Nunca como ahora Irán e Israel han estado tan próximos a una conflagración directa y la posibilidad de una guerra regional cuyas consecuencias son imprevisibles. Ante tan agudo riesgo, ambas partes deben mostrar extrema prudencia, en particular el gobierno israelí, que por primera vez desde 1991 ha sufrido un ataque proveniente de otro Estado en su territorio, es decir, ha sido víctima de un acto de guerra.
En ese año ya lejano, el entonces dictador de Irak, Sadam Huseín, ordenó un limitado ataque con misiles, que fue contenido y respondido puntualmente. Lo que ocurre actualmente es muy distinto. El sábado, Irán, al que Israel considera como un riesgo existencial, lanzó más de 300 drones y misiles contra su territorio. Fue su respuesta al bombardeo israelí que el 1.° de abril destruyó uno de los edificios de la embajada iraní en Damasco, capital de Siria, y causó la muerte de importantes oficiales, incluido un general.
Ese bombardeo fue en extremo imprudente, una provocación extrema, sobre todo, en medio de la volatilidad regional; sin embargo, el territorio bombardeado era de otro país, y el golpe no se alejó demasiado de la dinámica prevaleciente durante décadas entre ambos gobiernos enemigos: sabotajes o atentados israelíes sin atribución, ataques de grupos entrenados o controlados por los iraníes, como Hamás, Hizbulá y los rebeldes hutíes de Yemen, o el intercambio de fuertes amenazas.
El sábado, sin embargo, Irán atacó directamente a Israel y cruzó una suerte de “línea roja” establecida por los respectivos países. Una agresión de tal índole es totalmente inaceptable. Así lo considera Israel, con toda razón, y así lo han manifestado una gran cantidad de gobiernos alrededor del mundo.
Huelga decir que cualquier país agredido tiene el derecho a defenderse. La gran pregunta, en este caso, es cómo hacerlo. Si Israel responde con acciones punitivas abiertas en Irán, será casi inevitable un conflicto que podría salirse de las manos. Por esto es necesario que actúe con suma cautela. No se trata de quedarse con las manos cruzadas, sino de valorar con sentido estratégico y prudencia el momento, índole y secuencia de su respuesta.
Ese es el pedido de Estados Unidos, el Reino Unido y otros países aliados de los israelíes. Su mensaje ha sido claro: no le brindarán apoyo si opta por bombardeos directos. Es un mensaje que deben valorar seriamente sus estrategas políticos y militares. A pesar de su enorme músculo militar, el sábado quedó de manifiesto lo mucho que Israel depende de países aliados para su defensa in extremis.
De no haber contado con el apoyo directo de aviones y misiles estadounidenses, británicos y franceses, e incluso de la acción de países árabes vecinos que como Jordania derribaron los proyectiles o drones iraníes que violaron su espacio aéreo, las consecuencias del ataque iraní habrían sido muy graves, quizá devastadoras.
Si bien el daño material en una base militar no tuvo mayores repercusiones, lamentablemente una niña beduina resultó seriamente herida.
A que no hubiera más víctimas, contribuyó no solo la acción conjunta entre Israel y sus aliados, sino también el conocimiento previo obtenido por la inteligencia estadounidense, y que Irán anunció su ataque con 72 horas de antelación. Además, los drones que escogió para realizarlo tardaron tanto en acercarse a sus objetivos que la posibilidad de reaccionar fue alta. Por esto, una de las hipótesis que se manejan es que, deliberadamente, los autócratas iraníes orquestaron sus acciones para cumplir con su promesa de represalias, pero limitar sus consecuencias. Con posterioridad, su ministro de Relaciones Exteriores manifestó que no desean una guerra.
La actividad diplomática tras el ataque ha sido frenética. Lo urgente es enfriar la situación, dar tiempo para estructurar una respuesta adecuada a la agresión de Irán, ojalá coordinada por varios aliados, y alejar así el espectro de la guerra. Las próximas horas serán clave.
