Por décadas, Costa Rica ha sido amigo, aliado y socio de Estados Unidos. Esa alianza se ha fundamentado en la confluencia de valores, principios e intereses compartidos: la promoción y defensa de los derechos humanos, una convicción en los beneficios de un régimen democrático liberal y sus instituciones, la prevalencia del Estado de derecho, y el compromiso con la integración comercial, son solo algunos de ellos.
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Esa alianza se forjó, además, en el marco de un orden internacional sustentado en la cooperación y el multilateralismo de la posguerra, orden creado y liderado primordialmente por aquel Estados Unidos y que condujo a una “Pax americana”, que, con altos y bajos, dio lugar a décadas de crecimiento y prosperidad a nivel global.
Es en ese contexto que nuestro país pasó de ser la Costa Rica rural de mediados de siglo pasado, exportadora de café y banano, y con un producto interno bruto (PIB) per cápita de menos de $400 a la Costa Rica más moderna de hoy, insertada en los mercados internacionales y con un PIB per cápita de más de $14.000.
Junto con las acertadas políticas internas que provocaron dicha transformación, Estados Unidos brindó su ayuda a través de diversos esquemas: la Alianza para el Progreso de los años sesenta, la Iniciativa para la Cuenca del Caribe y el apoyo financiero necesario para salir de la crisis de principios de los ochenta y, posteriormente, el acceso a su mercado mediante el tratado de libre comercio de inicios de siglo. El principio rector de esa política exterior era que el bienestar de sus aliados se traducía también en un beneficio para Estados Unidos y que un orden internacional basado en normas y principios nos favorecía a todos.
Ese paradigma empezó a cambiar luego de la crisis financiera de 2008-2009, se agravó con la pandemia de la covid-19, y parece estar llegando a su fin ahora, con el segundo gobierno de Donald Trump. Sus medidas iniciales muestran a un Estados Unidos agresivo, unilateralista, expansivo, deshumanizado, irrespetuoso de sus aliados y de los acuerdos internacionales, y con un uso irracional y compulsivo de los aranceles, que está conduciendo rápidamente a una guerra comercial que a nadie beneficiará, pero a muchos golpeará, y que nos llevará a un mundo dividido y fraccionado.
Esas primeras señales de la administración Trump generan gran preocupación para la región y nos obligan a ser extremadamente cautelosos. Si la Casa Blanca ha estado dispuesta a incumplir su palabra y a desconocer los acuerdos con sus aliados y socios comerciales más cercanos, ¿qué nos garantiza que será un aliado y socio confiable para nosotros? La confianza se construye poco a poco durante los años y puede perderse aceleradamente con unas cuantas acciones.
Es en medio de esta nueva realidad que se vislumbra, que el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, visita Centroamérica, Panamá y República Dominicana, y que el enviado especial de la Casa Blanca, Mauricio Claver-Carone, califica al presidente Rodrigo Chaves Robles como su gran aliado contra la “amenaza china”.
Esta visita debe verse, sin embargo, con cuidado y pausadamente. La política exterior de Costa Rica debe seguir estando basada en valores y principios, mientras que la política comercial del país debe seguir apostando por el multilateralismo, el libre comercio y la no discriminación entre nuestros socios, lo cual nos ha rendido buenos frutos.
Lo que como sociedad hemos construido a lo largo de nuestra historia y las valiosas relaciones políticas y comerciales que hemos cultivado con todas las naciones del mundo no deben echarse a la ligera por la borda. Tampoco se trata de ignorar las preocupaciones e intereses de nuestro más importante socio comercial de inversiones y turismo.
Lo que procede es identificar áreas de cooperación en temas de interés mutuo. Ese es el caso de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, donde los retos son muy grandes y se requiere de acciones más efectivas. Asimismo, el país puede coadyuvar en mitigar el impacto migratorio en Estados Unidos sin asumir obligaciones que vayan más allá de las que nos corresponde, tanto por el escaso número de migrantes costarricenses, como por la cabida que hemos dado y continuamos dando a nacionales de países vecinos.
Mantener y fortalecer la alianza económica que une a Costa Rica y Estados Unidos es de indudable beneficio mutuo. Si el mensaje y la propuesta del secretario Rubio son congruentes con nuestros intereses y los principios que rigen nuestras relaciones con el mundo, es mucho lo que podemos trabajar conjuntamente en los años venideros para integrar aún más nuestras economías. Si no lo son, como sugieren las primeras acciones de la administración Trump, el costo de apartarnos de nuestros principios, valores e intereses a cambio de promesas de dudoso valor podría ser demasiado alto.