
En un mundo fragmentado, polarizado y multilateral, como el actual, hay que preguntarse cuál es la función y utilidad de las cumbres –no digo presidenciales, porque los jefes de Gobierno ya no asisten– de Santa Marta, Colombia (de Celac-UE); de Belém, Brasil (COP30 sobre cambio climático), y la del G20 en Johannesburgo. Entonces, ¿qué se puede esperar de las declaraciones de estos encuentros de alto nivel?
Durante el orden internacional liberal del siglo XX, los foros intergubernamentales constituían espacios de negociación para lograr acuerdos de relevancia, que serían implementados en su mayor parte por los países participantes. Esos espacios implicaban un intenso trabajo previo, dejando la parte formal a los jefes de Estado y de Gobierno. Así nació la diplomacia de las cumbres.
Por otra parte, en Relaciones Internacionales existen los regímenes, que son esquemas que sirven para tomar decisiones en un ámbito específico, y son implementados por los países miembros. Esto facilitaba la cooperación entre actores estatales. Los regímenes han visto limitado su espacio de maniobra ante el auge del orden internacional iliberal, fomentado por China y Rusia, y, en algunos aspectos, apoyado por Estados Unidos. Por eso, hago una breve referencia a estas cumbres con miras a identificar los resultados en términos del beneficio para la sociedad.
Cumbre de Santa Marta
La IV Cumbre Celac-UE se celebró el 9 de noviembre, en un escenario con dos interlocutores con limitada o casi nula unidad. Son bloques con una considerable desarticulación. La UE enfrenta un momento de descoordinación entre los países miembros. América Latina y el Caribe (ALC) es una región totalmente desarticulada. Por eso, cabe parafrasear la frase “¿A quién llamo si quiero hablar con Europa –o ALC–?”, de Henry Kissinger, en la década de 1970.
En Latinoamérica hay varios bloques con posiciones distantes y contradictorias. Por ende, ¿cuál es la posición de los Estados de Celac sobre las temáticas del esquema birregional con la UE? ¿Existe alguna posición común? Incluso, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, no asistió, a pesar de estar en Brasil.
Esas limitaciones se reflejaron en la declaración de Santa Marta. En los 52 puntos no se adoptan compromisos de peso para resolver los problemas comunes de las dos partes. Resultó más una manifestación de principios y valores que han sido reafirmados en declaraciones anteriores. En pocas palabras, no hubo mayor beneficio para las sociedades de ambos lados del Atlántico.
Cumbre de Belém
La dinámica de la COP del Acuerdo de París se caracteriza por una extensa fase previa de negociación y el cierre con la presencia de altas autoridades políticas. Este encuentro tuvo lugar del 10 al 21 de noviembre y su principal debilidad es que no asistieron, ni enviaron a alguien de alto nivel, Xi Jinping (China), Donald Trump (EE. UU.), Narendra Modi (India) y Vladimir Putin (Rusia). Esto, a pesar de que se consideró la COP “de la verdad” para confrontar la triple crisis planetaria (cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación).
La Tierra afronta un momento crítico, que se evidencia, entre otras cosas, en la cantidad y magnitud de los desastres naturales. Por eso, la pregunta es si el planeta se acerca o ya llegó al punto de no retorno para revertir su debacle. No obstante, la asistencia de altas autoridades fue escasa, una muestra de la disminución del compromiso de la mayoría de los Gobiernos con la Tierra. A ello se suma el doble discurso verde de declaraciones a favor del planeta, pero con acciones domésticas orientadas al deterioro del ambiente. Incluso, Costa Rica no envió a un representante de nivel ministerial.
Ante la ausencia de EE. UU., los países petroleros, como Arabia Saudita y Rusia, se empoderaron y la declaración no incluyó la hoja de ruta para el fin de los combustibles fósiles. Quizás el tema relevante de la COP30 o la “cumbre de la verdad” era una auténtica acción a favor del clima; por eso, se considera que resultó una “oportunidad perdida”.
Cumbre de Johannesburgo
Este encuentro del G20 se convirtió en un nuevo espacio de confrontación entre dos visiones del orden mundial multilateral: el basado en reglas y el intento de demolición de la institucionalidad heredada del siglo XX, sustituyéndolo por uno más descarnado.
Ello se evidenció con la ausencia de Putin, Trump y Xi. Por eso, la declaración de 30 páginas es un documento sin compromisos políticos relevantes; solo muestra los distintos frentes que existen en un foro que, en el pasado, tuvo importancia para las súper y grandes potencias.
Fue un golpe más al multilateralismo, al distanciamiento de los países del “Sur Global” (considero que el concepto no tiene ninguna lógica) con las el “Norte Global”. De modo que cabe preguntarse si el multilateralismo no está en una fase de agonía y se profundiza la guerra sistémica en el orden internacional.
Mi argumento es que, en un sistema internacional fragmentado, multipolar y con una fuerte competencia hegemónica entre tres superpotencias, la diplomacia de las cumbres no es el mecanismo para resolver los críticos problemas que enfrenta el mundo y las relaciones interregionales.
Los Gobiernos hoy tienen otras prioridades –sobre todo aquellos encabezados por líderes neopopulistas autoritarios de posverdad– y no están dispuestos a adoptar compromisos que los obliguen a redefinir sus políticas basadas en profundizar la fragmentación y restarle peso a la diplomacia. Los regímenes internacionales no muestran los resultados esperados en términos de cooperación para construir el orden global del siglo XXI.
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Carlos Murillo Zamora es catedrático de la Universidad de Costa Rica (UCR) y de la Universidad Nacional (UNA).