
El presidente estadounidense, Donald Trump, y su homólogo ruso, Vladimir Putin, hablaron por tres horas el viernes en Alaska. Su propósito manifiesto fue abrir el camino para cesar la guerra causada por la invasión a Ucrania, hace tres años y medio. Hasta ahora, son pocos los detalles que se conocen sobre el contenido de las conversaciones y algunos de sus posibles acuerdos tras bambalinas. Sin embargo, por lo que ya se sabe, y por lo ocurrido incluso antes del encuentro, queda claro que el gran ganador de este desafortunado episodio es el dictador moscovita.
A pesar de tantos desplantes sobre su condición de negociador duro y exitoso, Trump no logró (o no quiso) obtener una sola concesión de Putin; más bien, bastaron esas pocas horas para que la exigencia fundamental con la que entró al recinto de diálogo –un cese inmediato del fuego en el conflicto– quedara descartada al salir. A menos que tal postura cambie, su implicación es que la agresión militar contra los ucranianos podrá continuar sin nuevas sanciones estadounidenses, mientras se negocia un supuesto “acuerdo definitivo” que implicaría ceder ante exigencias inaceptables de Rusia.
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La situación, por el momento, es fluida. Trump ha mencionado, pero Putin no, la necesidad y posibilidad de un encuentro tripartito con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. El sábado, en una conversación telefónica con este y varios líderes europeos, se comprometió a que Estados Unidos ofrecería “garantías de seguridad” al país. Y hoy lunes se celebrará una reunión en la Casa Blanca, que primero se había planteado solamente con Zelenski, pero a la que se unirán importantes líderes europeos, en una muestra de unidad y solidaridad con el de la nación agredida.
Todo esto da cierto margen para suponer que aún existe alguna capacidad de maniobra a favor de la integridad de Ucrania, y para impedir que, como resultado de su guerra de agresión, Putin no solo se acerque a la pretensión de convertirla en un Estado vasallo, sino también de vulnerar la seguridad de Europa. Sin embargo, de aquí al optimismo hay mucha distancia. Más bien, se imponen la suspicacia y la inquietud.
Por ejemplo, no está claro a partir de qué momento, o en función de qué acuerdos, se activarían las presuntas garantías de seguridad estadounidenses; tampoco, en qué consistirían exactamente, ni qué exigiría Trump a Ucrania como pago de esa protección. Una reunión tripartita podría, a la postre, convertirse en una suerte de trampa a Zelenski, para forzarlo a aceptar condiciones contrarias la soberanía de su país. Lo mismo podría ocurrir con la de hoy en Washington.
Ya Putin acumula indudables ganancias. El mero anuncio del encuentro en Alaska, el primero con un gobernante occidental desde la invasión, fue una victoria, al romper su aislamiento. La recepción, con alfombra roja, sonrisas, chistes y elogios mutuos, se convirtió en una puesta en escena legitimadora del criminal de guerra, ofensiva para el sufrido pueblo ucraniano e inquietante para sus aliados.
Pero lo peor fue el cambio de postura profundo y casi súbito de Trump. En el avión que lo trasladó de Washington a la base militar donde se celebró la reunión, había insistido en lo que, desde días atrás, venía diciendo y había acordado con los principales países europeos: si el dictador ruso no aceptaba un cese del fuego, habría “severas consecuencias”. El vuelo de regreso lo emprendió sin haber logrado ese objetivo y sin anunciar nuevas sanciones por la negativa de Putin a aceptarlo. En su lugar, adoptó implícitamente la postura moscovita, según la cual las hostilidades solo deben cesar si se produce un “acuerdo integral” de paz. Mientras, Rusia podrá seguir agrediendo, matando y destruyendo sin costo adicional alguno.
En otra muestra de su alarmante volubilidad, Trump también se plegó a las demandas territoriales de Putin, quien pretende anexarse las regiones de Donetsk y Luhansk, al este de Ucrania. Esto no solo implicaría cercenar más del 10% de su territorio, sino deteriorar severamente sus posiciones defensivas. Además, en las declaraciones que ambos brindaron tras el encuentro, Putin reiteró, y Trump no contrarrestó, otras exigencias igualmente inaceptables de ese eventual arreglo final. Entre ellas están la sustancial reducción de la capacidad bélica de Ucrania, la prohibición de que pueda incorporarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el repliegue de la alianza de varios países miembros de Europa Oriental, y un nuevo gobierno en Kiev.
A lo anterior se añade otro gran factor de inquietud: que, en su afán de realizar transacciones económicas favorables a Estados Unidos y compañías cercanas a él o sus aliados de negocios, Trump, además de no imponer nuevas sanciones, retire muchas de las que su país impuso a Rusia tras la invasión del 24 de febrero de 2022. Esta posibilidad daría un enorme respaldo al dictador, a su capacidad de mantener la guerra a largo plazo y de acelerar un armamentismo que pondrá en riesgo a Europa.
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La dolorosa y vergonzosa síntesis es que Trump se doblegó ante Putin en Alaska. Lo hizo explícito en señales y sustancia, y dejó la puerta abierta para decisiones aún peores. Existen posibilidades –no certezas– de controlar daños y, con enorme esfuerzo, reencauzar algunas de sus acciones o intenciones. Es lo que están tratando de hacer Ucrania, Europa y otros aliados. Esta semana será determinante para palpar los posibles resultados.