El Colegio Cardenalicio se reúne a partir de hoy en el Vaticano para comenzar el proceso que conducirá a una decisión de trascendencia universal: elegir al sucesor del papa Francisco y dotar a la Iglesia católica de una nueva autoridad suprema.
Escogerá al guía espiritual de casi 1.400 millones de fieles alrededor del mundo, al timonel máximo de la Iglesia, y al gran inspirador y líder para quienes deben divulgar su mensaje, interpretar sus testamentos, extender su huella y ejercer su liturgia en tiempos extremadamente complejos. Pero del Papa también esperamos que sea un defensor de la ética, la justicia, la dignidad, la paz, la libertad y demás principios esenciales para los seres humanos, no importa su condición o credo. Se trata de valores consustanciales, aunque no exclusivos, del cristianismo, que marcan su impronta global. Por esto, la decisión trascenderá el ámbito de la religión católica.
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Francisco encarnó todas esas dimensiones. Por supuesto que estuvo lejos de la perfección y no escapó a las polémicas propias de una actitud renovadora. Para algunos fieles y prelados, se quedó corto en la amplitud de sus interpretaciones doctrinarias y en el carácter profético de su misión; para otros, se convirtió en un riesgo para fundamentos pétreos que deseaban defender.
Creemos, sin embargo, que una mayoría de personas, creyentes o no, valoró su apertura, humildad, empatía y conciencia sobre la importancia de acoger la diversidad dentro de la unidad católica. Por ello, dotó a la Iglesia de nuevos bríos y abrió puertas más amplias a sus seguidores. Además, en medio de las complejidades e intrigas emanadas desde sectores de la Curia Vaticana, afrontó retos tan serios y postergados como las agresiones sexuales a menores, y el manejo de las finanzas de la Santa Sede, crónicamente deficiente y a menudo afectado por la corrupción.
El Cónclave que hoy comienza, y que solo concluirá cuando el humo blanco que emane desde la Capilla Sixtina anuncie la elección de un nuevo pontífice, estará marcado por este legado. Sus integrantes deberán plantearse si escogen un sucesor para consolidarlo, continuarlo y, quizá, ampliarlo; para frenarlo y volver a abordajes más tradicionales, o para buscar equilibrios entre ambas corrientes. En este sentido, se puede hablar de corrientes esencialmente progresistas, conservadoras y moderadas, pero siempre con altos riesgos de simplismos, porque la diversidad de variables por considerar, y que finalmente puedan reflejarse en una decisión, no admiten clasificaciones cerradas.
Ya han surgido nombres de cardenales presuntamente representantes de esas tendencias, o de aquellos que, sin necesariamente encarnar alguna, podrían ser los elegidos. Es algo que debe tratarse con gran prudencia, por la incertidumbre que genera todo proceso de elección. Por algo en los corrillos vaticanos ha sido frecuente repetir una frase respecto a los cónclaves: “Quien entra como papa sale como cardenal”; es decir, a menudo los más visibles se quedan en el camino.
Esta realidad se acentúa particularmente en el actual. La cantidad de cardenales electores no tiene precedentes: 133 frente a 117 en el anterior; de ellos, 108 nombrados por Francisco durante sus 12 años de pontificado. Por provenir de 70 países, antes no representados, será también el más diverso en procedencia y realidades pastorales. Además, buena cantidad de ellos ni siquiera se habían conocido antes comenzar las reuniones previas al Cónclave.
La última de esas “congregaciones generales”, como se les conoce, se realizó ayer. Su propósito, además de generar nexos entre los participantes, es discutir visiones sobre la misión de la Iglesia, las demandas que debe atender en cada uno de sus ámbitos, sus abordajes doctrinarios y los desafíos internos y externos que enfrenta. Pero, así como estos intercambios generan convergencias, también identifican divergencias.
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A partir de hoy, los cardenales se recluirán en un pabellón de huéspedes estrictamente resguardado y sin contacto con el exterior. Sus votaciones se realizarán en el seno de la Capilla Sixtina, bajo la cúpula que alberga el maravilloso fresco La Creación, de Miguel Ángel, y se realizarán tantas rondas de votación como sean necesarias para que alguno alcance al menos dos tercios. Solo entonces el humo blanco emanará en lugar del negro y será posible proclamar: “Habemus papam”.
No es nuestra tarea emitir preferencias sobre el nuevo ocupante de la silla de san Pedro. Sin embargo, nos atrevemos a decir que la Iglesia católica debe volver sus ojos a las realidades y retos contemporáneos de su grey y del resto de la humanidad. Modernizar sus estructuras, interpretar la doctrina a la luz de la contemporaneidad, abrirse a diálogos multisectoriales y mantener su voz como conciencia ética universal, deben ser tareas prioritarias.
La decisión del Cónclave dará una primera respuesta sobre lo que sigue; el desempeño del nuevo papa marcará el camino y las implicaciones que tendrá.