El boleto obtenido por la Selección Sub-17 Femenina al Mundial de Marruecos es una noticia que llena de júbilo al deporte nacional. A la vez, abre un rayo de esperanza en medio de las tribulaciones que vive el fútbol femenino desde hace tiempo.
El grupo dirigido por el entrenador Édgar Rodríguez consiguió su clasificación en la eliminatoria que se acaba de disputar en México. Para encontrar la última participación del balompié tico en esa categoría, hay que remontarse al año 2014, cuando no hubo que pasar por la aduana de Concacaf, pues Costa Rica fue anfitriona del Mundial y, por lo tanto, recibió pase directo. A partir de ese momento, se abrió un período de frustraciones y tragos amargos que finaliza más de una década después.
Si la puerta a este mundial es más ancha o más angosta, no le correspondió definirlo a Costa Rica. Las reglas son las mismas para todos los equipos participantes y, para clasificar, se ganaron los partidos necesarios, con dos meritorias goleadas de escándalo. Ahora es tarea de la Federación Costarricense de Fútbol fortalecer la preparación, tratar de cumplir un papel digno en la cita de Marruecos y superar una asignatura pendiente: ninguna Selección femenina ha ganado un partido en un mundial, en ninguna de sus tres categorías (Sub-17, Sub-20 y Mayor).
En todo caso, volver al Mundial, es por sí mismo, un motivo de orgullo. Ya los varones Sub-17 lo habían conseguido en febrero, lo cual ratifica el buen trabajo que se está haciendo en el fútbol base de selecciones, tras deambular por el desierto en las eliminatorias de la última década.
Luego de ser asiduo participante en mundiales menores, Costa Rica dejó de asistir y las razones de tal sequía son variadas. No es excusa, pero el fútbol de nuestro país pagó los estrictos –y muy justificados– protocolos durante la pandemia de covid-19. El deporte se detuvo por completo durante varios meses y la liga menor tardó más tiempo en regresar. Para futbolistas jóvenes en edad de formación, interrumpir sus entrenamientos tuvo consecuencias en las eliminatorias siguientes, ante países que quitaron los candados mucho antes.
El mérito de este equipo Sub-17 es doble, si tomamos en cuenta que todas sus jugadoras cumplen a la vez con la rigurosidad de la alta competencia y las obligaciones académicas. No son deportistas profesionales, así que deben combinar la pelota con los cuadernos.
Hace unos días, La Nación relató la historia de Lucía Paniagua, un talento precoz que debutó con 13 años en Primera División y, con solo 15, se apresta a disputar un mundial. Además, cursa el noveno año de colegio y todos los días viaja desde Grecia hasta San José o Alajuela para entrenarse con Sporting o la Sele. Un ejemplo de valores como la disciplina, que se repiten en cada una de las jóvenes del grupo.
Este boleto de la Sub-17 llega justo cuando se anuncia una reestructuración del Campeonato de Primera División femenino, que atraviesa una grave crisis. Equipos como Saprissa y Herediano anunciaron su retiro y la incertidumbre es mayúscula cuando solo faltan unos días para que empiece el torneo, al menos según lo planeado.
Cuando la final del campeonato femenino de 2019 se jugó a estadio lleno en el Estadio Alejandro Morera Soto, todos pensaron que se iniciaba la etapa final en el largo proceso de consolidación de esta disciplina. Sin embargo, en lugar de defender ese terreno que tanto costó ganar, cinco años después el retroceso es casi letal y exigió un salvavidas que todavía se está terminando de afinar.
Por su parte, la Selección Mayor Femenina cumplió un año sin ganar un partido. Esta racha es mucho más que una simple estadística y también anuncia retroceso para un equipo que recibe todas las condiciones de parte de la Fedefútbol.
Es cierto que si el objetivo fuera romper con la cadena de empates y derrotas, sería tan sencillo como programar algún juego contra rivales accesibles de nuestra vecindad. En vez de ceder ante esa simplista posibilidad, la Fedefútbol suele buscar rivales del mayor peso posible. Pero ni siquiera contra Nueva Zelanda y Ecuador, los modestos oponentes de las últimas dos ventanas FIFA, resultó posible sacudirse la pesada ausencia de victorias.
Por eso, la clasificación de la Sele Sub-17 llega en un momento ideal para tratar de relanzar, ahora sí de manera definitiva, el deporte con el que tantas niñas y jóvenes sueñan desde la época escolar. Esa ruta de consolidación no puede ser eterna. El fútbol femenino ya le dio a este país la posibilidad de ser anfitrión de dos mundiales y a cambio no debe recibir un camino lleno de polvo y obstáculos.