El país ha aprendido a la fuerza a administrar la incertidumbre. En el proceso, cual niño que cae de una bicicleta, ha sufrido golpes y raspones, y sentido muchas ganas de salir corriendo; sin embargo, sigue adelante.
Cuando se presentan coyunturas que alteran la normalidad social, el equilibrio y el sentido de las relaciones tienden a reconfigurarse. Lo que parecía habitual puede transformarse y, consecuentemente, surgen nuevas posibilidades de acción.
Algunos sectores dan ánimo para volver el próximo año a una mayor presencia en aulas y lugares de trabajo, y abogan por la reducción de las necesarias medidas que han debido tomarse. Otros se mantienen a la expectativa, en alerta a un nuevo brote o variante de la enfermedad.
Independientemente de la posición que se sostenga, lo cierto del caso es que el período ha permitido ver cosas admirables que no necesariamente se destacan con ímpetu suficiente. El observarlas va más allá de todo signo político o ideológico; parten de las personas que las ejecutan y sus motivaciones.
Ha habido esfuerzos para que la gente se vacune. Los vacunatorios aparecen en todos lados y desde una perspectiva inclusiva. Es notable el trabajo que enfermeras, médicos y, en general, el personal de salud ha brindado para hacer frente a la adversidad.
La Fuerza Pública ha tenido que emplearse a fondo. Como diría un clásico de las ciencias sociales, frente a la coerción social las personas necesitan válvulas de escape, y es así como la clandestinidad se vuelve una condición para dejar salir las tensiones originadas por las restricciones colectivas. Aun así, los oficiales, incluso en ocasiones poniendo en riesgo no solamente su salud, sino también sus vidas, han desempeñado su trabajo.
El Poder Judicial se ha pronunciado sobre asuntos relevantes para interpretar normas y crear jurisprudencia sobre aspectos de la vida social en un nuevo contexto, entre estos los alcances de los derechos a vacunarse o no, la cobertura del sistema de salud para los migrantes, etc.).
Lecciones han quedado para todos. Ha sido un período de aprendizaje social, no solamente porque lo que se entendía como lo público y lo privado se ha reconfigurado, sino también porque, no obstante la naturaleza de los problemas, los ejemplos de lo sublime son la constante.
La posibilidad de interesarse por el otro, dejar los intereses particulares a un lado para pensar en la colectividad y tantas otras manifestaciones de bondad no han sido excepciones a la regla, sino más bien la tónica del día.
Es posible que señalar lo que no está bien sea más sencillo y claramente necesario en una sociedad. Sin embargo, tomar un momento para reconocer lo sublime pese a la adversidad —un instante para respirar— conduce a ver que existen en las personas cosas bellas, que hacen que aún se pueda confiar en el otro.
El autor es administrador de negocios y catedrático de la Universidad Nacional.