
En un conjunto de elecciones estatales y locales realizadas el martes 4 de noviembre, los votantes estadounidenses hablaron con claridad. Otorgaron un apoyo abrumador a las candidatas y los candidatos del Partido Demócrata y, de paso, pusieron de manifiesto su descontento con el desempeño del presidente, Donald Trump. Es un mensaje de trascendencia nacional, que otorga nuevos ímpetus a una oposición hasta ahora desorientada y fragmentada, da pistas sobre los temas que más mueven las decisiones electorales, y advierte sobre el impacto negativo que pueden implicar los endosos presidenciales a los aspirantes de su partido.
Para la democracia de Estados Unidos, e incluso más allá de ella, el resultado llama al optimismo. En medio de la arremetida de Trump contra las instituciones, las extremas medidas por ampliar su poder, el errático manejo de la economía, la política comercial punitiva, los ofensivos conflictos de interés y el culto a la personalidad que exige, ha quedado de manifiesto que las urnas aún constituyen poderosos elementos de control y límites a tales ímpetus.
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Lo que ha recibido mayor atención pública es el triunfo de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York. Razones abundan. Dirigirá la ciudad más populosa del país, crisol de etnias y culturas, que también es su mayor centro financiero, cultural y mediático. Pero, sobre todo, es muy joven (34 años), migrante, socialista, musulmán, propalestino y acérrimo crítico de Trump, y se constituyó en bandera nacional del “progresismo” demócrata. Además, logró infundir un entusiasmo que condujo no solo a su triunfo, sino también a una participación electoral récord.
Su gran reto, a partir de enero, cuando tomará posesión, será gobernar. Y esto implicará moderar y bajar a la realidad una serie de promesas cuyo propósito declarado, aunque necesario –hacer más accesibles la vivienda, la alimentación y varios servicios–, apelan a subsidios, controles e intervenciones públicas inviables, que pueden tener, además, efectos adversos. A esto se añadirá la hostilidad ya anunciada del Gobierno federal.
Sin desestimar la enorme trascendencia, real y simbólica, de su triunfo, otros resultados tienen tanta o más importancia. Abigail Spanberger logró arrebatar a los republicanos la gobernación de Virginia, con casi 15 puntos de diferencia sobre su rival, Winsome Earle-Sears. Además, impulsó hacia el triunfo como fiscal general del estado a su aliado Jay Jones. En Nueva Jersey, la representante demócrata Mikie Sherrill le sacó 13 puntos al dos veces aspirante republicano Jack Ciattarelli, una diferencia sustancialmente mayor a la esperada y que reforzó el control de su partido sobre la gobernación.
En California, un 64% aprobó en referéndum una propuesta para rediseñar los distritos electorales, que dará a los demócratas la posibilidad de elegir cinco representantes adicionales al Congreso federal. De este modo, compensan una maniobra similar en Texas, orquestada por la mayoría republicana en su legislatura.
En Pensilvania, la reelección de tres magistrados permitirá al partido mantener el control de su Corte Suprema. Y en otros comicios, para alcaldías o importantes comisiones locales, también los aspirantes de la oposición se alzaron con el triunfo.
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Mamdani en Nueva York, Spanberger en Virginia y Sherrill en Nueva Jersey impulsaron propuestas diferentes entre sí: desde el mensaje socialista transformador del primero, hasta las posiciones centristas y moderadas de las dos gobernadoras electas. Sin embargo, tuvieron importantes elementos en común. Uno fue centrarse en necesidades y aspiraciones que tocan directamente al electorado, en particular el costo de la vida, los empleos y los salarios. El otro, sus críticas a Trump, que también variaron en intensidad, pero en todos los casos demostraron ser otro elemento clave para sus triunfos.
La conclusión es que no existe una “talla única” –ya sea radical, liberal o moderada– para ganar las elecciones. Más bien, el éxito depende en buena medida de tocar las fibras que motivan a cada conjunto de electores, con sus características diferentes, según su conformación y residencia. Además, también quedó de manifiesto que, al menos en la coyuntura actual, la “marca” Trump no garantiza el éxito y hasta puede resultar negativa. Es algo que deberán valorar con mucha seriedad y valentía los republicanos.
La elección presidencial, en noviembre del 2028, por su carácter nacional y la dinámica de los colegios electorales, tendrá otras condiciones. Aquí, en particular para el Partido Demócrata, especie de “carpa” política con múltiples facciones y tensiones, la clave será un candidato o candidata que, además de unirlas, despierte el entusiasmo de una mayoría electoral. Lo ocurrido el martes, al menos, les dará importantes pistas a seguir.
