
Cavilaba en mi última nota sobre las vicisitudes del espacio público en el término de las dos últimas generaciones, y sus consecuencias. Hoy quiero reflexionar sobre lo que ha sucedido con el espacio interior, el que albergan las paredes de nuestras viviendas,
Dicen las estadísticas recientes, con su siempre pretenciosa y falsa precisión, que nuestros hogares albergan 2,83 personas en promedio, muy lejos ya de los 4,1 miembros que había a inicios del siglo. Y, en paralelo a esa reducción de los hogares, sin que sepa uno si como causa o como efecto, se ha ido reduciendo la superficie de las viviendas.
Las casas horizontales de las familias ampliadas de antaño, en las que convivían dos o más generaciones, han ido dando paso a viviendas verticales de estrechez aquilatada. En apartamentos, no resulta ya nada inusual encontrar ofertas de 50 metros cuadrados o menos, y casas con metrajes ligeramente superiores a esa cifra pero aún alejadas de los 100 y más de antaño.
Esos estrujamientos se han producido bien mediante el sacrificio de espacios, la renuncia a funciones, la fusión de espacios o la desaparición de habitaciones.
Los tan apreciados patios de antaño se han reducido a minúsculos espacios verdes, decorativos al frente y agobiantes atrás, donde los muros solo permiten la vista del amplio cielo. Eso, en las casas. En el caso de los apartamentos, han sido sustituidos por breves terrazas o azoteas comunales. Y con el patio se van las matas, arbustos y árboles. Y se va yendo también el tendido de ropa al sol, reemplazado por un artilugio que, carente también de espacio, se apila sobre otro artefacto, este sí ineludible, al menos por ahora: una lavadora. Por diferentes razones, esa función no la hemos tercerizado aún, como puede verse con solo consultar “lavandería” en una aplicación digital de mapas. Pero todo se andará. Siempre habrá margen para el encogimiento y la contracción.
Hemos renunciado también a las bibliotecas. No que todos las tuviéramos, pero, salvo en el caso de las decorativas propias de las viviendas del quinto quintil (que no suelen tener problemas de metraje), quienes las tenemos hemos debido acotar sus dimensiones para ceder a otras necesidades más apremiantes, reduciéndolas o reemplazándolas por las infinitas capacidades de almacenamiento de nuestros lectores electrónicos.
Un espacio que aún resiste heroicamente es el baño, y por muy buenas razones. Una de ellas es que es prácticamente imposible reducir el tamaño de un inodoro o el espacio de una ducha, o eliminar las paredes que delimitan ese espacio. Con toda probabilidad, este será el último reducto de la resistencia al estrechamiento espacial hogareño.
Algo similar sucede con los dormitorios, que parecen amplios cuando están vacíos pero, asombrosamente, se encogen en cuanto uno introduce una cama en ellos. He conocido lugares en que la única forma de ingresar a esa habitación es en modo figurín de jeroglífico egipcio: de perfil. La cama abatible, el sofá cama y, pronto, la cama vertical, son algunos de los ardides al uso para tratar de recuperar algo de espacio en tan importante habitación.
Lo que antes solían ser los tradicionales sala, comedor y cocina se vienen fusionando en un solo espacio: la salacomedorcocina. O en dos: sala-comedor y cocina. O en otra versión: sala y cocina, porque ¿quién necesita un comedor, reemplazable por un desayunador (frontera de espacios), o una mesita (si hay cocina con espacio para ubicarla)? Característica común a estas propuestas: la eliminación total de paredes o su sustitución por fronteras más simbólicas que reales.
Un espacio cuya función parece ser cada vez más cuestionable (y cuestionada) es la cocina, al punto de que, en muchos casos, se alude a ella como galería (efectivamente, es un espacio a un lado de un pasillo, ocupado por un mueble largo con espacio intercalado para electrodomésticos) o la oferta la reemplaza, simplemente, por un genérico y enigmático “línea blanca”. O sea: no hay propiamente espacio, superficie.
La cocina no solo permite cierto grado de miniaturización (una refrigeradora pequeña, una plantilla de inducción, un horno microondas), sino que su función es ya perfectamente tercerizable. La atracción por los reality shows de cocineros y los documentales sobre las cocinas exóticas o callejeras, son el correlato simbólico de una retirada en toda la línea del cocinar como función, reemplazada ahora por los restaurantes, las comidas preparadas o las opciones de entrega a domicilio.
Lo curioso es que esta reducción sistemática del espacio no viene acompañada de una reducción equivalente en los precios. Al contrario: la lucha por el espacio es de a puñalada por bollo de pan, con la demanda y la especulación bailando apretados.
Dejo al lector la reflexión sobre las consecuencias, inmediatas y mediatas, de estos cambios sobre las personas, nuestras relaciones, nuestra salud mental, nuestra imbricación con las economías locales, la calidad de nuestra vida en general. ¿Se transformarán también ellas en versiones achatadas, estrujadas, constreñidas?
ilejarza@gmail.com
Íñigo Lejarza es bachiller en Psicología y máster en Administración de Empresas. Ha dedicado su carrera al análisis de datos y la investigación de mercados, especialmente en medios de comunicación y publicidad.