexman, judío chileno, quien no salía de su asombro de que la empresa que él dirigía fuese el escenario de semejante encuentro.
Otra sorpresa. Al finalizar la conferencia de prensa, hubo una llamada interna desde el primer piso del edificio. Se trataba de un hombre que escuchó la noticia de que el presidente de Costa Rica se encontraba en esa visita. El hombre se llamaba Leopoldo Fernández, el popular «Tres Patines», quien dijo que no se podía ir del país sin saludar «al hombre de América».
Don Pepe pidió que subiera y entre aplausos se enfrascaron en un gran abrazo y don Pepe gritaba con gran jocosidad y para que todos lo escucharan: «Cosa ma grande, chico, salúdame a mamita y al tremendo juez, Leopoldo».
El autor es abogado y periodista.