Reconozco que una excesiva candidez me condujo a creer que la frase “Vote por su pedacito de Costa Rica” motivaría a una entusiasta marea a votar en las elecciones municipales.
Me parecía que el lema adoptado por el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) había sido una seductora elección para atraer a los votantes a unos comicios históricamente castigados por el alto abstencionismo. Sin embargo, casi un 70 % cerró los ojos y los oídos, y optó por no ir a las escuelas a marcar la X en las papeletas o pulsar la pantalla para que la máquina imprimiera el voto electrónico donde fue implantado.
Es extraño que una frase tan afortunada no haya movido a la mayoría de los conciudadanos, considerando la fascinación que la palabra produce y cuya práctica se manifiesta en que las cosas las hacemos a pedacitos.
Las leyes se aprueban como si fueran trozos separados que al poco tiempo hay que recomponer; calculadas explicaciones de funcionarios en las que una situación se divide separando el favorable pedacito por decir y el conveniente por callar; y en la vida personal, los cambios necesarios que debemos realizar los pensamos con la determinación de los valientes y los hacemos a poquitos, como si cada esfuerzo nos costara sangre y porciones de vida.
Tampoco las consignas escritas junto a los retratos de las candidaturas en las pancartas que los partidos políticos exhibieron en las calles prendieron la chispa en la gente.
Una de ellas apelaba a desarrollar una rara actividad onírica en plena vigilia, al proponer soñar en grande bajo el ardiente sol de enero, y una más (osadamente palpitante) proponía seguir el corazón cuando decidiéramos el voto.
También vi un cartel en la que el retrato del aspirante a alcalde revelaba un júbilo tan extraordinario que envidié los crecidos dividendos de alegría y satisfacción que le reportaría el puesto si era elegido.
No obstante los esfuerzos del TSE y los partidos políticos, el abstencionismo se incrementó y el caso más extremo fue Desamparados, en donde alcanzó un 78,56 %, y el más satisfactorio, Turrubares con una lánguida participación electoral del 61 %.
Un argumento repetido es que las elecciones municipales no seducen al electorado por diversas razones, pero en esta ocasión quisiera hacer sonar una alarma con un eco más nacional: a lo largo de veinticuatro años (a excepción del 2010) las elecciones presidenciales han visto engrosar las raíces del abstencionismo desde un 30 % en 1998 hasta el inquietante 40,29 % en la primera ronda del año 2022 y el 43,24 % en la segunda ronda.
Es decir, que los más de ochenta pedacitos de Costa Rica bien zurcidos en un solo tejido nacional tampoco han motivado a los ciudadanos.
Estos porcentajes dan para creer que el problema no está en la tela, sino en la apreciación ciudadana (como lo confirman los análisis políticos) de que las costuras que han usado los últimos gobiernos para reparar los problemas o desgarrones nacionales han producido más insatisfacción que aprobación.
Si sumamos la corrupción en instituciones y empleados públicos, los favorecimientos políticos y otras conductas que la gente reprocha con evidente molestia, las consecuencias están a la vista: una gran cantidad de costarricenses desilusionados y poco convencidos de que ejercer el derecho al sufragio garantice un gobierno eficaz y recto.
El recurso de los ochenta y cuatro pedacitos de Costa Rica fue una idea original y creativa del TSE. Ahora dejemos a las autoridades municipales la responsabilidad de dar cumplimiento o estropear las esperanzas de los vecinos de los cantones, e instemos a los partidos políticos a participar en las elecciones nacionales para que hagan un significativo abono de credibilidad a la deuda que tienen con la ciudadanía.
Especialmente, apremiemos a este gobierno y los que le sucedan para que con su gobernanza reviertan el desaliento y la malquerencia del 59,71 % de los votantes que juzgan la democracia electoral como un cedazo en el que se deposita el voto y se cuelan las esperanzas y anhelos de un país mejor.
El autor es educador pensionado.