Desde hace varias décadas, Costa Rica ha apostado por la apertura comercial, una política decidida de atracción de inversión extranjera y la integración económica con el mundo. Para alcanzar estos objetivos, la mayoría de los gobiernos ha tomado muy importantes decisiones, entre las que destacan la evolución y consolidación de los incentivos del régimen de zona franca y la negociación de múltiples acuerdos comerciales. Estas acciones han permitido que los productos costarricenses accedan a diferentes mercados en condiciones preferenciales y, hasta hace poco, bajo la seguridad de reglas preestablecidas a nivel regional o multilateral.
El éxito de esta estrategia es innegable, como lo demuestra la profunda transformación productiva del país. Costa Rica pasó de exportar principalmente café, banano y azúcar a unos pocos destinos, a convertirse, primero, en un actor relevante en la confección de textiles y productos agrícolas no tradicionales, y más tarde, en el ensamblaje de microcomponentes, dispositivos médicos y la provisión de servicios diversos, incluido el turismo.
Actualmente, más del 60% de las exportaciones bajo el régimen de zona franca corresponden a productos de alta tecnología, principalmente dispositivos médicos y electrónicos, mientras que las manufacturas, en general, representan el 44% de las exportaciones totales de bienes.
Los beneficios de este cambio han sido múltiples: acceso a nuevos mercados, ingreso de divisas, generación de miles de empleos, transferencia de tecnología, mejora de habilidades gerenciales y adopción de estándares de producción más elevados. Uno de los principales beneficios es que la producción de bienes y servicios de mayor valor agregado –característica de los sectores vinculados al comercio exterior– exige trabajadores mejor preparados y con habilidades especializadas. Estos sectores, al competir internacionalmente y operar con altos niveles de productividad, pueden ofrecer salarios superiores, como lo evidenció un reciente reportaje de este medio.
Según dicho reportaje, el salario promedio de los empleados de empresas que operan bajo el régimen de zona franca superó en un 53% al de las empresas fuera de ese régimen, una brecha que se ha ampliado en los últimos años, tanto por el crecimiento sostenido de los primeros como por el estancamiento de los segundos. A esto se suman otros beneficios laborales que estas compañías pueden ofrecer, como subsidios de alimentación y transporte, bonos por desempeño, seguro médico privado y opciones de compra de acciones, entre otros.
Más que preocuparnos por las diferencias en la remuneración entre ambos sectores, deberíamos enfocarnos en extender estos beneficios a un mayor número de personas. Esto se logra no solo atrayendo más inversión extranjera y otorgando incentivos fiscales para la instalación de empresas beneficiarias del régimen de zona franca fuera de la Gran Área Metropolitana (GAM) –esfuerzo que ha mostrado un relativo éxito en los últimos años–, sino también mejorando las condiciones reales para la inversión en esas regiones. Esto implica fortalecer la infraestructura física, la conectividad, asegurar costos energéticos competitivos, mejorar la seguridad, la movilidad y, en general, garantizar una adecuada calidad de vida.
Al mismo tiempo, es indispensable atender las necesidades de las empresas que operan fuera del régimen de zonas francas. Muchas de estas necesidades coinciden con las ya mencionadas para las regiones fuera de la GAM, pero se ven agravadas por su baja productividad, dificultades de acceso al crédito y a la tecnología, ineficiencia burocrática, asedio de las autoridades y cargas sociales sobre la planilla, que la OCDE ha identificado como excesivas.
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Finalmente, no debemos descuidar la preparación de nuestra fuerza laboral. Es fundamental garantizar una educación y una capacitación alineadas con las demandas del mercado. Esta ha sido una de las principales fortalezas del país, pero su deterioro o insuficiencia se han convertido en un obstáculo para atraer nuevos y más ambiciosos proyectos de inversión. Mejorar la educación y el entrenamiento permitirá no solo atraer más y mejores empresas, y elevar la productividad en general, sino también incrementar las oportunidades de empleos mejor remunerados para sectores que hasta ahora han estado excluidos de los beneficios de esas inversiones.
